20 de marzo de 2003
Juran defender a Saddam Hussein; para algunos es un tirano y para otros un guía
BLANCHE PETRICH
La Jornada
A los 65 años, Saddam Hussein es equiparado por sus devotos seguidores a los califas Al Mansour y Al Rashid, constructores de la gran Bagdad. Para sus detractores es un sátrapa comparado solamente con José Stalin. Los analistas repiten que el hombre fuerte de Irak, nacido en cuna humilde de la tribu Al Khatab, de la provincia de Tikrit, es "indefendible". Pero desde hace meses, y de manera más intensa en la medida en que se acercaba el momento del ataque estadunidense, miles de ciudadanos desfilaban por las calles, blandiendo fusiles y jurando que defenderían con su vida al ''tío Saddam''.
¿Este hombre es odiado por sus gobernados, como sostiene Bush, o es el guía indiscutible de los iraquíes, como reza la propaganda oficial?
En una casa campesina en los alrededores de Bagdad, mientras en el patio los hombres hablan de armas y cosechas, las mujeres de la familia, todas cubiertas con sus abayas, la túnica negra que sólo deja al descubierto el rostro, se encargan muros adentro de los numerosos niños. No logro entender quiénes son las esposas, quiénes las cuñadas o las hermanas. La barrera del idioma no impide una charla a señas. Se afanan en enseñarme la casa, el comedor sin mesa, los costales de cereales que almacenan para cuando llegue la hora del hambre. Una joven quiere expresarse políticamente. Y para ello hace que el bebé que lleva en brazos bese una fotografía del líder Saddam Hussein. Todas celebran con algarabía el gesto.
Otro día, también a la caída del sol, en el viejo barrio de Mutanabi, los hombres del café Shabendar, célebre por su té de naranja, terminan la jornada entre los narguiles y el dominó. Algunos se pueden expresar en inglés y elevan interminables alabanzas al presidente Hussein, el ''tirano'' a quien el presidente George Bush pretende destruir con tres mil bombas arrojadas en un lapso de 48 horas en esta capital de cinco millones de habitantes.
En las horas previas a la campaña de Bush y Blair se habían multiplicado los desfiles de los distintos sectores del partido Baaz -agricultores, transportistas, burócratas, mujeres, jóvenes- que marchaban blandiendo fusiles. No parecían ser masas inconscientes rumbo al matadero, mucho menos a punto de la rendición.
Estas demostraciones chocan frontalmente con la apuesta de los aliados, que en cuestión de horas piensan marchar sobre las ciudades iraquíes. En el discurso de George Bush, estos civiles armados, que proclamaban un día sí y otro también defender con su sangre a su amado líder, no existen. O en el peor de los casos, dejarán enterradas las ametralladoras Kalashnikov que el Estado les ha entregado.
Todas las estructuras del partido y del Estado, que suman millones, habían jurado lealtad al mandatario y a la nación en ceremonias televisadas íntegramente desde hace varias semanas. Supuestamente a estas multitudes en armas y en pie de resistencia se dirigieron estas frases de la declaración de guerra de Bush: "Derribaremos el aparato de terror; el tirano pronto se habrá marchado. El día de su liberación se acerca''.
Entre las previsiones militares de los aliados se espera que después de la letal blitzkrieg, que mataría en dos días a miles de iraquíes y anularía toda capacidad de respuesta armada del ejército local, se librará la lucha terrestre contra los 350 mil efectivos del ejército iraquí, más los 15 mil guardias republicanos -los fedayines Saddam- y los tres mil elementos de la tropa de elite, Organización Especial de Seguridad.
Pero en ningún análisis militar de Occidente aparece una línea sobre los civiles en armas. Su rendición ante el avance de los aliados se da por descontada.
Lo anterior contrasta con el discurso que repitieron hasta la enajenación los dirigentes, cuadros medios e incluso militantes de base de los distintos sectores baazistas: "Estamos dispuestos a dar la vida por nuestra fe, nuestra casa y nuestra patria".
