17 de febrero de 2003
Pablo Sebastián
Cuando a finales del verano Aznar, sin debate en el Gobierno ni en el seno del PP, decidió apoyar la guerra de Irak que por aquel entonces ya había decidido el presidente Bush, nunca pensó que se iban a presentar problemas políticos y obstáculos diplomáticos como los que han salido al paso de este diseño belicoso de Washington en el que el presidente español ha situado a nuestro país en la primera línea de tiro. Y por supuesto nunca se imaginó, ni en la Casa Blanca ni en la Moncloa, la masiva contestación ciudadana contra la guerra, y de paso contra la presidencia de Bush y contra el Gobierno español en lo que a nuestro territorio se refiere.
Los estrategas de la guerra primero tomaron la decisión de atacar Irak, ocupar su territorio y controlar su petróleo, y luego pusieron en marcha toda una serie de iniciativas propagandísticas y diplomáticas y presiones políticas y económicas para controlar y doblegar a las primeras naciones representadas en la ONU, la OTAN y la Unión Europea. Pero el burdo discurso imperial de la guerra preventiva de Bush y la flagrante ausencia de pruebas sobre el presunto peligro atómico o bioquímico iraquí provocó la aparición de un frente político y diplomático contra la guerra que fue liderado por Francia y Alemania, que ha sido secundado por Rusia, China y otras naciones y que ha bloqueado la ONU y la OTAN y dividido la Unión Europea, que hoy se reúne en Bruselas a sabiendas de que no conseguirá un acuerdo que unifique las posiciones entre uno y otro bando.
Hace unas semanas los halcones de Washington y sus aliados de Londres y Madrid afirmaban con presunción que los gobiernos de París y Berlín y el resto de naciones con derecho a veto en la ONU acabarían sumándose a la guerra de Bush. Pero se han equivocado, los dos informes de los inspectores de la ONU que investigan en Bagdad el desarme de Irak han echado por tierra todos los planes belicistas de Washington, que buscaba en las conclusiones de las inspecciones cualquier palanca o excusa para atacar.
Las pruebas que Colin Powell presentó en el Consejo de Seguridad de la ONU resultaron falsas, el discurso plagiado de Tony Blair sobre el armamento de Irak resultó otra pantomima, como en España se desinfló la detención en Barcelona de un presunto comando de Al Quaeda. A la vez, el secretario de Defensa americano, Donald Rumsfeld, insultó a la "vieja Europa" y comparó Alemania con Cuba y Libia, mientras Aznar descalificaba a Zapatero por no apoyar la guerra y Blair entraba en crisis en su propio partido. Como guinda de este pastel, el pasado sábado millones de ciudadanos europeos se echaron a la calle para decir no a la guerra y denunciar la agresividad de Bush y de sus más firmes aliados, de los que se ha ido descolgando Italia, al menos de la primera fila de tiro, donde España sigue de una manera sorprendente como el más aguerrido de los gobiernos.
Aznar se sumó en el pasado otoño a la estrategia de Bush y desde entonces no ha dicho una sola verdad. Su llorosa declaración en Antena 3 TV pidiendo la comprensión de los ciudadanos se quedó en nada al día siguiente cuando su ministra Palacio pronunció un agresivo discurso en el que por su cuenta anunció el fin de las inspecciones de la ONU, llegando en sus conclusiones ante el informe favorable a Irak de los inspectores más lejos que Estados Unidos o Gran Bretaña.
La ministra seguía instrucciones de Aznar y llevó escrito un discurso que sólo retocó un poco a la vista de la declaración de los inspectores, de la que sacó una interpretación contraria a la que obtuvieron todos los demás presentes en la reunión, incluido Colin Powell. Y por supuesto todos los analistas e informadores de Naciones Unidas. De ahí que ahora España, pidiendo el fin de los trabajos de los inspectores, se ha quedado completamente sola, porque Londres ya pide una nueva serie de inspecciones y Aznar se ha visto obligado a seguir la nueva estrategia de Estados Unidos para decir que hace falta otra resolución que fije un tiempo mínimo para el desarme. Es decir, para que pueda comenzar la guerra cuando las tropas de Bush estén listas para atacar.
La decisión con la que Aznar está actuando en favor de Bush y de la guerra es asombrosa. Ni siquiera en la Guerra del Golfo, cuando Irak invadió Kuwait, España tuvo un papel tan activo y militante. Pero Aznar no puede volverse atrás, lanzó discursos en favor de la guerra durante meses, recogió firmas en Europa para Bush, se ha lanzado a ciegas en los debates del Consejo de la ONU y ahora quiere que la Unión Europea apoye un ultimátum de la ONU a Irak para darle a Bush un resquicio para atacar. Ultimátum que no se aprobará ni en la ONU ni en la UE.
Aznar pedía compresión a los españoles, pero él no ha comprendido el mensaje de los millones de ciudadanos que se manifestaron el sábado en contra de la guerra y de su Gobierno, al que, tarde y mal, Aznar ha pedido que salga a dar la cara por él, como se ha visto en las múltiples entrevistas que han aparecido este fin de semana en medios de comunicación. Ayer recibía en la Moncloa a Jeb Bush, pronto viajará al rancho del presidente americano y espera presentarse hoy en Bruselas como el representante de hierro de Washington en el seno de la Unión Europea.
El presidente español actúa más como un agente americano que como el primer mandatario de un país soberano al que no escucha en estos días pero al que oirá en las elecciones municipales del mes de mayo. Bush, Blair y Aznar no esperaban la contestación de otros países a su guerra ni las millonarias manifestaciones de ciudadanos de todo el mundo. Pero todavía siguen empeñados en el ataque y ahora se consuelan diciendo que una victoria rápida en Irak hará cambiar a todos de opinión. Pues se volverán a equivocar, porque esta guerra anunciada ya no es sólo contra Irak sino contra un sentimiento europeo y mundial, ya ha dejado huellas y fracturas importantes en la ONU, en la UE y en la OTAN. La victoria militar ya no podrá solucionar la derrota de la verdad, del derecho internacional y del clamor mundial por la paz.
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