17 de marzo

19 de febrero de 2003

Este imperio no tiene quien le cante

La primera guerra del resto de las guerras

poetas.com

En este momento la potencia imperial se apresta a lanzar otro zarpazo. Con más poder militar que nunca antes, pero a la vez enfrentando un nivel de rechazo a sus políticas que no tiene precedentes. Ensoberbecida por la falta de un campo socialista que mal que bien frenara sus afanes expansionistas y hegemónicos durante la guerra fría. Impulsada por el interés monopólico de control de recursos naturales y humanos, en definitiva consecuencia natural de la libre competencia y el libre mercado. Pero también por un trasfondo que se deja a veces entrever: una concepción apocalíptica subyacente a una urgencia de terminar de una vez con toda oposición, con toda resistencia, con toda diferencia. De dar el paso definitivo hacia lo que algunos de sus corimbantes llaman el fin de la historia.

La guerra contra Irak no será la última, ni lo será luego la 'solución' del problema iraní, norcoreano, colombiano, venezolano, cubano, quién dice el día de mañana brasileño, o lo que vaya saliendo, lo que despierte la codicia insita de un sistema que sólo puede existir mediante la expansión y dominación totales. Entonces, esta guerra no será la última, así como no es la primera.

Y abandonando la personificación, digamos que la dinámica misma del régimen del libre concurrencia sin trabas, conlleva la subyugación o aniquilación de la competencia, la expansión hasta ocupar todos los mercados, el acopio de todos los recursos, el uso de toda la fuerza de trabajo, la conversión de todo ente en mercancía, la búsqueda de la ganancia absoluta y el insumo cero. Si no existe un enemigo, o si el próximo despliegue de recursos a procesar y consumir así lo exige, se creará un enemigo. Así, nunca faltará el adversario que acecha más allá del centro, en la periferia de los que propiamente no son, en el vasto mundo abierto a la explotación, o más adentro, en el recóndito inconsciente colectivo en que se agitan los fantasmas de una cultura que ha mitificado a la violencia, estigmatizado la pobreza, tiene recelo hacia lo diferente, y una moral del cálculo, desde que hace siglos Calvino le abrió la puerta del templo a los mercaderes.

No creemos estar frente a la última fase del capitalismo imperialista, ni en la cúspide de la globalización. El futuro entrevisto en nuestros peores sueños muestra un centro industrializado dirigido y controlado por una vasta red de aparatos y personeros en representación de megacorporaciones, masas alienadas por la droga y los medios de comunicación, dominio que se ejerce sobre el resto del mundo a través de una combinación de funcionarios de organismos trasnacionales y de yanaconas en los centros coloniales, ejerciendo y administrando la explotación de los recursos materiales, humanos, genéticos, sin trabas reguladoras, con nuevas formas de esclavitud y aprovechamiento del trabajo y la materia orgánica humanos que todavía condenan los discursos oficiales, pero que ya se anuncian: por ejemplo en el ingente tráfico internacional multipropósito de seres humanos, de la periferia al centro. Todo esto bañado en la sopa gaseosa de un medio ambiente más y más degradado.

Pero por otro lado, este imperio no tiene quien le cante

Por primera vez en la historia de los imperios, esta vez el poder mundial de turno no tiene bardos ni cronistas. Pareciera que todo aquel que tiene un mínimo de talento, educación o gusto está en estos momentos o impulsando una campaña contra las guerras de Estados Unidos, o participando en actividades culturales, comunitarias o políticas destinadas más o menos a lo mismo. Incluso los escritores apolíticos o tímidos, que no hay negar que hay bastantes razones para ser tímido en estos tiempos que corren, tratan de mantener por lo menos una actitud crítica. El discurso oficial del imperio y sus coristas es el más burdo y las explicaciones las más torpes. Desde Londres a Estambul o Amán, para dar ejemplos, las oligarquías clientes del imperio se apresuran a afinar la seguridad contra sus propias poblaciones, que muchas veces votaron al poder a esos mismos dirigentes con programas distintos a los que implementan, naciones que ahora están contra la guerra pero que de la noche a la mañana se encuentran sin poder ejercer sus derechos democráticos en esta área, si se trata de democracias, en países que en general, carecen de medios de comunicación de masas alternativos o disidentes.

Así, las masas que en las encuestas, donde se pueden hacer, condenan esta nueva aventura bélico-comercial, se ven privadas no sólo de los instrumentos de poder que les corresponden, sino que de ejercer el derecho a expresar su punto de vista por la prensa. Así como el derecho a la ley, el derecho a la expresión pública también es un asunto comercial.

No creemos que ninguna protesta vaya a detener la guerra, la masacre de civiles, el posterior protectorado y robo del recurso del petróleo por los conquistadores americanos y sus comparsas. El ridículo ruido de sables que hace vanagloriarse en los medios a los militares de grandes potencias ante la perspectiva de una guerra contra un país pequeño, llegará a su culminación. Pero la disidencia en general saldrá fortalecida.

Quizás la globalización, que como todo fenómeno es por lo menos dialéctico, a través de la comunicación electrónica, haya tenido una gran importancia en el debate y la concientización que tienen lugar, y haya ocasionado que en los países del mundo aliados o protegidas por el imperio, los gobernantes hayan tenido que frenar un poco sus actividades silenciadoras o represivas de movimientos sociales o étnicos, emprendidas bajo el eslogan prestado de la lucha contra el terrorismo.

Para volver a la antiutopía futura. Es evidente que el mundo del mañana, a la postre determinado por recursos finitos y población creciente, exigirá una racionalización extrema y una organización de derechos y recursos incompatible con el neoliberalismo y quizás con el libre mercado. Puede que ese mundo sea por lo menos habitable, si lo hace la gente progresista y humanista, o que sea una pesadilla, si es obra de quienes en este momento impulsan esta guerra.

Tomado de Rebelión

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