En las últimas semanas, centenares de periodistas sondearon con insistencia el sentir de la gente común respecto al gobernante que ha sido desahuciado por Washington y Londres. "Suelen pedir, insistir, suplicar y hasta ordenar que hablemos en contra de nuestros gobernantes. Estamos cansados, y eso que la guerra aún no ha comenzado", relató un ciudadano iraquí en un reportaje de la revista Middle East.
La reticencia a expresar críticas al régimen bien puede deberse al férreo aparato de seguridad y control interno que permea todas las actividades y capas de la sociedad iraquí. Pero hay otras razones.
"El Estado -nos decía una joven del sector juvenil del partido- vela por nosotros y nos garantiza el futuro". Este organismo político corporativo a punto de desaparecer del mapa tuvo, en sus años de auge, un fuerte componente de Estado benefactor. No sólo becaba a sus militantes para que terminaran sus estudios, proporcionaba vivienda a los empleados de gobierno y del partido y administraba una importante bolsa de trabajo en el importante sector estatal, que llegó a dominar antes de la guerra del Golfo hasta 70 por ciento de la economía, sino también regía incluso los destinos más íntimos y personales de sus ciudadanos.
Un ejemplo de ello fue el programa de matrimonios colectivos que aplicó la Unión Federal de Jóvenes Iraquíes, el sector juvenil del Baaz. Idea personal de Saddam Hussein, la federación organiza desde 1993 enormes bodas colectivas. Tres veces al año, grupos de 800 jóvenes militantes del partido contraen matrimonio bajo la tutela del Estado. El Baaz paga la dote de las esposas, las fiestas y hasta los vestuarios. ''Claro que solamente se benefician del programa los muchachos que contraen nupcias por primera vez'', aclara el vicepresidente de la organización, Abbas Fadel Hamde. Vale la puntualización, ya que la ley civil de Irak permite hasta cuatro matrimonios por cada varón, si bien lo obliga a mantener fidelidad y trato igualitario a todas sus cónyuges.
El sorprendente dato es revelado en la sede de la unión, en la que al lado de la imagen inevitable del presidente aparece la de su hijo Odein Saddam Hussein, de 39 años. Conocido por ser un playboy incorregible, a diferencia de la seriedad de su hermano menor, Qusay, el también responsable de la seguridad del Estado se encarga de promover el lado amable del régimen quien, con este programa de bodas, intenta evitar el "indeseable periodo de noviazgo" en la juventud. Tiene un tercer hijo, Uday, y varias hijas. Pero de ellas nadie habla.
Generalmente los visitantes extranjeros, periodistas o no, debían moverse en Bagdad y sus provincias acompañados por un intérprete, anfitrión o "comisario" a sus actividades oficiales. Pero también se podía salir a la calle, tomar un taxi y deambular al azar por esta ciudad llena de enigmas. Con o sin testigos de la seguridad del Estado, la adhesión al mandatario se manifestaba en cualquier lado, casi siempre a la sombra de alguna estatua, pintura o fotografía del hombre fuerte de Tikrit. Con sombrero inglés o chal árabe, con un ramo de flores o un arma en la mano, en traje de fatiga o vestido de jeque, la imagen de Hussein es la única que se reproduce en el país, salvo alguno que otro modelo, muy escaso, que anuncia lentes en alguna óptica o alguna película en las marquesinas de los cines. Hay imágenes de Hussein incluso en el interior de las mezquitas, lo que a algunos musulmanes no iraquíes les parece una herejía.
Hay excepciones en este monopolio del culto a la personalidad. Así como en los locales de la juventud baazista se permite la reproducción de fotografías de Odein o en locales militares proliferan imágenes de Qusay, en la Federación de Mujeres de Irak Hussein es acompañado por otra imagen, la de su única esposa y prima, Sajida, una mujer teñida de rubio y muy maquillada, famosa en los años dorados del régimen por su compulsión consumista.
Es obvio que las voces críticas al régimen de Hussein no pueden expresarse. El récord de violencia política de Saddam es abundante. Después de consolidarse en el poder, a principios de los años setenta, el entonces joven militante socialista que quería emular al panárabe egipcio Gamal Nasser empezó a diseñar su propia versión del partido socialista árabe. Se alejó de los conceptos de lucha de clases, construyó un poder vertical severo y mezcló elementos de la filosofía modernizadora de su generación -Estado laico, nacionalismo e igualitarismo social- y realizó diversas purgas dentro del Baaz para eliminar a posibles rivales.
