18 de abril de 2003
Robert Fisk
The Independent
Bagdad, 16 de abril. La situación se deteriora más rápido de lo que cualquiera pudo imaginar. El ejército ''libertador'' ya se ha convertido en ejército de ocupación. Los chiítas amenazan con combatir a los estadunidenses y crear su propia guerra de ''liberación''. Por las noches, en cada una de las barricadas de los musulmanes chiítas en Ciudad Sader hay 14 hombres con rifles automáticos.
Hasta los marines en Bagdad hablan de los insultos que les lanzan. "¡Largo! ¡ Apártate de mi vista!", le gritó hoy un soldado estadunidense a un iraquí que trataba de abrirse paso hacia la alambrada que rodea una unidad de infantería. Observé cómo la rabia enrojecía el rostro del árabe. "¡Dios es grande! -respondió-. Fuck you! "
Pero las cosas están mucho peores que eso. Los estadunidenses han emitido un Mensaje a los ciudadanos de Bagdad, documento tan colonial en su espíritu como insensible en el tono: "Por favor eviten salir de sus casas durante las horas de la noche, después de la oración nocturna y antes de la matutina", dice a la población. "Se sabe que durante esas horas circulan en la zona fuerzas terroristas asociadas al antiguo régimen de Saddam Hussein, así como varios elementos criminales. En todo momento por favor acérquense a las posiciones militares de la Coalición con extremo cuidado..."
Así que ahora, cuando no hay ni electricidad ni agua corriente, se ordena a los millones de iraquíes de la ciudad permanecer en sus casas desde el anochecer hasta el amanecer. Encerrados. En una suerte de encarcelamiento en su propio país.
Escrito por el comando de la primera división de infantería de marina, es un toque de queda en todo menos en el nombre. "Si yo fuera iraquí y leyera eso", me gritó hoy una mujer árabe, "intentaría un ataque suicida."
Por toda Bagdad se oye lo mismo, desde los clérigos musulmanes chiítas hasta los empresarios sunitas: que los estadunidenses vinieron sólo por el petróleo y que muy pronto debe levantarse una resistencia guerrillera. Sin duda los estadunidenses atribuirán esos ataques a "restos del régimen de Saddam" o a "elementos criminales", pero no será así.
Los oficiales de la infantería de marina en Bagdad sostenían hoy pláticas desesperadas con un clérigo militante chiíta de Najaf para contener un brote de violencia armada en esa ciudad sagrada. Yo me reuní con ese prelado poco antes de que se iniciaran las conversaciones. "La historia se repite", me dijo, en referencia a la invasión británica de Irak en 1917, la cual terminó en un desastre para los europeos.
Para ganar acceso a la población de al-Ambar, en el desierto, los oficiales de inteligencia estadunidenses tuvieron que negociar hoy con jefes tribales en el mejor restaurante de Bagdad.
Por todos lados hay signos de colapso. Y en todas partes se encuentran indicios de que las promesas de Washington de "libertad" y "democracia" no se cumplirán.
¿Por qué -preguntan los iraquíes- dejó Estados Unidos escapar al gabinete de Saddam en pleno? Y tienen razón: es todo el gabinete, no sólo la Bestia de Bagdad y sus dos hijos, Qusay y Odey, sino el vicepresidente Taha Yassin Ramadan; el viceprimer ministro Tarek Aziz; el doctor Hashimi, consejero personal de Saddam; los ministros de Defensa, Salud, Economía, Comercio e incluso el de Información, Mohamed al-Sahaf, quien hace tiempo, mucho antes de esas conferencias en que los periodistas se congregaban en su derredor, era el funcionario a cargo de dar lectura a la lista de "hermanos" ejecutados en las purgas que siguieron a la revolución de Saddam: los parientes de los prisioneros solían sedarse con Valium antes de cada aparición de Sahaf.
He aquí lo que los bagdadíes notan, al igual que los iraquíes en todas las ciudades importantes. Pensemos en el tremendo aparato de seguridad del que se rodeó Saddam, las cámaras de tortura y la enorme burocracia que le daba sustento. El presidente Bush prometió que Estados Unidos haría campaña por los derechos humanos en Irak, que los culpables, los criminales de guerra, serían perseguidos y llevados ante la ley. Pues resulta que los 60 cuarteles de policía están desiertos, al igual que la sede del servicio de inteligencia iraquí, complejo que ocupa 5 kilómetros cuadrados. He estado en muchos de esos lugares, pero ni un solo oficial estadunidense o británico los ha visitado para echar una ojeada al tesoro de documentos que yace ahí o hablar con los ex prisioneros que van a visitar sus antiguos lugares de tormento.
