3 de abril del 2003
Arundhati Roy*
La Jornada
Mesopotamia. Babilonia. El Tigris y el Eufrates: ¿cuántos niños, en cuántos salones de clases, durante cuántos siglos se han transportado al pasado en alas de estas palabras? Y ahora las bombas caen, incinerando y humillando a esta antigua civilización.
En los torsos de acero de sus misiles, soldados estadunidenses adolescentes garrapatean coloridos mensajes en su caligrafía de niño: "Para Saddam, del Batallón Muchacho Gordo". Un edificio se derrumba. Un centro comercial. Un hogar. Una chica que ama a un chico. Un niño que sólo quería jugar con las canicas de su hermano mayor.
El 21 de marzo, un día después de que las tropas estadunidenses y británicas emprendieron su ilegal invasión y ocupación de Irak, un corresponsal "incrustado" de CNN entrevistó a un soldado estadunidense. "Quiero llegar y ensuciarme la nariz", decía el soldado AJ. "Quiero vengarme del 11 de septiembre."
Para ser justos con el corresponsal, pese a estar "incrustado" hizo una débil indicación de que hasta ese momento no había pruebas reales que ligaran al gobierno de Irak con los ataques del 11 de septiembre. El soldado AJ sacó la lengua hasta el extremo del mentón. "¿Ah, sí? Pues bueno, yo de esas cosas no entiendo."
Según una encuesta de The New York Times y CBS, 42 por ciento del público estadunidense cree que Saddam Hussein es directamente responsable de los ataques del 11 de septiembre al World Trade Center y al Pentágono. Y un sondeo de la ABC revela que 55 por ciento de los estadunidenses cree que Hussein patrocina directamente a Al Qaeda. Cualquiera puede imaginar qué porcentaje de las fuerzas armadas estadunidenses cree esas invenciones.
Es improbable que las tropas británicas y estadunidenses que combaten en Irak estén conscientes de que sus gobiernos prestaron apoyo tanto político como financiero a Hussein en el tiempo en que cometía sus peores excesos.
Pero, ¿por qué apesadumbrar al pobre AJ y sus camaradas con esos detalles? Ya no importa, ¿o sí? Cientos de miles de hombres, tanques, barcos, helicópteros, bombas, municiones, máscaras antigás, alimento de alto contenido proteínico, aviones enteros cargados de papel de baño, repelente de insectos, vitaminas y agua mineral embotellada están ya en movimiento. La fenomenal logística de la operación Libertad iraquí la convierte en un universo en sí misma. Ya no necesita justificar su existencia. Existe. Es.
El presidente George W. Bush, comandante en jefe del ejército, la marina, la fuerza aérea y la infantería de marina estadunidenses, ha girado instrucciones claras: "Irak. Será. Liberado". (Tal vez quiere decir que aun si los cuerpos de los iraquíes perecen, sus almas serán liberadas.) Los ciudadanos de Estados Unidos y Gran Bretaña tienen hacia el comandante supremo el deber de no pensar y de marchar detrás de sus tropas. Sus naciones están en guerra. Y vaya guerra.
Después de valerse de los "buenos oficios" de la diplomacia de Naciones Unidas (sanciones económicas e inspecciones de armas) para garantizar que Irak fuera puesto de rodillas, que su gente muriera de hambre, que medio millón de sus niños perecieran, que su infraestructura quedara seriamente dañada; después de asegurarse de que la mayoría de sus armas fuera destruida, en un acto de cobardía que de seguro no tiene rival en la historia, los aliados, la coalición de los dispuestos (mejor conocida como la coalición de los acobardados y comprados)... ¡enviaron un ejército invasor!
¿Operación Libertad iraquí? No lo creo. Es más bien la operación Juguemos una carrera, pero primero déjame romperte las rodillas.
Hasta ahora el ejército iraquí, con sus soldados hambrientos y mal equipados, con sus viejas armas y tanques, ha logrado de algún modo confundir por un tiempo e incluso en ocasiones superar las maniobras de los aliados. Enfrentado a las fuerzas armadas más ricas, mejor equipadas y más poderosas que el mundo ha conocido, Irak ha mostrado valor espectacular e incluso se las ha ingeniado para oponer lo que de veras resulta una defensa. Una defensa a la que la pareja Bush/Blair ha acusado de inmediato de conducirse con cobardía y engaños. (Pero el engaño es una vieja tradición de nosotros los nativos. Cuando nos invaden/colonizan/ocupan y nos despojan de toda dignidad, nos volvemos astutos y oportunistas.)
