17 de marzo

12 de marzo del 2003

NO

Adolfo Gilly
Servicio Informativo "alai-amlatina"

No es el petróleo, sino la dominación y el reparto del mundo, como en las dos grandes guerras del siglo XX, lo que está en juego en la guerra de Bush contra Irak. Su primer paso es el control militar y político de todo Medio Oriente y, por supuesto, de su petróleo. Con su nueva tecnología militar de precisión quirúrgica y de destrucción masiva, que en algún lado hay que probarla y mostrarla al mundo, la Casa Blanca y el Pentágono preparan el primer episodio de una nueva guerra clásica, la tercera guerra mundial.

Su objetivo principal tampoco es Saddam Hussein, a quien como todo mundo sabe el gobierno de Estados Unidos armó y apoyó a inicios de los años 80, ayudándolo de paso a masacrar a su propia oposición democrática. (Eran más o menos los años del Plan Cóndor en América Latina: recuerdan?)

Quien está en la mira es Europa, la "vieja Europa" continental, la eventual potencia que podría competir en muchos terrenos con Estados Unidos en el futuro y en el presente. También está Rusia, que ahora ha vuelto a caer del lado de Francia, repitiendo una vieja historia que De Gaulle nunca olvidaba. Y, por supuesto, está también China con su creciente zona de influencia en Asia: los cálculos de la CIA la esperan como potencia militar mundial tan cerca como 2015. Basta mirar, en el mapa de Asia, dónde se sitúa Corea del Norte con su larga frontera terrestre compartida con China, para intuir por qué sus dirigentes se muestran desafiantes y Bush conciliador, como matón en barrio ajeno.

La geopolítica, no la economía o la ética, explica la decisión de Francia y de los gobiernos que la apoyan (la geopolítica, digo, y tal vez más al fondo la razón iluminista, una baja más en la guerra que se avecina). A todos amenaza la eventual posición de Estados Unidos controlando, a través de Irak ocupado y de Israel, el corazón del mundo árabe, su geografía y sus recursos. Por lo demás, la primera baja de una guerra que todavía no empieza ha sido la Organización de Naciones Unidas. Bush ha hecho saltar en pedazos sus mecanismos y su legitimidad y no está descartada la posibilidad de que el Consejo de Seguridad acabe votando una resolución de transacción que avale la invasión de Estados Unidos.

La forma misma en que ese organismo acepta deliberar, con 200 mil soldados de Estados Unidos ya concentrados en el golfo Pérsico y 60 mil más en camino, sin que nadie cuestione la ilegalidad y la ilegitimidad de esta concentración de tropas mientras el Consejo sigue discutiendo, muestra el papel subordinado en el cual se coloca la Organización de Naciones Unidas.

Nuevos agrupamientos y nuevos equilibrios serán necesarios antes de que un eventual organismo internacional con legitimidad y autoridad pueda volver a funcionar, quién sabe sobre qué bases y sobre cuáles ruinas.

Si la oposición de Francia, Alemania y Rusia contiene o retarda todavía el ataque de Estados Unidos, esto se debe sobre todo a que se sostiene en una movilización mundial contra la guerra que, literalmente, no tiene precedentes. El 15 de febrero de 2003 las ciudades del mundo dieron la verdadera respuesta a la atrocidad del 11 de septiembre de 2001: no a la guerra, no a la violencia, sí a la paz y la libertad. Bush y Bin Laden quedaron acorralados en los extremos opuestos, mientras enormes multitudes (las mayores en los países cuyos gobernantes prometen guerra: Nueva York, Londres, Madrid, Roma) ocuparon el centro de la escena.

La principal y la que finalmente será la decisiva entre esas múltiples resistencias es la del pueblo de Estados Unidos. Este pueblo, el mismo que fue atacado el 11 de septiembre, se está oponiendo a la guerra en números crecientes y se resiste a ser llevado a una aventura ciega y sin salida. La memoria de Vietnam, pese a todo, está todavía fresca, como sigue estando en Europa la de las guerras del siglo XX.

El establishment estadunidense tiene grietas e incertidumbres. Henry Kissinger declaró que le resultaba "sorprendente" que naciones integrantes de la OTAN estuvieran actuando en contra de Estados Unidos y poniendo en duda la veracidad de los informes de Colin Powell: "Esto nunca sucedió en los anteriores 50 años de controversias, que siempre se trataron como diferencias dentro de una misma familia". Zbigniew Brzezinski, por el contrario, dice que la crisis proviene de cómo Estados Unidos trata al resto de las naciones, dándoles órdenes como si formaran parte de un Pacto de Varsovia. "La cuestión de Irak es compleja" y Estados Unidos "nunca, literalmente nunca, ha estado tan aislado desde 1945."

Uno de los documentos más reveladores de la oposición a la guerra es la carta de renuncia a su cargo y al servicio exterior del consejero político de la embajada de Estados Unidos en Atenas, John Brady Kiesling, diplomático de carrera desde hace 20 años, enviada al secretario de Estado, Colin Powell. Cito varios de sus párrafos, tal cual fueron publicados en The New York Times a finales de febrero:

"Renuncio con pesar en mi corazón. (...) Hasta la actual administración, me había sido posible creer que defendiendo la política de mi presidente defendía también los intereses del pueblo estadunidense y del mundo. Ya no lo creo.