¿Es por desidia o a propósito? Está, por ejemplo, la estación de seguridad Quasimiyeh, al lado del Tigris. Es una villa placentera -alguna vez perteneció a un iraquí nacido en Irán, que fue deportado a este último país en el decenio de 1980-, con un pequeño prado y un jardín de flores, y al principio no se notan los tres grandes ganchos que cuelgan del techo de cada habitación ni las grandes tiras de papel rojo colocadas sobre las ventanas, decoradas con figuras de futbolistas, para ocultar esos cuartos a la mirada de extraños.
Pero regados en los pisos, en el jardín, en la azotea, están los expedientes de este lugar de sufrimiento. Muestran, por ejemplo, que el jefe del centro de tortura era Hashem al-Tikrit y que su segundo se llamaba Rashid-al-Nakib. El ex prisionero Mohamed Aish Jassem me mostró cómo lo colgaba del techo su torturador, el capitán Amar al-Isawi, quien creía que Jassem era miembro del partido religioso Dawa.
"Me ataban las manos a la espalda y luego me alzaban por las muñecas", recordó. "Usaban un pequeño generador para levantarme hasta el techo y luego soltaban la cuerda con la intención de que me rompiera el hombro al caer."
Los ganchos del techo están frente al escritorio del capitán al-Isawi. Entiendo lo que eso significa: no había una cámara separada de tortura y una oficina para documentación en otra parte. La cámara era la oficina. Mientras el hombre o mujer aullaba en agonía frente a él, el capitán al-Isawi firmaba papeles, atendía llamadas telefónicas y, a juzgar por el contenido de su cesto de basura, fumaba muchos cigarrillos esperando que se arrancara la información a sus prisioneros.
¿Eran monstruos estos hombres? Sí. ¿Los estadunidenses los están buscando? No. ¿ Trabajan ahora para los estadunidenses? Sí, muy posiblemente; de hecho puede que algunos estén entre los ex oficiales de seguridad que forman una larga fila cada mañana afuera del hotel Palestina con la esperanza de ser recontratados por la Unidad de Asuntos Civiles de los marines estadunidenses.
Los nombres de los guardias en el centro de tortura Quasimiyeh -a los transeúntes se les prohibía caminar por la calle de al lado para que no oyeran los gritos- están consigados en los documentos que yacen en el suelo. Eran Ahmed Hassan Alawi, Akil Shaheed, Noaman Abbas y Mohamed Fayad. Pero los estadunidenses no se han tomado la molestia de verificar esta información, así que las solicitudes de los señores Alawi, Shaheed, Abbas y Fayad serían bien recibidas en el reclutamiento estadunidense.
En los escritorios y estantes hay documentos de identificación de los prisioneros. ¿Qué pasó con Wahid Mohamed, Majid Taha, Saddam Ali o Lazim Hmoud? No lo sabremos. Una mujer de chador negro se acercó al viejo centro de tortura. Cuatro de sus hermanos fueron llevados allí y, cuando preguntó qué había sido de ellos, le informaron que los cuatro habían sido ejecutados. Se le ordenó salir del edificio. Jamás vio sus cuerpos ni pudo darles sepultura.
Ex prisioneros me contaron que existe una fosa común en el desierto de Al-Khedeer, pero nadie, y mucho menos los nuevos ocupantes de Bagdad, tiene interés en encontrarla. Un hombre me dijo que su hermano fue llevado a ese horrible lugar hace 22 años y jamás lo volvió a ver.
¿Y los hombres que sufrieron bajo el régimen de Saddam? ¿Qué tienen que decir? "No cometimos ningún pecado", me dijo uno, de 40 años, entre cuyos deberes en la cárcel estaba limpiar de sangre y heces la trampa del verdugo después de cada ejecución. "No éramos culpables de nada. ¿Por qué nos hicieron esto? Estados Unidos, sí, se libró de Saddam. Pero Irak nos pertenece. Nuestro petróleo nos pertenece. Mantendremos nuestra nacionalidad. Seguiremos siendo iraquíes. Los estadunidenses deben irse."
