4 de marzo del 2003
Ignacio Ramonet
Le Monde Diplomatique
Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano Pérez
A estas alturas, todo indica que la guerra de Estados Unidos y algunos de sus vasallos contra Iraq tendrá lugar. Por tierra, mar y aire, la formidable maquinaria militar ya ha sido desplegada al completo y la logística está totalmente preparada. Las cámaras de televisión de todo el mundo han tomado también posiciones. La orden de abrir fuego no puede tardar.
Sin embargo, desde el punto de vista de la legalidad internacional nada hasta ahora justifica semejante agresión. Los inspectores de la Organización de Naciones Unidas (ONU) cuya misión es descubrir eventuales armas de destrucción masiva no han encontrado todavía nada. Su informe presentado a la ONU el 27 de enero no es concluyente. Por otra parte, no ha sido posible establecer ningún vínculo entre Bagdad y las redes terroristas islámicas, en particular con Al-Qaida, autora de los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001, y desde entonces el enemigo público número uno de Washington. Por lo tanto, la opinión pública mundial sigue reclamando las pruebas indiscutibles que justifiquen el inminente ataque.
No hay duda de que el régimen iraquí es detestable y el señor Saddam Hussein un autócrata especialmente odioso, que no vaciló en varias ocasiones en masacrar a su propia población, habiendo llegado incluso a utilizar contra ella gases de combate prohibidos por los tratados internacionales. ¿Justifica eso una "guerra preventiva"? Desgraciadamente, Saddam no es el único dirigente de esta índole. Y mientras fue útil para sus intereses, Washington no tuvo ningún escrúpulo en apoyarle en los años ochenta, ni a él ni a otros dictadores: Marcos en Filipinas, Suharto en Indonesia, el Sha en Irán, Somoza en Nicaragua, Batista en Cuba, Trujillo en Santo Domingo, Pinochet en Chile, Mobutu en Congo-Zaire, etc.
Algunos de los tiranos más sanguinarios siguen teniendo el apoyo de Estados Unidos, como el perturbado Teodoro Obiang (1) de Guinea Ecuatorial (2), que en septiembre de 2002 fue recibido con todos los honores en la Casa Blanca por el Presidente Georges Bush.
Ante tanta arbitrariedad por parte de Washington, incluso los viejos aliados de Estados Unidos se resisten a apoyarlo en su cruzada contra Irak. Dos de ellos, Francia y Alemania, en un acto casi de insubordinación, afirmaron a finales de enero que no se habían reunido pruebas que justificaran una intervención armada. Exigen que los inspectores de la ONU puedan continuar su trabajo con el fin de eliminar cualquier duda sobre la posible tenencia de armas de destrucción masiva por parte de Bagdad. Y reclaman, en todo caso, una segunda resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorice explícitamente el uso de la fuerza contra Bagdad. Francia no descarta la posibilidad de recurrir, en caso necesario, a su derecho de veto. Parece que esta postura de Francia y Alemania ha dado ánimos a China y a otros miembros del Consejo de Seguridad para adoptar posiciones menos tímidas y reclamar a su vez una segunda resolución de la ONU.
Todo esto ha exasperado vivamente a Washington que no ceja en su enojo en particular contra Berlín y París a los que acusa de deslealtad. Pero eso no parece que haya alterado sus intenciones de invadir Iraq. Collin Powell, el secretario de Estado estadounidense, a su llegada al Foro Económico Mundial de Davos el 25 de enero, confirmó que Estados Unidos podía contar con una docena de "países amigos", lo que, según él, es más que suficiente para formar una coalición contra Iraq.
El mundo sigue preguntándose con inquietud sobre las verdaderas razones de esta intervención militar. Así, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, que reúne a los principales agentes de la sociedad civil del planeta, esta preocupación marcó el conjunto de los debates. Muchos de los intelectuales allí presentes - Noam Chomsky, Tariq Ali, Naomi Klein, Adolfo Pérez Esquivel, Eduardo Galeano etc.- se preguntaron si no era absurdo, incluso criminal, dedicar decenas de miles de millones de dólares a hacer una guerra que nada parece justificar cuando esas sumas serían más útiles dedicadas a la educación, la sanidad, la alimentación, la vivienda y la alfabetización de los tres mil millones de pobres que hay en el planeta. Ese es el mensaje que, en nombre de todos los desheredados, transmitió el presidente de Brasil, Luiz Inácio "Lula" da Silva, a los amos del mundo reunidos en Davos.
Para gran parte de la opinión pública internacional este conflicto no tiene otro objetivo que el petróleo, siendo su verdadera finalidad la de hacerse con una de las principales reservas de hidrocarburos del mundo. Esta estrategia se percibe como una manifestación de la nueva arrogancia imperial de Estados Unidos, como una especie de "capricho de poderoso" cuyas consecuencias geopolíticas (además de las miles de victimas humanas) podrían ser desastrosas.
Una guerra deseada por la reducida camarilla de "halcones" de extrema derecha (Richard Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Richard Perle, Douglas Feith, Jack D. Crouch, John R. Bolton) que rodean al presidente Bush, y que piensan como todos los ebrios de poder, que a cualquier problema político, económico o social se le puede dar siempre una solución militar.
Notas
(1) El general Obiang, que llegó al poder por medio de un golpe de Estado en 1979; fue "reelegido" el 15 de diciembre de 2002 por un periodo de 7 años con el 97,1% de los votos.
(2) Véase Jean-Christophe Servant " Offensive sur l'or noir en Afrique " Le Monde diplomatique, enero de 2002.
Tomado de Rebelión
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