17 de marzo

19 de marzo de 2003

En las ruinas de la diplomacia

The New York Times
Editorial

Estados Unidos va camino a la guerra. El presidente Bush le ha dicho a Saddam Hussein que debe abandonar el país o enfrentar el ataque. Para Hussein, deshacerse de las armas de destrucción masiva ya no es una opción. La diplomacia se ha descartado.

El país ahora está en un punto decisivo, no sólo con respecto a la crisis de Irak, sino también sobre cómo pretende definir su papel en el mundo de la posguerra fría. El presidente Bush padre y luego Bill Clinton trabajaron arduamente para impregnar este papel con los valores y las tradiciones de idealismo, internacionalismo y multilateralismo de Estados Unidos. Sin embargo, en el gobierno de George W. Bush, Washington trazó una ruta muy distinta. Los aliados han sido devaluados y la fuerza militar sobrevaluada.

Hoy esta lógica se pone en marcha en una guerra que se libra sin la compulsión de la necesidad, el respaldo de las Naciones Unidas o la compañía de aliados tradicionales.

Nuestra convicción sobre la necesidad de desarmar a Saddam jamás ha vacilado. Lo que nos perturba es la obstinación con que este gobierno ha procedido en este asunto.

Cuando la lucha comience, cada estadounidense pensará principalmente en la seguridad de nuestros soldados, el éxito de su misión y en la forma de reducir al mínimo las bajas entre los civiles iraquíes. No será entonces el momento adecuado para lamentarnos sobre cómo Estados Unidos llegó a este punto.

Hoy es el momento justo. La guerra corona un período de fracaso diplomático terrible, el peor de Washington al menos en una generación. El gobierno de Bush hoy preside un poderío militar sin precedentes. Lo que se arriesga a echar por la borda no es el poder de la nación, sino una parte esencial de su gloria.

Cuando este Gobierno asumió el poder hace apenas dos años, las expectativas eran muy diferentes. El presidente Bush era un novato en política exterior, mientras que su padre había sido un maestro practicante. Pero el nuevo Presidente parecía haber ensamblado un equipo de seguridad nacional con amplia experiencia. Este incluía a Colin Powell y Dick Cheney, quienes habían ayudado a forjar la coalición multinacional que luchó en la primera guerra del Golfo Pérsico.

Condoleezza Rice había ayudado a llevar a un final pacífico las divisiones de la Guerra Fría en Europa. La experiencia de Donald Rumsfeld en asuntos de gobierno y política internacional datan desde la gestión de Ford. Este equipo ya curado fue liderado por un hombre quien durante su campaña presidencial habló sobre la necesidad de que Estados Unidos ejerciera su poder con humildad, de llegar a sus aliados y de dejar de ser visto como un país pendenciero.

Pero este no resultó ser un equipo de veteranos juiciosos. Las arrogancias y errores que contribuyeron al actual aislamiento de Estados Unidos comenzaron mucho antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

Desde sus primeros días, este gobierno se separó del internacionalismo y de las preocupaciones de sus aliados europeos al abandonar el Protocolo de Kyoto y retirar su firma del tratado que establece la Corte Penal Internacional. A Rusia se le dijo bruscamente que debía aceptar el retiro de Estados Unidos del Tratado de Misiles Antibalísticos y la expansión de la Organización del Atlántico Norte hacia el territorio de la ex Unión Soviética. En el Medio Oriente, Washington se retiró a la barrera ante la peor espiral de violencia entre Israel y los palestinos, ignorando los ruegos de los países árabes, musulmanes y europeos. Si otras naciones hoy se resisten al liderazgo de Estados Unidos es, en parte, por esta infeliz historia.

La Alianza Atlántica ahora está más rasgada que nunca desde su creación hace más de medio siglo. Una era prometedora de cooperación con la democratización de Rusia está en peligro. China, cuya incorporación constructiva a los asuntos globales es crucial para la paz de este país, se ha apartado innecesariamente.

Gobiernos del mundo musulmán, cuya cooperación es tan vital para la guerra contra el terrorismo, hoy navegan cautelosamente entre la ira popular y el poder estadounidense.

La resolución del Consejo de Seguridad auspiciada por los estadounidenses que se retiró ayer tenía el firme respaldo de tan sólo 4 de los 15 miembros del Consejo y el rechazo de los principales poderes europeos, como Francia, Alemania y Rusia. Hasta los pocos líderes que se han mantenido apegados al gobierno de Bush en esta crisis, como Tony Blair de Inglaterra y José María Aznar de España, lo han hecho enfrentando una amplia oposición en sus países, lo cual ha implicado un daño tanto para ellos como para sus partidos.

No se puede ignorar la contribución que el mismo Bagdad hizo a esta debacle diplomática. Francia en su deleite de enfrentar a Estados Unidos, tuvo éxito principalmente enviando todas las señales equivocadas a Bagdad. Pero las propias contribuciones destructivas de Washington fueron enormes: su cambio de metas y principios, sus agendas cada vez más arbitrarias, su distanciamiento del tacto y tino diplomático, su empeño en doblegar al público y su incapacidad para convencer a la mayor parte del mundo de cualquier daño inminente.

El resultado es la guerra por una meta internacional legítima contra una tiranía execrable, pero una guerra que librará prácticamente solo. En este momento, cuando Estados Unidos necesita imperiosamente que el mundo vea sus acciones bajo la mejor perspectiva posible, probablemente serán vistas de la peor forma. Este resultado no era ni predestinado ni inevitable.

Versión: Violeta Linares

Tomado de Red Bolivariana

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