6 DE ABRIL DE 2003
La guerra por la hegemonía del dólar
JUAN AGULLO
Masiosare
En noviembre de 2000, Bagdad decidió vender su petróleo en euros. Win-win: bueno para Europa, bueno para Irak. Estados Unidos, fuera del negocio. Peligroso precedente. En este mundo, el que no siembra dólares, recoge tempestades. ¿Mercado libre?
EN IRAK NO SE COMBATE POR EL PETROLEO sino por el control de su precio. Más aún: porque éste se siga vendiendo en dólares, no en euros. George W. Bush trata de lograr en el campo de batalla lo que no consigue en los mercados financieros. Esta guerra no es una prueba de fuerza sino de debilidad. Un reflejo del momento por el que atraviesa la dominación estadunidense: militarmente aplastante, monetariamente titubeante. El dólar ya no es lo que fue: la irrupción en escena del euro le restó competitividad minando, de paso, las bases estructurales de un mundo unipolar.
Véase, sí no, lo que sostiene el analista estadunidense W. Clark: "Esta guerra es un intento preventivo para iniciar una masiva producción de petróleo mucho más allá de las cuotas de la OPEP, para reducir los precios globales del petróleo y desarmar así los controles de precios de la OPEP. El objetivo final de los neoconservadores es increíblemente atrevido, pero simple en su intención: utilizar la 'guerra contra el terror' como premisa para disolver por fin el proceso de toma de decisiones de la OPEP. Impidiendo así en última instancia que el cártel pase inevitablemente a fijar los precios del petróleo en euros" (Las verdaderas razones para la próxima guerra contra Irak: un análisis macroeconómico y geoestratégico de la verdad que no se menciona, en http://www.jornada.unam.mx/www.ips.org).
Actualmente, 80% del comercio internacional; 50% de las exportaciones y 60% de las reservas monetarias mundiales se siguen cotizando en dólares. Regalías heredadas que -desde 1973- Washington le cobra al mundo por garantizar su estabilidad financiera. Una de las bases más firmes de un poderío que comienza a ajarse. Últimamente hay signos inquietantes: el déficit comercial de Estados Unidos ronda el 5% de su PIB; el monetario, el 60%, y el presupuestario se acelera como paradójica consecuencia -entre otras cosas- de la política armamentista fomentada por la administración Bush. Males, todos ellos, anteriores al 11-S.
En Argentina, por mucho menos, hubo una devaluación escalofriante, seguida del enésimo plan de ajuste estructural. Pero Estados Unidos no es Argentina: su moneda ejerce de patrón monetario internacional y su ejército, de gendarme mundial. La principal excepción al mercado libre: un dispositivo socio-político llamado Casa Blanca que sigue determinando la ley del valor. En Irak no combate al "régimen tiránico de Saddam Hussein", sino a las tentaciones -cada vez más extendidas por rentables- de apostarle al euro como moneda de referencia. De bipolaridad -como de paz- ni hablar: Bush tiene sus razones.
Irak nunca fue un peligro para la humanidad, pero sí un "mal ejemplo". En noviembre de 2000 -cuando faltaban dos meses para que la nueva moneda europea comenzara a circular- renunció al dólar como patrón de referencia. Hacía, entonces, poco más de un año de la guerra de Kosovo, la primera iniciativa militar estadunidense al margen de la ONU. Fue canalizada a través de la OTAN. Europa, aquélla vez, calló. Lo pagó caro: bombardeos indiscriminados a un millar de kilómetros de Frankfurt -sede del Banco Central Europeo- le hicieron perder al euro -en pocas semanas- un 15% de su valor inicial. ¿Primer aviso?
Quizás infructuoso: los otros dos países que -junto a Irak- componen el llamado "eje del mal" también soltaron lastre con respecto al dólar. Nueve meses después de ser puesta en el punto de mira por el Pentágono y cuando la campaña contra Irak era un hecho, Corea del Norte abrazó el euro. Irán prefirió ir más lento. De momento, parte de su comercio exterior y de sus reservas monetarias ya no se cotizan en dólares. Se plantea ahora la medida a la que Washington más le teme: vender su petróleo en euros. Legal, legítimo, pero arriesgado: las desdolarizaciones de hoy equivalen a las nacionalizaciones de ayer.
Acumular euros es, sin embargo, atractivo. Sólo en 2002, dicha moneda incrementó su valor con respecto al dólar en un 17%. Gracias a esa alza, Irak dispuso de más dinero para comprar alimentos. Brasil, China, Cuba, Rusia y Venezuela se atrevieron a dar pasos en esa dirección. Les costó caro: se les acusó de fabricar armas químicas, de tener regímenes dictatoriales, burocracias corruptas, etcétera. En Venezuela, incluso, se llegó a alentar un fallido golpe de Estado contra un gobierno democráticamente electo. "Con nosotros o contra nosotros". Los costos de la "infidelidad" son el corolario de la guerra contra el terrorismo.
