17 de marzo

02 de marzo del 2003

EL OFICIO DE INCORDIAR

¿Por qué la guerra?

José Rafael Ruz Villamil
Diario de Yucatán

El autor, José Rafael Ruz Villamil, opina sobre la política exterior de los Estados Unidos y su afán imperialista, que no conoce límites.

'El escritor William Manchester recordaba que, después de matar a un soldado japonés en el Pacífico, clamó 'Lo siento' y empezó a sollozar, antes de vomitar y de orinarse en su uniforme... [en otro momento] farfulló un joven soldado americano de infantería después de clavarle una y otra vez la bayoneta a un hombre hasta matarlo: 'Me sentí mal... Mi padre me enseñó que no había que matar''. Con frases como éstas, en la introducción de su libro La Segunda Guerra Mundial. Una historia de las víctimas. (Barcelona, 2002), la historiadora Joanna Bourke comienza a enfrentar al lector al horror de la guerra. Y, si bien la misma autora hace notar la existencia de numerosísimos volúmenes escritos sobre el tema, lo que justifica su trabajo -y la lectura del mismo- es el tratamiento de la cuestión desde la óptica de quienes, en primera instancia, padecieron en su propio cuerpo, en su vida misma las consecuencias de este absurdo que se deriva del que un 'gran número de personas estén dispuestas a matar a otras tantas'

La lectura y la reflexión del trabajo de Bourke vienen a resultar pertinentes por estos días en los que la guerra ocupa de nuevo, a partir de los hechos de 11S, la atención de cada vez más y más ciudadanos de este mundo nuestro ya indudablemente globalizado.

Y es que la administración del presidente Bush -el segundo Bush- no encontró mejor término que guerra ('we are at war') para referirse a la destrucción de la torres del World Trade Center y de un fragmento del Pentágono: la interpretación y el planteamiento del actual Presidente de EE. UU., una vez recuperado del pánico que lo mantuvo a salto de mata y en el aire por varias horas, con relación a lo que vino a ser un atentado o una agresión, pero no el inicio de una guerra en cuanto que ésta significa -o había significado hasta ahora- una 'desavenencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias' o más bien una 'lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación', derivó de la necesidad de desagraviar el orgullo de una nación que, hasta entonces, nunca había experimentado en su propio territorio la destrucción y la muerte que, con la misma o mayor intensidad, han estado presentes en tantas y tantas naciones y en algunas de ellas con regularidad escandalosa.

La estrategia funcionó, en un principio al menos, para una mayoría de estadounidenses que encontraron expresados sus sentimientos tanto en el discurso del segundo Bush como en la expedición punitiva a Afganistán en busca del presunto responsable del 11S. Vale decir que la mayor parte de la comunidad internacional entendió -o al menos aceptó por solidaridad- la intervención de marras en nombre de la neutralización de lo que se presentó como la matriz del terrorismo internacional. Vale también recordar que la búsqueda de Bin Laden resultó un fracaso total.

Y es precisamente a partir del tal fracaso que el segundo Bush dirige su discurso belicista hacia Irak, partiendo de la presunción de que este país encabeza la lista de los proveedores potenciales de Al Qaeda. Vale insistir que se trata de la presunción de una posibilidad y no, en modo alguno, de hechos consumados y menos probados.

Es así que, en la lógica de la racionalidad y de la civilidad, la oposición al discurso y a la guerra posible del segundo Bush contra Irak ha crecido en forma paralela a la terquedad de éste último. De este modo, EE.UU. no ha podido encontrar en el Consejo de Seguridad de la ONU la legitimidad para su dinámica belicista. Más aún, ha sido en Alemania y Francia -ésta última miembro permanente del Consejo y con derecho a veto- donde se ha generado, no sólo el rechazo más firme a la guerra, sino la contrapropuesta a la acción armada que contempla la intensificación, tanto cuantitativa como cualitativa, del trabajo del cuerpo de inspectores de la ONU en Irak, a más de la creación de un centro de coordinación y tratamiento de las informaciones para los mismos, en el entendido de que, de tener Irak armas de destrucción masiva o capacidad e infraestructura para construirlas -motivo aducido por Bush para la guerra-, el trabajo de inspección y, correlativamente, de contención por la presión internacional resultarían más eficaces que un despliegue de fuerza unilateral por EE.UU. con la destrucción consiguiente tanto de vidas humanas como de instalaciones civiles.

Con todo, EE.UU. ya ha desplegado una fuerza de 110,000 soldados en la región del Golfo Pérsico, de ellos 51,000 en Kuwait con equipamiento pesado, amén de 35,000 soldados británicos y más de ambas naciones que se preparan a partir a la zona de conflicto. De otra parte, estimados económicos consideran que la guerra del segundo Bush podría costar entre 120 billones de dólares -con un desenlace rápido- y 1,595 billones de dólares -si resulta exitosa pero prolongada-. Se trata, pues, de cientos de miles de vidas humanas, tanto estadounidenses como iraquíes, que, de estallar la guerra, nunca volverán a ser las mismas. Se trata, también, de recursos económicos exorbitantes destinados directamente a la muerte en un planeta en que la miseria en forma de hambre, enfermedad, ignorancia y más, cobra un sinnúmero de vidas humanas sin necesidad de disparar una sola arma.

¿Por qué, entonces, la guerra? Difícil responder si se toma en cuenta que incluso el viejo argumento del control del petróleo resulta insuficiente para explicar un absurdo que ya comienza a tener consecuencias tanto políticas como económicas a nivel global, EE.UU. incluidos.

Claudio Guillén -catedrático de Literatura Comparada y miembro de la Real Academia Española- publica un artículo (El lenguaje y la guerra, 'El País', 14.02.03) que puede dar alguna luz sobre lo en apariencia inexplicable: el segundo Bush se ha encastillado en su propio discurso -'we are at war'- a tal punto que dar marcha atrás significaría una derrota inadmisible para el pueblo de EE.UU. Y es que una vez encarnado al enemigo en la persona de Saddam Hussein, la llamada 'hiperpotencia' necesita ejercer su razón de ser en el ámbito internacional, así esto suponga una involución histórica en cuanto que regrese a los criterios y las prácticas colonialistas del siglo XIX.

En la lógica de Stalin -'la muerte de una persona es una tragedia, un millón de muertos es una estadística'- el segundo Bush habla de la guerra como si fuese una abstracción; no lo es en modo alguno: se trata de seres humanos matando y muriendo. Geográficamente más lejos o más cerca de Irak, la sinrazón de la muerte es asunto de todo hombre por el hecho de serlo -en nombre de la Iglesia de Jesucristo, el Papa Juan Pablo habla y lucha por la paz-. El rechazo a la guerra, no quepa duda, habrá de hacernos humanos.

* José Rafael Ruz Villamil es sacerdote católico. Actualmente trabaja en la Arquidiócesis de Yucatán como Capellán de la Clínica de Mérida, como asesor de algunos grupos de estudio para laicos y como colaborador del Diario de Yucatán.

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