"Las políticas que ahora se nos pide defender son incompatibles no sólo con los valores de Estados Unidos, sino también con sus intereses. Nuestra ferviente búsqueda de una guerra con Irak nos está llevando a deshacer la legitimidad internacional que ha sido el arma ofensiva y defensiva más poderosa de Estados Unidos desde los tiempos de Woodrow Wilson. Hemos empezado a desmantelar la mayor y más efectiva red de relaciones internacionales que el mundo haya conocido jamás. Nuestro curso actual traerá inestabilidad y peligro, no seguridad. (...)

"La tragedia del 11 de septiembre nos dejó más fuertes que antes, teniendo en torno nuestro una vasta coalición internacional para cooperar por primera vez en una guerra sistemática contra el terrorismo. Pero en lugar de aprovechar esos éxitos y construir sobre ellos, esta administración ha preferido convertir el terrorismo en un instrumento para la política interna, enrolando a un disperso y ampliamente derrotado Al Qaeda como su aliado burocrático. Diseminamos en la mente pública un terror y una confusión fuera de proporciones, uniendo en forma arbitraria los problemas no relacionados del terrorismo y de Irak. (...) El 11 de septiembre no hizo tanto daño al tejido de la sociedad estadunidense como parecemos decididos a hacerlo nosotros. (...)

"Renuncio porque he tratado y no he podido conciliar mi conciencia con mi capacidad de representar a la actual administración. Tengo confianza en que nuestro proceso democrático tiene finalmente recursos de autocorrección, y espero que en pequeña medida pueda yo contribuir desde afuera a diseñar políticas que sirvan mejor a la seguridad y a la prosperidad del pueblo de Estados Unidos y del mundo que todos compartimos."

Documentos como éste son indicios del ánimo atribulado que existe incluso en altos niveles de Estados Unidos frente a la política de guerra del gobierno actual. iSe va a alinear finalmente México con ella, con pretextos y maniobras más propias de los rejuegos parlamentarios que del momento dramático que vivimos?

El voto de México en la ONU tal vez no cuente mucho entre los 15 del Consejo de Seguridad, si al final tampoco sabemos qué harán los que ahora se oponen. Pero ese voto cuenta mucho para México. No es sólo cuestión de principios y de derecho constitucional. Es una cuestión de intereses, en el más pragmático sentido de la palabra.

Si el gobierno de México salvaguarda la posición y la independencia de la nación, negándose a hacerse cómplice de una guerra de destrucción masiva contra un pueblo ya agotado por el bloqueo y por su propio dictador, podrá tal vez el gobierno de Bush tomar represalias. Cuáles, no sé. Pero quien toma represalias también las sufre, y Estados Unidos, en el actual estado de las cosas del mundo, necesita de México por múltiples razones, entre otras porque toda América Latina le está resistiendo y porque México puede alinearse, en su propio interés, con esa resistencia. Si México y Chile negaran su aquiescencia a la invasión de Irak, una línea Chile-Brasil- México empezaría a dibujarse y habría muchos modos diferentes de discutir y negociar el futuro de todos nosotros frente a la potencia dominante, cada vez más resistida en todas partes.

No tengo razones para creer que Vicente Fox lo haga. Demasiado grandes estos desafíos para gobernantes de tan corto vuelo. Pero la carta de renuncia del diplomático estadunidense plantea un caso de conciencia a sus colegas en el servicio diplomático mexicano y, en especial, al embajador ante la ONU y miembro del Consejo de Seguridad, Adolfo Aguilar Zinser. Si el presidente Vicente Fox decidiera, como sus últimos titubeantes pasos parecen indicarlo, alinear a México con la política de guerra en Irak, bajo cualquier formulación que esto se haga, el embajador del gobierno mexicano ante Naciones Unidas estará ante una disyuntiva: alinear a su vez su conciencia y su responsabilidad individual con esa política, o negarse a alzar la mano en ese voto indigno y dejar su lugar a quien se preste a hacerlo. Es apenas un destino personal, pero de esos destinos está hecha la historia de cada país.

No estoy hablando sólo del embajador. Estoy hablando de Vicente Fox, de quienes integran su gobierno, y de cada uno de nosotros.

El general Richard B. Myers, jefe del Estado Mayor Conjunto, declaró que esta guerra será "muy, muy, muy diferente" de la del golfo Pérsico en 1991. Lo que necesitamos es un conflicto corto, dijo, y la mejor manera de lograrlo sería un choque inicial para paralizar de un solo golpe al sistema iraquí. "Haremos extraordinarios esfuerzos" para evitar bajas civiles, agregó, "pero no podemos olvidar que la guerra es en sí misma violenta. La gente va a morir. Por más que tratemos de limitar las bajas civiles, éstas se producirán. Necesitamos que la gente entienda que eso es la guerra. La gente cree que esto será antiséptico. Pues bien, no lo será."

Ya sabemos a qué atenernos, a partir de la fuente más autorizada. Si el gobierno de México vota con Estados Unidos, no podrá declararse inocente de ese experimento macabro. Le es preciso tener el valor de decir: No.

Si México es la nación que fue, es y será, es también porque en su historia diplomática -en Marruecos, en España, en Finlandia, en Austria, en Etiopía, en Checoslovaquia, en Cuba, en Chile, en Nicaragua- más de una vez tuvo ese valor, incluso en absoluta soledad, cuando se jugaba el destino de la paz y de la libertad de otros. Una vez más, ahora en el Consejo de Seguridad de la ONU, el destino lo ha colocado en esa encrucijada. Como tantos y tantos millones de seres humanos en el mundo, como 90 por ciento de los mexicanos en México y en Estados Unidos, la representación de México en el Consejo de Seguridad está obligada a decir: No a la guerra. No en nuestro nombre.

Tomado de Rebelión

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