La Venezuela de Hugo Chávez no preocupa en Washington por su discurso nacionalista. Tampoco por su petróleo. El cuarto productor de crudo del mundo -segundo suministrador de Estados Unidos- necesita vender: 70% de sus ingresos fiscales dependen de ello. Washington fue siempre un buen cliente. Quizás por eso no perdona al presidente Chávez la revalorización política de la OPEP que promovió: una "infidelidad". Desde entonces, el precio del petróleo anda "descontrolado". Peor aún: si las cosas empeoran puede que Estados Unidos termine pagando ese "descontrol" en euros. Conmoción y pavor.
Atiéndase, si no, a lo que sostuvo hace un año -durante una visita a Madrid, España- Yavad Yaryani, jefe del Departamento de Análisis de Mercado de Petróleo de la OPEP: "Si el euro desafiara al dólar en su bastión, lo que esencialmente podría incluirlo en la denominación de las facturas por petróleo, podría suceder que emerja un sistema que beneficie a más países a largo plazo. Tal vez, con un aumento de la integración europea, esto pueda hacerse realidad. El tiempo estará a su lado. Le deseo mucho éxito al euro". Todos los indicios apuntan a que por entonces Washington diseñaba su ataque contra Irak.
Los expertos creen que la cotización en euros de las materias primas y de los recursos naturales es cuestión de tiempo. La bipolaridad monetaria puede retardarse pero no impedirse: simple lógica económica. Además, con precedentes: el euro de 2003 es al dólar lo que este último fue a la libra esterlina -británica- hasta 1973. La pérdida de la hegemonía monetaria, pues, no tiene porqué ser brusca. Hay algo que, sin embargo, preocupa en Washington: que la OPEP, en lugar de calcular sus precios en función de una canasta monetaria compuesta por dólares y euros -como sería lógico-, decida hacerlo exclusivamente en euros.
El dólar, entonces, se derrumbaría. Algunos expertos calculan que sufriría una devaluación parecida a la de los años treinta. La economía mundial correría el riesgo de ir detrás. Apocalíptico. Posible aunque improbable. Un golpe al unipolarismo que pudiera ser asestado desde la OPEP por países que -como Venezuela, Irán o Arabia Saudita- le guardan rencor a Estados Unidos por su hostilidad. Con el euro y la OPEP, pues, la potencia imperial pende de un hilo. Seguridad Nacional. Washington guarda un as en la manga: su poderío militar. Para George W. Bush, el complemento necesario.
La batalla por la hegemonía mundial -suele olvidarse- también tiene su frente interno. En Estados Unidos, desde mediados de los ochenta, compiten entre sí algo más que demócratas y republicanos. Dos opciones de capitalismo: la una, ascendente; la otra, declinante. La primera -ligada a los demócratas- se mueve a partir de fuentes energéticas renovables y se orienta hacia un desarrollo tecnológico, dinámico y transformador. Clonación. Sectores como la computación, la biotecnología o la ingeniería genética son sus banderas. Explotación, circulación y valorización del capital intelectual. America on line.
Enfrente, la opción republicana. Se mueve a partir de fuentes energéticas agotables que, como el petróleo, generan utilidades muy elevadas pero requieren de importantes inversiones en tecnología mecánica. La única competencia admitida es la que tiene lugar dentro del sistema (in): la que viene desde fuera se reprime (out). God bless America. Incluso Dios necesita instrumentos: en concreto, un dispositivo socio-político a partir del cual organizar un aparato militar -destructor-, que garantice el éxito de recurrentes intervenciones estabilizadoras -reconstructoras- al servicio del capital industrial y financiero. Escuela de Chicago.
Los compartimentos no son estancos pero la lucha es encarnizada. La opción más moderna de capital valora la integración: necesita compartir, no repartir. Admite la bipolaridad. Es tan elástica que puede llegar a ser complementaria: transmisores y microbios pueden ser armas de destrucción masiva o palancas de desarrollo. Ocurre sin embargo que petróleo y misiles no son negociables. Compartir acabaría con la base económica de la opción más arcaica del capital. Por eso, para comprender mejor esta guerra, donde diga Estados Unidos ponga republicanos, y donde Irak, euros. Se sorprenderá.
La Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) es una de las pocas instituciones que inquietan a Estados Unidos. No por casualidad: controla más de 70% de las reservas mundiales. Ello le permite determinar la producción y por ende, el precio internacional del petróleo. Desde que fue fundada en 1960 -precisamente en Bagdad- su influencia en la economía mundial es determinante.
En Washington nunca gustó la OPEP. Ahora, a partir de la "guerra contra el terror", George W. Bush parece decidido a dinamitarla: desde afuera (incrementando la producción de países no afiliados) y desde adentro (invadiendo Irak, uno de sus impulsores). Sus miembros no logran articular una postura común ni ante la guerra contra Irak -uno de sus miembros- ni ante la posguerra. Estos son sus planteamientos:
Tomado de La Jornada
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