Si estadunidenses y británicos quieren entender la naturaleza de la oposición religiosa en el país, no tienen más que consultar los archivos del servicio secreto de Saddam. Encontré un expediente, el reporte 7481, con fecha 24 de febrero de este año -porque los hombres de seguridad del muhabarrat iraquí seguían trabajando duro sobre sus enemigos chiítas menos de un mes antes de la invasión estadunidense-, relativo al conflicto entre el jeque Mohamed al-Yacoubi y Mujtada Sader, el nieto de 22 años de Mohamed Sader, quien fue ejecutado hace más de dos décadas por orden de Saddam, disputa que mostraba tanto la pasión como la determinación con la cual los líderes religiosos chiítas combaten incluso unos contra otros. Pero, por supuesto, nadie se ha molestado en leer este material y ni siquiera en buscarlo.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, oficiales de inteligencia británicos y estadunidenses que hablaban alemán se instalaron en las oficinas del Reich derrotado para examinar cada uno de los miles de documentos de la Gestapo y la Abwehr en toda Alemania occidental. Los rusos hicieron lo mismo en su zona. En Irak, en cambio, británicos y estadunidenses simplemente se han desentendido de evidencias que están disponibles para leer por todas partes.
Y existe un lugar aún más terrible de visitar en Bagdad, la sede de todo el aparato de inteligencia, un enorme complejo de color gris, que ocupa una manzana, el cual fue bombardeado por los estadunidenses, así como una serie de villas y edificios de oficinas repletos de expedientes, documentos y ficheros.
Era allí donde se llevaba a los presos políticos especiales de Saddam para someterlos a crueles interrogatorios -la electricidad era parte esencial- y adonde fue conducido Farzad Bazoft, corresponsal del diario británico The Observer, para interrogarlo antes de entregarlo al verdugo.
También está embellecido con calzadas delicadamente oscurecidas, una guardería para los hijos de los torturadores y una escuela en la que un alumno había escrito un ensayo en inglés sobre Esperando a Godot, de Beckett, lo cual quizá resulta bastante apropiado. También hay un hospital en miniatura y una "Calle de la Libertad", con macizos de flores y bugambilias. Es el lugar más asqueroso de todo Irak.
En forma por demás extraordinaria encontré a un científico nuclear iraquí que caminaba con paso temeroso por el complejo, colega del doctor Sharistani, antiguo jefe de física nuclear iraquí. "Es el último lugar que quería ver y jamás regresaré a él", me dijo. "Es el lugar de mayor maldad en el mundo."
Sin embargo, los estadunidenses deberían visitarlo. En las últimas horas del régimen de Saddam los esbirros de seguridad se afanaban en romper millones de documentos. En la parte trasera de una villa encontré un gran montón de bolsas negras de plástico, retacadas con miles de trocitos de papel.
¿No habría que llevarlos a Washington o Londres para reconstuir los documentos a fin de enterarse de sus secretos? Eso es lo que los iraníes hicieron con los expedientes despedazados de la embajada estadunidense en Teherán, en 1980.
Pero incluso los expedientes que se conservan completos contienen una riqueza de información relativa a este lugar. Por ejemplo, hay un rimero sustancial de papeles que registran la existencia de una superdroga para el cáncer que algunos médicos árabes querían producir en Irak y, según un expediente, "probar con iraquíes". Incluye una carta personal a Saddam Hussein del doctor Ahmed Shehada, quien al parecer estaba asociado con la clínica médica Saddam de Bagdad; en ella solicita al presidente permitir que personal médico egipcio y sirio participe en los 14 años de investigaciones requeridas para esa droga.
"Tenemos que cooperar entre nosotros para romper el embargo (de la ONU) que Estados Unidos y el gobierno británico imponen sobre ustedes", escribe a Saddam el doctor Shehada. "Pedimos a Dios que conserve a Su Excelencia. Larga vida a usted y larga vida a Irak, nuestro hermano en el Islam."
Un documento de inteligencia iraquí anexo a esta correspondencia señala que Shehada es de fiar. Es interesante señalar que describe al doctor como un jordano "que cuenta también con la ciudadanía estadunidense".
Sin embargo, una vez más, los estadunidenses no se han molestado en hurgar entre estos papeles, o no lo desean. Si lo hicieran, encontrarían también los nombres de docenas de altos oficiales iraquíes de inteligencia, muchos identificados por los expedientes de cartas de felicitación que los policías secretos de Saddam insistían en intercambiar cada vez que recibían una promoción.
¿Dónde están ahora, por ejemplo, el coronel Abdulaziz Salawi, el capitán Abdulasam Salawi, el capitán Saad Ahmed al-Ayash, el coronel Saad Mohamed, el capitán Majid Ahmed y decenas de otros? Jamás lo sabremos. O tal vez no se supone que lo sepamos.