Incluso concediendo que los iraquíes y los aliados están en guerra, la extensión hasta donde los aliados y sus cohortes en los medios están dispuestos a llegar es asombrosa al punto de ser contraproducente para sus propios objetivos.
Cuando Hussein apareció en la televisión de su país para dirigirse al pueblo iraquí, después del fracaso de la tentativa de asesinato más elaborada de la historia -la operación Decapitación-, vimos a Geoff Hoon, el secretario británico de la Defensa, fustigarlo por no tener el valor de mostrarse para ser asesinado y tildarlo de cobarde que se esconde en trincheras. Luego vino un montón de especulaciones de la coalición: ¿sería realmente Saddam, sería su doble? ¿O sería Osama rasurado? ¿Fue pregrabado? ¿Fue un discurso? ¿Fue magia negra? ¿Se transformará en calabaza si lo deseamos con todas nuestras fuerzas?
Después de lanzar no cientos, sino miles de bombas sobre Bagdad, cuando un barrio comercial fue volado por error y perecieron civiles, un vocero del ejército estadunidense dio a entender que los iraquíes ¡se estaban volando a sí mismos! "Usan armas muy viejas. Sus misiles suben y bajan." Si es así, ¿podemos preguntar cómo embona eso con la acusación de que el régimen iraquí es miembro de número del eje del mal y una amenaza a la paz del mundo?
Cuando la televisora árabe Al Jazeera muestra bajas civiles, se le denuncia como propaganda árabe "emotiva" orientada a generar hostilidad contra los aliados, como si los iraquíes perecieran sólo para hacer ver mal a los aliados. Hasta la televisión francesa ha recibido algunos reglazos por razones similares. En cambio, los metros y metros de espeluznantes escenas que muestran las televisoras estadunidenses y británicas de aviones de transporte aéreo, bombarderos Stealth y misiles crucero dibujando arcos sobre el desierto se describen como la "terrible belleza" de la guerra.
Cuando los soldados estadunidenses invasores (de ese ejército que "sólo vino aquí a ayudar") son mostrados en la televisión iraquí, George W. Bush dice que viola la Convención de Ginebra y "expone la maldad que alberga el corazón del régimen". En cambio es enteramente aceptable que las televisoras de su país muestren los cientos de prisioneros que tiene su gobierno en la bahía de Guantánamo, arrodillados en tierra con las manos atadas a la espalda, con los ojos tapados por lentes opacos y tapones en los oídos para asegurar completa privación visual y auditiva. Cuando se les pregunta por el trato que dan a estos cautivos, los funcionarios estadunidenses no niegan que se les trate mal: ¡niegan que sean prisioneros de guerra! Los llaman "combatientes ilegales", lo cual implica que ese maltrato es legítimo. (¿Cuál es, pues, la línea del partido sobre la masacre de los prisioneros en Mazar-e-Sharif, Afganistán? ¿Perdón y olvido? ¿Y qué hay de los prisioneros que murieron por las torturas que les infligieron las fuerzas especiales en la base aérea Bagram? Los médicos formalmente lo llamaron homicidio.)
Cuando los aliados bombardearon la televisora iraquí (lo que por cierto también contraviene la Convención de Ginebra), hubo vulgares expresiones de júbilo en los medios estadunidenses. De hecho Fox Tv llevaba un tiempo cabildeando en favor de ese ataque. Se le vio como un golpe moral a la propaganda árabe. Pero los grandes medios estadunidenses y británicos continúan anunciándose como "equilibrados" cuando su propaganda ha llegado a niveles alucinantes.
¿Por qué la propaganda tiene que ser coto exclusivo de los medios occidentales? ¿Sólo porque la hacen mejor? A los periodistas occidentales "incrustados" en las tropas se les da el estatus de héroes que informan desde el frente de guerra. A los periodistas no "incrustados" (como Rageh Omaar, de la BBC, que reporta desde la Bagdad sitiada y bombardeada, que atestigua y se muestra claramente afectado por la vista de cuerpos de niños quemados y personas heridas) se les socava aun antes de que empiecen a informar: "Tenemos que decir al auditorio que las autoridades iraquíes los están monitoreando".