Mark Bowden, escritor de The Atlantic Monthly, explica en un ensayo "Las mil y una historias de un tirano", reproducida por Le Monde, los mecanismos que hicieron que Hussein fuera traicionando gradualmente la filosofía panárabe, cediendo a las presiones del jeque y los varones de su tribu, los Al-Khatab, que le exigían, por derecho de sangre, compartir el poder y la fortuna de su alto cargo. ''Este joven provinciano, aparentemente moderno e instruido, no pretendía ya ayudar a su partido a alcanzar sus ideales. Más bien, supo utilizar astutamente al Baaz para satisfacer sus objetivos y los de sus parientes".
Así, Hussein barrió del mapa político de Irak no sólo a los partidos promonárquicos y conservadores, sino que en pocos años liquidó totalmente a las fuerzas de izquierda, especialmente al Partido Comunista Iraquí, que a finales de los años 50 era la principal fuerza opositora, con gran presencia en sindicatos de la industria petrolera.
Human Rights Watch reporta que en los últimos 10 años -desde la Guerra del Golfo a la fecha- suman 16 mil 500 los desaparecidos en el país, en su mayoría kurdos del norte o chiítas del sur, además de casi 600 kuwaitíes, quienes durante la invasión iraquí a ese territorio fueron tomados como rehenes para cubrir el retiro del ejército de Hussein. Varios intentos de levantamientos armados de los chiítas fueron ahogados en sangre a lo largo de esta década. Se registra que en diciembre de 1997 en las prisiones de Abu Ghriab y Radwaniyah casi mil 500 presos políticos fueron ejecutados (casi un centenar enterrados vivos) en una operación que corrió por cuenta del benjamín Qusay y que se llamó Limpieza carcelaria.
Nuestro guía en Bagdad, un funcionario de tercer nivel, ha sido por varias semanas traductor, maestro de árabe, amigo. A la hora de las despedidas, lleva a su esposa y a sus hermosos tres hijos a tomar capuchinos al bar del hotel. Sólo al último minuto deja entrever que en realidad, como todos, teme por sus seres queridos. A estas horas, la familia de este guía estará refugiada en una ciudad de provincia, lejos de la capital. Y él, como nos dijo, estará en su trinchera, al pie del cañón.
Irak, con casi 24 millones de habitantes, no fue tradicionalmente un país de emigrantes. Pero en la última década han salido del país casi 3 millones, muchos de ellos por razones económicas, pero otros por las condiciones de persecución política.
Especialmente grave es la fuga de cerebros. Intelectuales, médicos, abogados y economistas que en el pasado fueron leales baazistas han abandonado no solo las filas del partido de Hussein sino el país. Uno de estos hombres y su esposa esperaban, hace poco, abordar el avión de Amman a Amsterdam a las dos de la madrugada, en estas horas donde la cuenta regresiva para el gran ataque ya estaba en marcha. La pareja, de casi 60 años, sobrios, con sus abrigos y un aire de desterrados, escuchaba con orgullo las impresiones de otros viajeros que hablaban con admiración de la nobleza de la gente común en Irak. El hombre nos confirmaba ese culto al conocimiento tan arraigado en ese pueblo. Las escuelas de medicina y derecho de la Al Mustansiriya datan del siglo XIX y han producido los mejores médicos, por mucho, del mundo árabe.
La conversación cae necesariamente en la pesadilla que puede convertirse su país dentro de muy pocos días. La mujer llora discretamente. Durante el vuelo se desmaya. Cunde la alarma por su estado de salud. En el aeropuerto de Amsterdam le espera una ambulancia. El marido carga su abrigo, su tristeza, y sigue con paso cansino la camilla con su mujer. "Se puso sentimental -nos comenta al despedirse-. Así estamos viviendo estos días".
Anoche, las pesadillas de esta mujer empezaron a materializarse.
Tomado de La Jornada
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