marzo 30 de 2003
James Webb
The New York Times
La Nación, Buenos Aires, marzo 30 de 2003
ARLINGTON, Virginia.- La campaña militar había comenzado, como muchas otras a lo largo de la historia, con encendidas y exaltadas arengas de los comandantes de campo a sus tropas, reclamando coraje, paciencia, compasión por el pueblo iraquí e, incluso, hidalguía.
A la semana el conflicto se degeneró y se transformó en una inesperada monstruosidad en casi todas las zonas pobladas donde las fuerzas norteamericanas y británicas han sido combatidas.
Quienes creían -a partir de los informes de inteligencia y las declaraciones de los planificadores del Pentágono- que la población iraquí, y especialmente la que pertenece a los sectores chiitas del Sudeste, saldría a aclamar a las fuerzas anglonorteamericanas como si fueran libertadoras se encontraron, en cambio, con una tenaz resistencia. En Basora los soldados no fueron aclamados como libertadores, sino que fueron enfrentados con odio.
La fantasía de entusiastas muchedumbres que dan la bienvenida a los libertadores se esfumó tras los combates. Nasiriya nos da el panorama de una caótica táctica guerrillera, repleta de emboscadas, civiles muertos, bajas por fuego amigo y marines desaparecidos. La experiencia nos dice que esa especie de combate trae consigo animosidad y venganza. Otras informaciones confirman el rumbo que la guerra promete tomar: milicianos vestidos de civil que abren fuego y desaparecen.
Esas acciones no son más que la clásica táctica guerrillera, que no difiere de Vietnam. Allí, habitualmente enfrentábamos a soldados enemigos vestidos de civil, e incluso de mujer.
La confusión táctica y moral que envuelve esta clase de combate es enorme. También es un motivo por el cual los marines sufrieron tantas bajas en Vietnam. La resistencia guerrillera demuestra ser temible en la guerra en Irak, y mucho más eficaz que los combates que hasta ahora se han librado cerca de Bagdad. La mayor parte de las bajas norteamericanas hasta ahora fue provocada por acciones guerrilleras contra marines en Nasiriya. Hay quienes se sorprendieron, entre ellos quienes planificaron la guerra y quienes están en el frente.
¿Por qué? En parte por el pobre rendimiento de Irak en la Guerra del Golfo, en 1991, que hizo que muchos subestimaran su voluntad de combatir y pasaran por alto la diferencia entre retirarse de un territorio conquistado y defender el propio suelo. Mayormente, porque la idea de una feroz resistencia se contraponía a cómo se justificó esta guerra ante los norteamericanos.
Las estrategias de Irak y de Estados Unidos son parcialmente militares. Para los planificadores norteamericanos, la recompensa era la aceptación iraquí de una invasión con el propósito de cambiar el régimen. Si los iraquíes nos daban la bienvenida, les sería difícil condenar nuestra presencia a quienes cuestionaban el sentido de la guerra.
De ese modo, durante los aprestos para la guerra, ante el pueblo norteamericano se describió a los iraquíes como una población tan reprimida por Saddam que rápidamente se sublevaría para derrocarlo al llegar los norteamericanos. Eso fue lo que esperaron muchos marines al entrar en Irak. Del otro lado, el régimen usó su historia y el apoyo norteamericano a Israel y apeló al nacionalismo de su pueblo para resistir frente a la invasión. Los primeros indicios muestran que la invasión ha generado un tremendo rencor.
La primera etapa de los ataques aéreos fue política, dirigida a los líderes iraquíes. La actual campaña está planificada para vulnerar sus mejores unidades. El próximo paso probablemente sea una serie de combates con armas convencionales entre la infantería norteamericana y la Guardia Republicana. Estados Unidos espera forzar a las mejores unidades iraquíes a combatir en determinada posición o tentarlas a un enfrentamiento desenfrenado, en el que la superioridad tecnológica y el poder aéreo de los norteamericanos podrían exterminarlas.
Pero el régimen revisó los errores que cometió en 1991 y las acciones norteamericanas en Somalia y Kosovo. Lo más probable es que atraiga a las unidades norteamericanas a las ciudades, obligándolas a librar combates con tanques en zonas densamente pobladas de Bagdad. Esa táctica está concebida para aumentar las bajas norteamericanas más allá de lo aceptable por los norteamericanos y también para templar la voluntad iraquí contra los invasores.
Si Estados Unidos triunfa en esos combates, la guerra terminaría pronto. Pero si hay un estancamiento, podría sobrevenir una epidemia guerrillera en todo Irak. E incluso ante una victoria aliada es difícil imaginar un período de ocupación poco peligroso.
¿Odian los iraquíes a Saddam mucho más de lo que detestan a los norteamericanos? Esa pregunta perdurará en la Casa Blanca y en las fuerzas dentro de Irak cuando comience la ocupación, aunque la guerra dure unos días o varios meses. O peor aún, durante la primera fase de la ocupación podría haber represalias contra miembros del régimen y luego la situación podría mostrar una reanudación de ataques guerrilleros. Bienvenidos al infierno. Muchos de nosotros lo vivimos en carne propia en otra época. No esperen algo mejor durante un tiempo.
*El autor fue comandante de una compañía de marines en Vietnam y secretario de Marina de Estados Unidos.
(Traducción: Luis Hugo Pressenda)
Tomado de Moir
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