Cada vez más, en la televisión británica y estadunidense se hace referencia a los soldados iraquíes como "milicianos" (es decir, la escoria). Un corresponsal de la BBC se refirió portentosamente a ellos como "cuasiterroristas". La defensa iraquí es "resistencia" o, peor aún, "focos de resistencia". La estrategia militar iraquí es el engaño. (El espionaje telefónico estadunidense en las oficinas de los delegados al Consejo de Seguridad de la ONU, del cual informó The Observer, es prudente pragmatismo.) Es claro que para los aliados la única estrategia moralmente aceptable del ejército iraquí sería marchar hacia el desierto para ser bombardeado por los B-52 o aniquilado por fuego de ametralladora. Cualquier otra cosa es trampa.
Y ahora tenemos el sitio de Basora. Más o menos millón y medio de personas, de las cuales 40 por ciento son niños. Sin agua limpia y con muy poca comida. Aún estamos esperando el legendario "levantamiento" chiíta, que hordas arrobadas de felicidad salgan en tropel de la ciudad y hagan llover rosas y hosannas sobre el ejército "libertador". ¿Dónde están las hordas? ¿Qué no saben que las producciones de televisión trabajan con horarios estrictos? (Bien puede ocurrir que si el régimen de Saddam cae la gente baile en las calles de Bagdad, pero también si el régimen de Bush cayera habría gente danzando en las calles por todo el mundo.)
Después de días de imponer el hambre y la sed a los ciudadanos de Basora, los aliados han traído algunos camiones de agua y comida y los han colocado como señuelos en las afueras de la ciudad. Gente desesperada corre hacia los camiones y se disputa a golpes la comida. (El agua, se nos dice, la están vendiendo. Para revitalizar la desfalleciente economía, ustedes entienden.) Encima de los camiones, fotógrafos desesperados forcejean entre sí para captar tomas de gente que se disputa la comida. Esas fotos irán de las agencias a periódicos y a revistas impresas en papel brillante que pagan extremadamente bien. Su mensaje: los mesías han llegado y reparten panes y peces.
Por ahí de julio del año pasado la entrega de provisiones a Irak por valor de 5 mil millones de dólares fue bloqueada por la pareja Bush/Blair. El hecho ni siquiera llegó realmente a las noticias. Pero ahora, bajo la amorosa mirada de la televisión en vivo, 450 toneladas de ayuda humanitaria -una fracción minúscula de lo que se necesita (digamos que esto es un apunte del guión)- llegaron en un barco británico, el Sir Galahad. Su arribo al puerto de Um Qasr mereció todo un día de transmisiones de televisión en vivo.
Nick Guttmann, jefe de emergencias de Christian Aid, escribió en The Independent el domingo pasado que se requerirían 32 Sir Galahad al día para igualar la cantidad de alimentos que Irak recibía antes del comienzo de los bombardeos.
Pero no deberíamos sorprendernos. Son viejas tácticas. Las han practicado durante años. Consideremos esta moderada propuesta de John McNaughton, contenida en los Papeles del Pentágono difundidos durante la guerra de Vietnam: "Los ataques a blancos de población no sólo tienden (per se) a crear una ola contraproducente de repulsión tanto en el país como en el extranjero, sino que incrementan considerablemente el riesgo de intensificar la guerra con China y la Unión Soviética. En cambio la destrucción de diques y presas -si se maneja correctamente- puede resultar prometedora. Debe estudiarse. Tal destrucción no mata ni ahoga personas. Al inundar los campos de arroz, conduce después de un tiempo a la hambruna generalizada (¿más de un millón?) a menos que se proporcione alimento... que es lo que podemos ofrecer 'en la mesa de negociaciones'".
Los tiempos no han cambiado mucho. Esta técnica ha evolucionado en una doctrina. Se le llama ganar corazones y mentes.
Así pues, he aquí las matemáticas morales hasta el momento: se estima que en la primera guerra del Golfo murieron 200 mil iraquíes. Cientos de miles de muertos por las sanciones económicas (por lo menos ésos ya se salvaron de Hussein). Más perecen cada día. Decenas de miles de soldados estadunidenses que combatieron en la guerra de 1991 fueron declarados oficialmente "discapacitados" por una enfermedad llamada síndrome de la guerra del Golfo, que en parte se atribuye a la exposición de uranio empobrecido. Eso no ha detenido a los aliados de seguir usando ese tipo de uranio.