De seguro habría que dar a conocer el nombre de Abú Suliemán, informador del servicio de inteligencia en el suburbio el-Doura de Bagdad, al menos porque según los expedientes delató a su vecino, un orfebre llamado Naser Jaled, a la policía secreta el 26 de febrero de 2001. O porque ese mismo mes delató a Salam Naim por llevar papeles de identidad falsos. Todo está contenido en los documentos de los directorios 49 y 52 de la policía secreta iraquí en Bagdad.
Los iraquíes tienen razón en preguntar por qué los estadunidenses no buscan esta información, como la tienen en exigir saber por qué el gabinete en pleno de Saddam desapareció. La captura del medio hermano de Saddam y del envejecido pistolero palestino Abú Abbas, cuyo último acto de violencia fue cometido hace 18 años, son patética compensación por tales fracasos.
Hay otra pregunta que hacen los iraquíes a la cual no puedo responder. En el último fin de semana de la invasión, los estadunidenses arrojaron dos bombas de mil kilos sobre la zona residencial de Mansour, en Bagdad. Afirmaron que Saddam se escondía allí. Sabían que matarían a civiles porque no era, como señalaron los mandarines del Centcom, una "aventura sin riesgos". Así que lanzaron sus bombas y mataron a 14 civiles en esa colonia, la mayoría miembros de una familia cristiana. Los estadunidenses anunciaron que no podían estar seguros de haber matado a Saddam hasta que practicaran exámenes forenses en el lugar.
Pero resulta que todo fue mentira. Hace dos días fui a ese sitio y ningún oficial estadunidense o británico -forense o militar- se había molestado en visitar los cráteres dejados por las bombas. Ningún experto legista occidental ha examinado los montones de escombros. De hecho, cuando llegué había un olor putrefacto y unas familias sacaban de entre los escombros los restos de un bebé. Ningún oficial estadunidense ha ofrecido disculpas por esa espantosa matanza.
Y puedo jurar que el bebé al que vi que colocaban bajo una hoja de plástico negro en definitiva no era Saddam Hussein. Si se hubieran molestado en mirar este lugar -como prometieron que harían- por lo menos habrían encontrado al bebé. Ahora los cráteres son lugar de peregrinación para la gente de Bagdad.
Y luego están los incendios que han consumido cada uno de los ministerios de la ciudad -excepto, claro, los del Interior y del Petróleo-, junto con oficinas de la ONU, embajadas y centros comerciales. He contado un total de 35 edificios de ministerios consumidos por el fuego y el número sigue en aumento.
Hablemos de una escena que presencié este miércoles. Cruzaba yo Bagdad en mi vehículo cuando vi una enorme columna de humo negro en el horizonte, así que cambié de dirección para ver qué nuevo ministerio quedaba por arder. Me encontré con el del Petróleo, asiduamente custodiado por soldados estadunidenses, algunos de los cuales se habían tapado la boca con pañuelos para protegerse de las nubes de humo que flotaban hacia ellos desde el vecino Ministerio de Agricultura. ¿No es difícil creer que no se dieran cuenta de que alguien estaba prendiendo fuego al inmueble de al lado?
Luego divisé otro incendio, a unos tres kilómetros de allí. Me acerqué y vi que salían llamas por las ventanas del Departamento de Ciencia de la Computación del Ministerio de Educación Superior. Y justo al lado, recargado en un muro, estaba un marine estadunidense, quien me dijo que estaba cuidando un hospital de la zona y no sabía quién había causado el incendio en el edificio de al lado porque "uno no puede ver a todas partes al mismo tiempo".
Estoy seguro de que el marine no obró así por insinceridad o desvergüenza. En caso de que los estadunidenses no crean este relato, era el cabo Ted Nyholm, del tercer regimiento del cuarto batallón de Infantería de marina y, sí, llamé a su prometida, Jessica, a Estados Unidos para que él pudiera expresarle su amor. Con todo, algo anda muy mal cuando a los soldados estadunidenses se les ordena simplemente observar y no hacer nada cuando enormes ministerios son incendiados por la turba.
Porque también hay algo muy peligroso y perturbador en esas multitudes que prenden fuego a los edificios de Bagdad, incluso las grandes bibliotecas y los archivos del Estado. No son los saqueadores: los saqueadores llegan primero y después vienen los incendiarios, a menudo en autobuses de color azul y blanco. De hecho seguí a uno de esos vehículos después de que sus pasajeros prendieron fuego al Ministerio de Comercio y salió a toda velocidad de la ciudad.
