31 de marzo del 2003
Difícil creer que tras 10 días de ataques EU sigue peleando en Basora, Nasiriya y Najaf
Escepticismo, respuesta inicial ante las declaraciones de las fuerzas beligerantes
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT
Bagdad, 30 de marzo. En la azotea de la oficina de la televisora Al Jazeera, en Bagdad, se pudo oír cómo se acercaba el misil. Salió en picada entre las nubes de humo al sur del Tigris, pasó silbando la oficina y desapareció tras el viejo puente Ahrar. "¿Era lo que me imagino?", me preguntó el lector de noticias al otro lado de la línea, en Doha.
Ah, sí, claro. Era uno de esos días. Minutos antes, cuando platicaba con los enviados de Al-Jazeera en la villa que ocupan frente al río -una vieja mansión colonial con pasamanos de madera y pisos de mosaico de primorosos diseños azules y blancos-, escuchamos el estruendo de aviones supersónicos. Nos miramos con esa especial intensidad que los miembros del más exitoso canal de televisión árabe tienen cuando huelen peligro.
Hace sólo 18 meses los estadunidenses lanzaron un misil Crucero contra la oficina de Al Jazeera en Kabul, ataque por el cual no ofrecieron explicaciones ni disculpas. Eso sí, la semana pasada el primer ministro británico, Tony Blair, censuraba a la estación por haber mostrado el video de dos soldados británicos muertos en Basora, y hace unos días quién viene entrando en la oficina en Bagdad de la televisora si no Taiseer Alouni, ex gerente de la oficina en Beirut, quien tuvo la suerte de estar ausente el día del ataque del misil.
Escuchamos una explosión, la villa se estremeció y el reportero de guardia gritó: "¡A la azotea!" Dice mucho de Bagdad -y de Al Jazeera- que, mientras cualquier hombre y mujer en su sano juicio hubiera pegado la carrera hacia el sótano, ellos subieron corriendo las escaleras para mirar. Y sí, una columna de humo gris se elevaba al otro lado del puente más cercano, moteado por una cortina de proyectiles antiaéreos. Un día más, pues, en la historia moderna de Bagdad.
Había sido una noche "tranquila". La palabra tenía que emplearse en sentido amplio porque aquí no hay noches silenciosas, sólo largos anocheceres con ocasionales sirenas de incursión aérea y misteriosas explosiones cuya procedencia rara vez se descubre. Antes del amanecer, el prolongado estruendo de los B-52 muy adentro del desierto recuerda a los bagdadíes que los estadunidenses se acercan.
Ni siquiera después del anochecer de este domingo la USAF y la RAF dieron por terminada la jornada: quedaba tiempo para destruir unas cuantas centrales telefónicas más. La estación de transferencia frente al centro médico Saddam fue destruida por misiles, al igual que otra central grande ubicada cerca del río. Un corresponsal griego que se acercó al primer blanco llegó justo a tiempo para ver cómo un segundo misil se estrellaba en las ruinas dejadas por el primero; el conductor del auto donde él iba resultó herido.
Como de costumbre, el estallido dejó a la intemperie una docena de casas de civiles y destruyó talleres, una zapatería, un servicio de cómputo y el servicio de comida para llevar de Abu al-Harith. La placa de identificación de una puerta decía: "Casa de Abdulramán Makles Ajaldi, núm. 17". La casa parecía desierta, pero si el señor Makles regresa encontrará sólo un par de cuartos en pie.
Bagdad es también una ciudad de rumores, a veces confirmados, a menudo de tentadora oscuridad. El ejército iraquí había anunciado el arribo de voluntarios árabes, procedentes de todos los países de Medio Oriente que venían a combatir por Irak para "ganarse el cielo". Yo lo hubiera puesto en duda, de no ser porque el sábado me topé con tres jóvenes que llevaban chamarras de cuero, pantalones caquí y cascos negros y me informaron, con toda seriedad y con la sinceridad de la juventud, que tenían la intención de combatir y de ser necesario morir en Irak. Uno era palestino y sirios los otros dos; el primero me explicó que estaba inspirado por el patriotismo de la causa "panárabe" y por Dios. En forma que me pareció incongruente, añadió que era guitarrista y que le encantaba la música folclórica.
Otros dos aviones estadunidenses han sido derribados, sostuvo el ejército iraquí. Una vez más el escepticismo era una respuesta esencial, como lo es ante las constantes afirmaciones de las fuerzas angloestadunidenses. Y luego estuvo un oficial del partido Baaz que me encontré esta noche, mientras los jets estadunidenses pasaban sobre Bagdad en su vuelo de regreso. "Le dimos a un avión arriba del Tigris y vi cómo el piloto saltaba en paracaídas", me dijo. Añadió que el piloto era un árabe de los Emiratos. Cuando llegó a tierra, la gente se enteró de que era árabe y comenzó a golpearlo. Dijo que tenía una copiloto estadunidense, que también se había lanzado y fue capturada más tarde.
¿Cierto o falso? ¿Por qué tendría un árabe que volar sobre Irak en un avión estadunidense? ¿O sería el piloto, suponiendo que el relato tenga alguna sombra de realidad, un árabe-estadunidense de la Fuerza Aérea de EU? Hay otros relatos, como el de un piloto kuwaití también capturado. Ahora el rumor es que hay más de 500 prisioneros de guerra estaduidenses, la mayoría bajo custodia en la zona de Najaf. "Serán parte de una solución política si se da alguna", me dijo el oficial del partido Baaz. ¿Quinientos?, pregunto con incredulidad. No lo acepto. Pero tampoco creí jamás que, 10 días después del principio de esta guerra, los estadunidenses y los británicos seguirían aún peleando por Basora, Nasiriya, Kerbpala y Najaf.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Tomado de La Jornada
Regresar