Y ahora se habla de traer de nuevo a Naciones Unidas a escena. Pero resulta que esa chica ONU ya no es lo que presumía. Ha sido degradada (aunque conserva su alto sueldo). Ahora es la plomera del mundo. Es la filipina que hace la limpieza, la jamadarni india, la novia por correspondencia tailandesa, la ayuda doméstica mexicana, la au pair jamaiquina. Se le emplea para limpiar la caca de otras personas. Se le usa y se abusa de ella a voluntad.
Pese a las entusiastas sumisiones de Blair y a todas las fiestas que le hace a su amo, Bush ha dejado en claro que el organismo internacional no tendrá un papel independiente en la administración del Irak de posguerra. Estados Unidos decidirá quién obtendrá esos jugosos contratos de "reconstrucción". Pero ha instado a la comunidad internacional a no "politizar" el tema de la ayuda humanitaria. El 28 de marzo, después de que Bush llamó a reanudar de inmediato el programa Petróleo por alimentos de la ONU, el Consejo de Seguridad aprobó la resolución por unanimidad. Esto significa que todo el mundo está de acuerdo en que el dinero de Irak (producto de la venta de su petróleo) se utilice para alimentar a los iraquíes que se mueren de hambre por las sanciones aplicadas a iniciativa de Estados Unidos y por la guerra ilegal conducida por Estados Unidos.
En las mesas redondas de los noticieros económicos se nos dice que los contratos para la "reconstrucción" de Irak pueden revitalizar la economía mundial. Resulta curioso ver cómo los intereses de las corporaciones estadunidenses se confunden tan a menudo, a propósito y con tanto éxito, con los intereses de la economía mundial. Mientras el pueblo estadunidense acabará pagando la guerra, las compañías petroleras, las fabricantes y comercializadoras de armamento y las corporaciones involucradas en la tarea de "reconstrucción" obtendrán ganancias directas de la guerra. Muchos de sus directivos son viejos amigos y ex empleados de la camarilla Bush/Cheney/Rumsfeld/Rice. Bush ha pedido ya al Congreso otros 75 mil millones de dólares. Ya se negocian los contratos de "reconstrucción". La noticia no llega a los diarios porque buena parte de los medios corporativos estadunidenses son propiedad de los mismos intereses y están manejados por ellos.
La operación Libertad iraquí, según asegura Blair, se refiere a devolver el petróleo al pueblo de Irak. Es decir, al pueblo de Irak vía las corporaciones trasnacionales. Como Shell, como Chevron, como Halliburton. ¿O estamos perdiendo el hilo? ¿Será que Halliburton es una compañía iraquí? ¿Será que el vicepresidente Dick Cheney de Estados Unidos (que fue director de Halliburton) es un iraquí de clóset?
Al profundizarse la rencilla entre Europa y América, hay indicios de que el mundo entero podría entrar en una nueva era de boicoteos económicos. CNN informó que los estadunidenses tiran el vino francés a la coladera, al son de "no queremos su vino apestoso". Hemos sabido del rebautizo de las papas a la francesa; ahora las llaman papas de la libertad. Hay noticias de que los estadunidenses se disponen a boicotear artículos alemanes. La cuestión es que, si la secuela de la guerra da este giro, serán los estadunidenses quienes sufran más. Su patria puede ser defendida por patrullas fronterizas y armas nucleares, pero su economía se extiende por todo el planeta. Sus enclaves económicos están expuestos y vulnerables a ataques en todas las direcciones. Ya la Internet bulle con listas de productos y empresas estadunidenses y británicos que deben ser boicoteados. Aparte de los blancos usuales -Coca, Pepsi y McDonald's-, dependencias gubernamentales como USAID, el Departamento Británico de Desarrollo Internacional, bancos de los dos países, Arthur Anderson, Merrill Lynch, American Express, corporaciones como Bechtel, General Electric y compañías como Reebok, Nike y Gap podrían ser sujetas a asedio. Estas listas son compiladas y refinadas por activistas de todo el mundo. Podrían constituir una guía práctica que dirija y dé cauce a la amorfa pero creciente furia mundial. De pronto la "inevitabilidad" del proyecto de globalización mundial comienza a parecer poco más que evitable.
