28 DE MARZO DE 2003
Juan Agulló
Masiosare
En Irak hay luna llena. Además, se acerca el calor: por eso se lanzó la guerra. La presión popular y las maniobras diplomáticas demostraron sus limitaciones. Nadie está dispuesto a pagar. A Washington le da igual: dar marcha atrás hubiera costado caro. Invadir, aunque ligeramente arriesgado, enriquece: la vieja lógica de la guerra.
Cualquier necio, confunde valor y precio (Antonio Machado)
EL ESTANCAMIENTO ECONOMICO de Estados Unidos antecede a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Cualquier analista lo sabe. La voluntad de relanzar el crecimiento no es ajena a la guerra: ni a la de Irak ni a la de Afganistán. Tampoco debe ignorarse. En 1999, refiriéndose al conflicto de Kosovo -el primero de la historia moderna que se hizo sin el consentimiento de la ONU-, Javier Solana, actual responsable de Política Exterior y Seguridad Común de la Unión Europea, afirmó: "En los Balcanes no hay petróleo, sólo valores". En Irak hay petróleo, pero lo que realmente cuenta es la guerra para determinar su precio.
La competitividad de una economía se mide por el costo de sus factores de producción. Durante los últimos 20 años, las políticas monetaristas han rebajado los costos laborales. La producción se ha abaratado, pero a costa de una pérdida constante de poder adquisitivo que ha terminado por enfriar las economías de los países centrales (Europa, Estados Unidos y Japón). Lo que ahora se pretende es la cuadratura del círculo: incrementar ligeramente el poder adquisitivo de los salarios sin restaurar derechos laborales ni perder competitividad. La única forma de hacerlo rápidamente es abaratando la energía.
Pequeño problema: desde 1998 el precio del petróleo se ha triplicado debido a una multiplicidad de factores. Hay uno determinante: el relanzamiento político de la OPEP como cártel de los principales países productores de crudo. La Venezuela de Chávez, suministradora de Estados Unidos, impulsó esa estrategia. Caracas necesita dinero para implementar sus prometidas políticas sociales. Arabia Saudita, suministradora de Europa, aceptó: necesita alejarse de Washington. La presencia de tropas estadunidenses en su territorio -es tierra santa- le acarrea demasiados problemas internos en forma de islamismo radical.
El principal objetivo de la política exterior del cártel petrolero que ostenta el poder en Washington (los Bush, Cheney, Baker, Rumsfeld, etcètera) es hacerse del control de los factores políticos que determinan el precio internacional del crudo. Se trata, al mismo tiempo, de un interés familiar y nacional. Recuérdese uno de los principios de la política exterior estadunidense: "lo que es bueno para la General Motors es bueno para América". Tampoco debe olvidarse uno de sus corolarios -enunciado por la actual consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice: "Estados Unidos sólo debe intervenir allá donde estén sus intereses".
La OPEP está, pues, en el punto de mira. Más, si cabe, en un contexto de deterioro de las relaciones de Washington con Arabia Saudita y Venezuela, dos de los principales miembros del cártel. La guerra de Afganistán tuvo que ver con este acoso silencioso: construir un oleoducto que atravesara dicho país y pusiera en el mercado los ingentes recursos petrolíferos del Asia central ex soviética para socavar el poder de la OPEP que, en los próximos años, controlará un porcentaje menor de la producción mundial. Una estrategia de presión "desde afuera" que suele ser complementada con la amenaza permanente de crear una "alternativa a la OPEP".
La guerra de Irak, sin embargo, debe ser interpretada como una presión "desde adentro". También complementaria. Hacerse del control de Irak, uno de los principales productores de petróleo del mundo, vaciaría de contenido político a la OPEP, dando así el control del precio del crudo a Estados Unidos, en general, y a unas pocas familias, en particular -con los Bush a la cabeza. Su precio se abarataría. A partir de ahí, manteniendo la competitividad constante, sería posible pensar en un relanzamiento económico acelerado por una inyección extra de capitales. Pero ¿de dónde saldrían esos capitales? Sencillo: de la guerra.
La guerra produce dinero, un principio muy viejo. Económicamente hablando es muy rentable siempre y cuando las estructuras socioeconómicas permanezcan intactas. Dicho de otro modo: la guerra de Irak -como la del Golfo- se autofinancia. Unica condición: toda inversión necesita de la cooperación activa de todos sus factores productivos. Si la maquinaria echa a andar sola existe el riesgo de que la ganancia estimada se convierta en pérdida y la victoria militar, en fracaso empresarial: por eso Washington, hasta ahora, ha tratado de ganar tiempo. De miramientos morales, nada.
Había, además, un detalle que impedía la reversa: la inversión inicial estaba hecha. Enviar 255 mil soldados, mil aviones y seis portaaviones a unos 12 mil kilómetros de casa, cuesta una fortuna. Washington ha puesto su parte: esperaba que sus socios hicieran lo mismo sin necesidad de forzarlos. Si todo funciona como en la Guerra del Golfo -y no hay razones para creer que se esté organizando de forma diferente-, Estados Unidos pagará aproximadamente una cuarta parte del costo total y los países árabes "aliados"el resto. Europa y Japón también pondrán lo suyo, pero indirectamente: a través del consumo.
La clave, en realidad, está en el precio del petróleo. A finales de 1998, el barril de Brent costaba 10 dólares. En septiembre de 2000 estalló en Palestina la segunda Intifada. El petróleo subió. Doce meses después ocurrió el ataque terrorista contra Estados Unidos. Por entonces, el Brent ya frisaba los 20 dólares. Washington había perdido el control del precio: sus petroleras lucraban, pero su economía se resentía y la competitividad de sus productos se desmoronaba. Había que intervenir. La simple amenaza de atacar a Irak ha puesto el precio del barril por encima de los 30 dólares. La economía de guerra está en marcha.
