1 de marzo del 2003
Un consejo sobre Irak de los que ya pasaron por ahí
Robert Scheer
Los Angeles Times
Los Angeles Times, 25 de febrero de 2003
Traducido para Rebelión por Germán Leyens
Las alianzas en "Survivor" tienen más estabilidad y lógica que las que tiene actualmente EE.UU. Necesitamos una emisión semanal especial de dos horas para saber dónde estamos.
¿Ya compramos a Turquía?. ¿Qué suponen 15.000 millones de dólares para un mercenario necesitado? ¿Y es Siria, el enemigo jurado de nuestro enemigo, Sadam Husein, nuestro nuevo amigo?
Pero, si Pakistán es la dictadura que apoyó a los talibán, ¿por qué nos tapamos los oídos y tarareamos el tema de "Friends" cada vez que alguien habla de sus bombas nucleares y de su colaboración de miedo con Corea del Norte?
De repente nos gustan esos quema-banderas en Teherán -poseedores de un programa de armas nucleares que sería el sueño de Husein- tanto que les hemos dado las llaves de Kabul a sus muchachos en la Alianza del Norte, y que ahora podríamos abrirles la puerta trasera para que se apoderen del sur de Irak chiíta.
Por otro lado, nuestro antiguo aliado Alemania y nuestro nuevo aliado Rusia han sido degradados por debajo de nuestro perro faldero Bulgaria, por atreverse a sugerir que el Emperador Bush anda desnudo; mientras que a la soberbia China se le conceden unos días de gracia, porque, como es nuestro principal socio comercial, mantiene a Wal-Mart bien provisto de juguetes patrióticos animatronic. Si no nos preocupara que vamos a quemar los waffles, probablemente ya hubiéramos despachado unos pocos misiles crucero a la antibélica Bélgica.
Los locos en Pyongyang reciben una mezcla de obligada paciencia y de circunspección física, mientras parece que pensamos que otra tanda de terapia de electrochoques sería la cura para el atribulado Irak.
Y aunque ahora nos gustan los kurdos y los chiítas de Irak, más vale que cobren antes del próximo desafío de inmunidad, cuando podrían llevarse la peor parte con cualquier general iraquí maleable que escojamos para que maneje nuestros nuevos campos petroleros.
¿Todo este barajar de amigos y adversarios es sólo realpolitik, igual como ignoramos el caos del conflicto israelí-palestino como si fuera un conveniente espectáculo secundario? ¿Como cuando el presidente Reagan cerraba acuerdos secretos de armas con los fundamentalistas de Teherán, incluso cuando enviamos a Donald Rumsfeld a Bagdad en 1984 para reafirmar nuestro apoyo a Irak, después de que la ONU documentó su uso de gas tóxico contra las tropas iraníes?
A pesar de este cuadro confuso, entonces y ahora, sabemos todos, gracias a nuestros ilustrados participantes en los programas de entrevistas, que hay una nación que es maldad pura, un país repugnante que amenaza con socavar la seguridad del mundo con sus mentiras, su doble juego y su obstinado desafío, un estado sin el cual el Mundo simplemente sería mejor.
Hablamos, por cierto, de Francia. Comedores de brie. Meseros hoscos. Colaboracionistas en la II Guerra. Y ahora, cobardes traidores en la cruzada contra el Nuevo Hitler.
Esta idiotez se basa en una memoria histórica altamente selectiva, incluyendo el hecho de que EE.UU. se negó a entrar a la guerra contra Hitler hasta después de la caída de Francia. También nos impide ser capaces de escuchar a una nación que ha pasado por la ruta por la que vamos viajando.
El imperialismo siempre ha sido ensalzado en casa como algo en lo que no se puede perder y se ayuda a los pueblos damnificados del mundo, mientras se apodera de lo que se puede, y en Paris las cosas no eran diferentes. Las guerras coloniales de Francia fueron libradas bajo las banderas rivales del catolicismo y de la Revolución Francesa; el objetivo era civilizar a los nativos. Un millón de franceses renunciaron a los placeres de la vida en el centro de Europa sólo para colonizar Argelia, construyendo escuelas, iglesias, hospitales y burocracias civiles.
En última instancia, sin embargo, el precio de la arrogancia de Francia fue escrito en grandes letras con la sangre de sus hijos e hijas durante dolorosas décadas, desde la caída de Dien Bien Phu hasta la Batalla de Argel, desde las protestas estudiantiles del 68 hasta las bombas que aterrorizaron Paris.
Uno de los caídos fue un francés soldado y periodista llamado Bernard Fall. Murió cuando pisó una mina del Vietcong mientras acompañaba a una patrulla de EE.UU., pero no antes de haber escrito de manera absorbente sobre el inevitable hedor de las rancias ambiciones imperiales. Pero dejemos que Colin Powell nos explique.
"Recientemente leí el libro de Bernard Fall sobre Vietnam, 'Calle sin alegría'", escribió el Secretario de Estado y veterano de Vietnam en su autobiografía de 1995. "Fall deja dolorosamente en claro que no teníamos casi ninguna idea de en qué nos habíamos metido. No puedo dejar de pensar que si el presidente Kennedy o el presidente Johnson hubiesen pasado un tranquilo fin de semana en Camp David leyendo ese perspicaz libro, hubieran vuelto a la Casa Blanca el lunes por la mañana y comenzado de inmediato a buscar una manera de sacarnos de las arenas movedizas de Vietnam."
Muchos creen que EE.UU. es simplemente incapaz de imperialismo o incluso de equivocarse, que somos los agentes de la democracia por decisión divina, esa reluciente Ciudad en la Montaña mencionada tan frecuentemente por Reagan. Pero la lección de Francia es que llegar a alguna parte con la bandera de la libertad no es garantía de que usted o los que va a "liberar" no vayan a lamentar que usted se haya ido de casa.
Copyright 2003 Los Angeles Times
Tomado de Rebelión
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