Se vuelve claro que la guerra contra el terror en realidad no tiene que ver con el terror, y que la guerra en Irak no es sólo por el petróleo: se relaciona con el impulso autodestructivo de una superpotencia hacia la supremacía, el sometimiento total, la hegemonía global. Se argumenta que las poblaciones de Argentina y de Irak han sido diezmadas por el mismo proceso, sólo las armas utilizadas son diferentes: en un caso la chequera del FMI, en el otro los misiles crucero.
Por último, está la cuestión del arsenal de destrucción masiva de Hussein. (¡Uy!, ¿ya la habían olvidado?)
En la niebla de la guerra hay algo seguro: si el régimen de Saddam cuenta en realidad con armas de destrucción masiva, está mostrando un grado asombroso de responsabilidad y prudencia a la vista de una provocación extrema. Bajo circunstancias similares (digamos si las tropas iraquíes bombardearan Nueva York y pusieran sitio a Washington), ¿podríamos esperar lo mismo del régimen de Bush? ¿Mantendría sus miles de cabezas nucleares en su envoltura de papel? ¿Qué pasaría con sus armas químicas y biológicas? ¿Sus reservas de ántrax, viruela y gas nervioso? ¿Se quedarían donde están?
Disculpen un momento mientras me río.
En la niebla de la guerra nos vemos obligados a especular: o Saddam es un tirano extremadamente responsable, o simplemente no posee armas de destrucción masiva. En cualquier forma, pase lo que pase después, Saddam sale de esta disputa mucho mejor librado que el gobierno de Washington.
He aquí, pues, a Irak, Estado rijoso, gran amenaza al mundo, miembro de número del eje del mal. He aquí a Irak invadido, bombardeado, sitiado, amedrentado, con su soberanía pisoteada, sus niños asesinados por diversos tipos de cáncer, su gente volando en pedazos en las calles. Y henos aquí a todos observando CNN-BBC, BBC-CNN hasta altas horas de la noche. Henos aquí a todos soportando el horror de la guerra, soportando el horror de la propaganda y el asesinato del lenguaje como lo conocemos y entendemos. La libertad significa ahora asesinato masivo (o, en Estados Unidos, papas fritas). Cuando alguien dice "ayuda humanitaria" automáticamente pensamos en hambruna inducida.
"Incrustrados", tengo que reconocerlo, es un gran hallazgo. Es exactamente como suena** . ¿Y qué tal "arsenal de tácticas"? ¡Lindo!
En la mayor parte del mundo, la invasión de Irak se ve como una guerra racista. El verdadero peligro de una guerra racista desatada por regímenes racistas es que engendra racismo en todo el mundo: perpetradores, víctimas, espectadores. Fija los parámetros del debate, establece un marco para una forma particular de pensar. Del viejo corazón del mundo surge una ola de odio hacia Estados Unidos. En África, América Latina, Asia, Europa, Australia. La encuentro todos los días: a veces viene de las fuentes menos probables: banqueros, empresarios, estudiantes yuppies, que le aportan toda la vulgaridad de sus posturas políticas conservadoras e intolerantes. Esa absurda incapacidad de separar a los gobiernos de los pueblos: Estados Unidos es una nación de retrasados mentales, de asesinos, dicen (con la misma ligereza con que allá se dice "todos los musulmanes son terroristas"). En el grotesco universo del insulto racista, hasta los británicos han hecho su entrada como nuevo agregado. Lameculos, les dicen.
De pronto yo, que he sido vilipendiada por ser "antiestadunidense" y "antioccidental", me encuentro en la extraordinaria posición de defender al pueblo de Estados Unidos. Y al de Gran Bretaña.