Venganzas imposibles de creer
La línea oficial estadunidense para explicar esta cuestión es que los incendios son actos de venganza -explicación cada vez más difícil de creer- cometidos por "restos del régimen de Saddam", los mismos "elementos criminales", sin duda, que aparecen en las órdenes del toque de queda estadunidense a la población de Bagdad.
Pero la población no cree que los ex secuaces de Saddam sean culpables de esos incendios. Y tampoco yo. Cierto, probablemente a Saddam le habría gustado que Bagdad terminara en Gotterdamerung y tal vez se habría sentido tentado a convertirla en una ciudad en llamas antes que los estadunidenses entraran. ¿Pero después? Los saqueadores ganan dinero con el botín; los incendiarios no ganan dinero por el hecho mismo de incendiar. Hay que pagarles. Los pasajeros de esos autobuses se dirigen hacia objetivos claramente establecidos. Si Saddam les hubiera pagado por adelantado, no habrían iniciado los fuegos. En el momento en que Saddam desapareció, se habrían embolsado el dinero y olvidado del asunto.
¿Quiénes son, entonces, los integrantes de este ejército de incendiarios? Una vez más, no sabemos. El otro día reconocí a un hombre de mediana edad, barbado, que llevaba una playera roja -no se puede uno cambiar tanto de ropa cuando no hay agua para lavarla- y la segunda vez que me vio me apuntó con un rifle Kalashnikov.
Los saqueadores no llevan armas. ¿De qué tenía miedo este sujeto? ¿Para quién trabaja? ¿En interés de quién está destruir ahora, después de la ocupación estadunidense de Bagdad, toda la infraestructura física del Estado, junto con su herencia cultural? ¿Por qué los estadunidenses no han puesto fin a esto?
Como dije, algo está terriblemente mal en Bagdad, algo ocurre que impone plantear serias preguntas al gobierno de Estados Unidos. ¿Por qué, por ejemplo, el secretario de la Defensa Rumsfeld aseguró la semana pasada que no había pillaje o destrucción extensos en Bagdad? Su aseveración fue una mentira. Pero ¿por qué la hizo?
Los estadunidenses dicen que no cuentan con tropas suficientes para controlar los incendios. Eso también es falso. ¿Qué son, entonces, los cientos de soldados desplegados todo el día en el viejo monumento en memoria de los caídos en la guerra Irán-Irak? ¿Y los cientos que acampan en los jardines de rosas del palacio presidencial, cerca del puente Joumuriya?
Así pues, la gente de Bagdad se pregunta quién está detrás de la destrucción de su herencia cultural -su identidad cultural- en el saqueo de los tesoros arqueológicos del museo nacional, el incendio de todos los archivos otomanos, reales y del Estado, así como de la biblioteca coránica y la vasta infraestructura de la nación que decimos que vamos a crear para ellos.
¿Por qué, preguntan, aún no tienen electricidad y agua? ¿A quién le interesa que Irak sea destruida, dividida, incendiada, privada de su historia, arrasada? ¿Por qué a millones de personas sus supuestos "liberadores" les imponen un toque de queda?
Y no son sólo los pobladores de Bagdad, en su mayoría musulmanes chiítas, sino también los chiítas de la ciudad de Najaf y los de Nasiriya -donde 20 mil personas protestaron este miércoles contra el primer intento estadunidense de ensamblar un gobierno títere- los que hacen estas preguntas.
Ahora hay también saqueos en Mosul, donde se informa que miles de personas prendieron fuego al automóvil del gobernador pro estadunidense después de que prometió la ayuda de los invasores para restaurar la electricidad.
Para un reportero resulta fácil predecir la ruina, en especial después de una guerra brutal, carente de toda legitimidad internacional. Pero en Medio Oriente generalmente a los optimistas les aguarda la catástrofe, en especial a esos falsos optimistas que invaden naciones ricas en petróleo con pretextos ideológicos, grandilocuentes posturas morales y acusaciones sobre armas de destrucción masiva que aún no han podido probar.
Así pues, haré una predicción terrible. La guerra estadunidense de "liberación" ha terminado. La guerra de Irak para liberarse de los estadunidenses está por comenzar. En otras palabras, la verdadera y pavorosa historia empieza ahora.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya
Tomado de La Jornada
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