El venezolano Alí Rodríguez, ex secretario general de la OPEP (2000-2002), logró consensuar un acuerdo por el que los países miembros del cártel se comprometieron a mantener constante el precio del petróleo entre 22 y 28 dólares. Cuando, durante el último trimestre de 2002, Washington comenzó a presionar a Irak, el Brent estaba en 24 dólares: dentro de la orquilla. Sobrevino entonces el paro petrolero en Venezuela y el precio del crudo creció como la espuma: el pasado 15 de marzo, jornada mundial contra la guerra, el barril ya estaba en 31 dólares. Esos siete dólares de diferencia conforman la llamada "prima petrolera", una millonada.
Por como está estructurada la extracción y distribución de petróleo en Medio Oriente, los capitales extra están yendo a parar -a partes iguales- a los países árabes "aliados" y a las grandes petroleras estadunidenses y británicas. Por cierto que la francesa Total Fina Elf, la rusa Lukoil y la china COC tampoco están siendo ajenas al festín. Hasta ahora, a Bagdadformalmente sólo se le permite comprar alimentos. Washington, en cambio, ha utilizado los dividendos petroleros para financiar su propio despliegue militar. La inversión inicial no está costando dinero, pero replegarse -o sea, desinvertir- sí saldría caro.
Iniciar las hostilidades, en cambio, elevaría aún más el precio del petróleo -durante la Guerra del Golfo llegó a alcanzar los 42 dólares por barril. Tres objetivos de corto, medio y largo alcance estarían entonces muy cerca. El más inmediato sería pagar la factura de la acción bélica. Le tocaría a los "aliados" árabes y, por supuesto, al propio Irak: en eso se iría su "prima petrolera". En el ámbito estrictamente económico, por lo tanto, la guerra ni les beneficiaría ni les perjudicaría. A las esmpresas petroleras, constructoras y armamentísticas estadunidenses, todo lo contrario: la economía recibiría una inyección extra de capitales. Keynesianismo encubierto.
A Washington, en realidad, no le interesa controlar Irak. En el Pentágono están muy concientes de lo que significa "mirar a los ojos a un pueblo que los detesta hasta la médula" - como le recordaba hace unos días un grupo de veteranos estadunidenses a sus colegas actualmente movilizados. Afganistán lo evoca a diario. El objetivo final de la guerra de Irak justifica, pese a todo, el desgaste. Es la lógica del capital riesgo: Estados Unidos quiere controlar el dispositivo que determina los precios internacionales del petróleo, o sea, a la OPEP. Por eso esta guerra es una presión "desde adentro".
Relanzar el crecimiento económico mediante la importación intensiva de capitales es típico de una economía colonialista. Hacerlo con el control de los precios de la principal materia prima apunta más lejos. Imperio no es un tecnicismo historiográfico abstracto, sino un concepto dinámico concreto: según dos especialistas como Toni Negri y Michael Hardt, se trata de "la voluntad de garantizar la eficacia de un ordenamiento jurídico a partir del cual se estructure un mercado global". El "Nuevo Orden Mundial" que anunció el padre del actual presidente de Estados Unidos no es, pues, retórico: tampoco ajeno a la globalización.
La visión geoestratégica de Washington pasa por un planeta unipolar. A una superpotencia militar -sostiene la nueva doctrina exterior estadunidense- debe corresponderle el control político y monetario de la humanidad. Resolución y dolarización. "El derecho es el refugio de los débiles", afirmó recientemente uno de los principales asesores de George W. Bush, en línea con esta visión. Lógico: la globalización no es un proceso natural, sino política y jurídicamente determinado. Por ello, no es neutro: se inserta en un proyecto más deliberado, que liberal; más unificador, que único y, por supuesto, más totalizador que totalitario.
Tres polos se oponen al intento de redefinición política y socioeconómica de la humanidad que pretende articular Estados Unidos a partir de la guerra contra Irak: los países productores de petróleo, las potencias medias y el embrión de lo que la prensa internacional ya no duda en calificar "opinión pública mundial". Sus argumentos son, sobre todo, éticos y políticos, y sus intereses, económicos y morales. La dificultad que le están creando a Washington es -contra lo que se suele decir y pensar- fundamentalmente financiera, presupuestaria. El resto de disquisiciones, al Pentágono, no le interesan: basta con que contribuyan.
Por el momento, la mayoría de los implicados se niega. Los países productores de petróleo, por ejemplo, están conscientes de que su recientemente recuperada influencia política corre el riesgo de esfumarse, pero no -como durante los últimos 20 años- circunstancialmente, sino definitivamente. En cuanto cártel, la OPEP ejerce de contrapoder económico mundial. No es el único exponente de la multipolaridad con la que Washington quiere acabar: potencias medias que -como Francia, Rusia o China- poseen una bomba atómica y el derecho de veto se resisten a perder su capacidad de control por decreto.
Tercera resistencia: la de la "opinión pública mundial". Esta se opone a la guerra contra Irak - como dijo recientemente José Saramago- "para salvar la democracia, descaradamente pervertida". Pero sus planteamientos no son sólo éticos. En las sociedades de consumo cada vez cuesta más aceptar la pérdida de poder adquisitivo a cambio de difusas promesas de progreso, que nunca se traducen en una recuperación de los derechos perdidos. Sobre todo en la Europa del bienestar, sus ciudadanos se niegan al sacrificio. Prefieren apostarle a las energías alternativas: menos contaminantes y más baratas. Nada de guerras.
Tomado de Rebelión