Los que con tanta facilidad descienden al pozo del insulto racista harían bien en recordar a los cientos de miles de ciudadanos estadunidenses y británicos que protestaron contra la acumulación de armas nucleares de sus gobiernos. Y a los miles de estadunidenses que al oponerse al reclutamiento militar obligaron a su gobierno a retirarse de Vietnam. Deberían saber que las críticas más eruditas, cáusticas e hilarantes al gobierno estadunidense y al American way of life provienen de ciudadanos estadunidenses. Y que la condena más divertida y mordaz del primer ministro británico procede de los medios de su país. Por último deberían recordar que en este momento cientos de miles de ciudadanos británicos y estadunidenses están en las calles protestando contra la guerra. La coalición de los acobardados y comprados está formada por gobiernos, no por pueblos. Más de la tercera parte de los estadunidenses han sobrevivido a la incesante propaganda a la que se les somete, y muchos miles luchan activamente contra su gobierno. En el clima ultrapatriótico que prevalece en Estados Unidos, esa es una actitud tan valerosa como la de cualquier hombre o mujer iraquíes que luchan por su patria.
Mientras los aliados aguardan en el desierto el levantamiento de los musulmanes chiítas en las calles de Basora, el verdadero levantamiento está ocurriendo en cientos de ciudades de todo el mundo. Ha sido el despliegue de moralidad pública más espectacular jamás visto.
Los más valerosos de todos son los cientos de miles de estadunidenses que salen a la calles de las grandes ciudades de su país: Washington, Nueva York, Chicago, San Francisco. El hecho es que la única institución del mundo que es hoy más poderosa que el gobierno estadunidense es la sociedad civil de Estados Unidos. Los ciudadanos de esa nación llevan una enorme responsabilidad sobre los hombros. ¿Cómo no saludar y apoyar a quienes no sólo reconocen esa responsabilidad, sino actúan conforme a ella? Son nuestros aliados, nuestros amigos.
Por último, falta por decir que dictadores como Hussein y todos los demás déspotas de Medio Oriente, de las repúblicas centroasiáticas, de África y América Latina, muchos de ellos instalados, apoyados y financiados por el gobierno de Washington, son una amenaza para sus pueblos. De no ser el fortalecimiento de la sociedad civil (en vez de su debilitamiento, como ha ocurrido en Irak), no hay una forma fácil y prístina de hacerles frente. (Es extraño cómo los que desdeñan al movimiento pacifista por utópico no vacilan en proferir las más absurdas razones, como de ensueño, para ir a la guerra: erradicar el terrorismo, instaurar la democracia, eliminar el fascismo y, la más divertida de todas, "librar de malvados al mundo".)
Diga lo que diga la maquinaria de propaganda, esos tiranos de hojalata no son la mayor amenaza al mundo. El peligro verdadero y acuciante, la mayor amenaza de todas es la fuerza locomotriz que impulsa a la máquina política y económica del gobierno de Estados Unidos, hoy piloteada por Bush. Hacer escarnio de Bush es divertido porque es un blanco fácil y suntuoso. Cierto, es un piloto peligroso y casi suicida, pero la máquina que conduce es mucho más peligrosa que el hombre en sí.
Pese al velo de tristeza que se cierne hoy sobre nosotros, me gustaría hacer un llamado cauteloso a la esperanza: en tiempos de guerra, uno quiere que las fuerzas enemigas estén dirigidas por el más débil de los caudillos. Y el presidente Bush sin duda lo es. Cualquier otro presidente de inteligencia siquiera promedio habría hecho probablemente lo mismo, pero se las habría ingeniado para empañar el cristal y confundir a la oposición. Quizá incluso habría arrastrado a la ONU consigo. La imprudencia y la falta de tacto de Bush, y su descarada creencia en que puede gobernar al mundo con su escuadrón antimotines, han logrado el efecto contrario. Ha conseguido lo que escritores, activistas y académicos se habían esforzado durante décadas por lograr. Ha dejado la tubería al descubierto. Ha puesto a la vista del público las partes de la maquinaria, las tuercas y tornillos del apocalíptico aparato del imperio estadunidense.
Ahora que el plano (La Guía de la Persona Ordinaria al Imperio) ha sido puesto en circulación masiva, puede ser desarmado mucho más aprisa de lo que los sabihondos predecían.
¡Traigan los desarmadores!
* Escritora nacida en India, autora de El dios de las pequeñas cosas. El artículo fue publicado originalmente en el diario británico The Guardian.
**Juego de palabras. A embedded (incrustado, empotrado) puede dársele también en inglés el sentido de "encamado". (N. del T.)
Traducción: Jorge Anaya
Tomado de La Jornada
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