14 de febrero de 2003
Javier Sádaba
Comité de Solidaridad con la Causa Árabe
"Para que la justicia se pose en este mundo es necesario cambiar las reglas del juego. Unas reglas que han decretado que hay que poner en funcionamiento la maquinaria militar, que el petróleo les pertenece, que los países han de responder a sus designios y que nadie ose moverse. Contra esto somos -cómo no- 'altermundistas'. Y decimos no sólo 'No a la guerra' sino 'No' a todos lo que, de una u otra manera, la toleraron, la tolerarían si estuvieran en el poder o la aprovechan como medio para sus intereses. Nuestro No a la guerra es rotundo, tiene pasado, presente y futuro y no se inscribe en ningún programa electoral de los que se rifan. Por eso y para evitar malentendidos, 'A la guerra, no'."
La mal llamada guerra que está a punto de producirse se puede estudiar desde perspectivas distintas. Por ejemplo, y dentro de un análisis técnico, se puede discutir sobre el alcance de la resolución 1441 de las Naciones Unidas (NNUU). Y desde un punto de vista estrictamente lógico es una excelente ocasión para saber qué es una falacia; es decir, cómo se construyen argumentos inválidos; o, mejor, seudoargumentos inválidos y que reciben el nombre de sofismas puesto que existe el sofisma cuando se engaña conscientemente. En este sentido invitaría a cualquier profesor de introducción a la lógica a que usara el material que están poniendo a disposición los que dicen apoyarse en las NNUU y luego las desprecian (un solo dato entre paréntesis: Israel ha desobedecido 32 veces y Turquía 24 a los requerimientos que les ha hecho el organismo internacional).
La lista de falacias y sofismas sería interminable y no es mi intención detenerme en ellas. Son tan claras que no es necesario poseer una formación intelectual especial para detectarlas. Que el país, léase EEUU, más beligerante contra el Tribunal Internacional Penal o que nunca ha votado contra el desarme nuclear nos cuente ahora que existe una pequeña nación que transgrede las normas internacionales suena a risa. Lo malo es que la risa en estos casos se transforma en mueca. Porque detrás está la muerte. Y la muerte, en primer lugar, de niños, mujeres y hombres que poco tienen que ver con el conflicto. Es lo que sucedió hace doce años con el pretexto de que Iraq se había anexionado Kuwait. Nadie, por cierto, dijo nada cuando Vietnam se metió en Camboya o en Centroáfrica las fronteras territoriales se respetan menos que el caballo de Atila la hierba. Por no hablar de nuevo de los EEUU que para derrocar los regímenes que no son de su agrado ha invadido todos los países que le ha dado la gana. Y, desde luego, es ésta también una oportunidad para que los interesados en el Derecho Internacional, que prohíbe tajantemente las guerras, sepan para qué sirven o a quién sirven.
Lo que acabo de exponer se refiere a lo que podríamos llamar formalidad del problema. Pero me importa sobre todo fijarme en su contenido. En palabras más acordes con la tradición política: me importa fijarme en la ideología que está detrás de los que apoyan o se oponen a la guerra. Y para eso, antes de nada, me gustaría señalar que la propaganda ha montado la escena de la siguiente forma. Por un lado estarían los racionales y por otro los emotivos. En la esquina de la sensatez y del cálculo se situarían los que, conocedores de lo que realmente sucede, nos avisan de que es de tontos no estar atentos al peligro inmenso que supone Sadam Husein. (Por mi parte la simpatía que tengo al personaje es la misma que tengo a cualquier dictador, aunque éste se vista de demócrata. Sólo añadiría en contra del iraquí que su actitud ante la minoría kurda, al igual que la más silenciada de Turquía, me repugna.) Y en la otra esquina se colocarían unos ingenuos pacifistas que no razonan sino que se dejan llevar por su alocado y tierno corazón. Aunque he de añadir que, una vez más, en este punto los buenos se vuelven a poner el traje cínico. Porque inmediatamente añaden que bajo el manto pacifista se encuentra el lobo de siempre. Un lobo que identifican con una izquierda a la que han vestido a su antojo. Pero se les podría preguntar, ¿en qué quedamos, lobos o corderos? Además, y dicho de paso, la emotividad no siempre es mala. Es cierto que una emoción sin reflexión o un sentimiento que reflejara los prejuicios del grupo o la falta de formación no es de recibo. Pero tampoco son de recibo la insensibilidad ante el sufrimiento, la incapacidad para medir los dolores que una guerra causa o la perversión de enfocar los fines que se pretenden obtener sin introducir en el análisis una gota de humanidad.
En cualquier caso he señalado que lo que importa es el fondo, más que la forma, y que lo que está en juego es la ideología, más que las distintas idas y venidas sobre si lo que se ha dicho es "a" o "b". Da pena escuchar los comentarios y discusiones de salón, en los que se refleja casi siempre la opinión de los respectivos amos, que tienen lugar a nuestro alrededor. Se trata, en el mejor de los casos, de ejercicios de memoria propios de parvulario o de apuntarse rápidamente a lo que evite dolores de cabeza. Vayamos, por lo tanto, a las dos ideologías que se enfrentan. Porque ésa es la cuestión. Porque ahí se dirime el conflicto. Y en este sentido lo que algunos afirmamos es que, incluso cuando caemos en contradicción, seguiremos manteniendo que existen dos mundos, el del dinero, que lo puede casi todo, y el de aquellos que han de someterse, por las buenas o por las malas, a sus designios. EEUU ha decidido en razón de sus intereses ir a esa guerra. Y todos deben acomodarse a sus deseos. EEUU y sus sumisos aliados están en un lado de la frontera y que no es otro sino el del poder puro y duro. Ésa es la nuez y el resto es cáscara. No negamos, por eso, o al menos no lo niego yo, que en ocasiones no sepamos ser más equilibrados en nuestros razonamientos o que deberíamos estar más atentos a otros defectos reales de nuestro mundo. Sin duda. Pero no somos dioses y estamos rodeados de las imperfecciones que cualquier postura comprometida lleva consigo. Y confesamos, o al menos confieso, que soy menos exigente con los pobres que con los que diseñan desde siempre nuestras vidas. Nos esforzaremos, desde luego, en ser más justos y caer en menos incorrecciones lógicas que los del otro lado (aunque todavía nos ganen, en irracionalidad, por goleada). Pero, repito, no es ésa la almendra del problema.
Queremos otro mundo. Deseamos que cambien las cosas de arriba abajo. En este punto puede aparecer la voz sigilosa o tronante de los bienpensantes y preguntar si hay alguna garantía de que el mundo que proponemos vaya a mejorar mucho la situación global del planeta. La respuesta es clara: no damos más de lo que tenemos. Y, así, reconocemos las muchas equivocaciones en las que los movimientos liberadores y la izquierda emancipatoria han cometido. Pero sí estamos seguros de una cosa: para que la justicia se pose en este mundo es necesario cambiar las reglas del juego. Unas reglas que han decretado que hay que poner en funcionamiento la maquinaria militar, que el petróleo les pertenece, que los países han de responder a sus designios y que nadie ose moverse. Contra esto somos, cómo no, altermundistas. Y decimos no sólo No a la guerra sino No a todos lo que, de una u otra manera, la toleraron, la tolerarían si estuvieran en el poder o la aprovechan como medio para sus intereses. Nuestro No a la guerra es rotundo, tiene pasado, presente y futuro y no se inscribe en ningún programa electoral de los que se rifan. Por eso y para evitar malentendidos, A la guerra no.
*Javier Sádaba es Catedrático de Ética de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM)
Tomado de Rebelión
Regresar