17 de marzo

México D.F. Viernes 21 de marzo de 2003

Fue tan asombrosa en términos militares como aterradora en el plano político

La venganza, con escalofriante ferocidad

Multitudes contemplaron pasmadas la tormenta de fuego que cruzó Bagdad

ROBERT FISK
ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT

Bagdad, 20 de marzo. Fue como una puerta que se azotaba muy debajo de la superficie de la tierra, un rugido palpitante de un minuto de duración que trajo a Bagdad esta noche la supuesta cruzada del presidente George W. Bush contra el "terrorismo". Hubo en el horizonte ráfagas de las defensas antiaéreas de Bagdad -la potencia de fuego de las viejas armas soviéticas antiaéreas de la Segunda Guerra Mundial- y luego una serie de tremendas vibraciones que sacudieron el suelo bajo nuestros pies. Burbujas de fuego se elevaron al cielo en distintos puntos de la capital iraquí, de rojo oscuro en la base y doradas en la punta.

Saddam, claro, había jurado combatir hasta el fin, pero la violencia de anoche en Bagdad tenía una auténtica calidad infernal. En cuestión de minutos, mirando hacia la otra ribera del Tigris, pude ver alfilerazos de fuego a medida que las bombas y los misiles crucero estallaban en los centros militares y de comunicaciones iraquíes y, sin duda, también sobre inocentes.

El primero de éstos, un taxista, fue volado en pedazos en el primer ataque estadunidense sobre Bagdad, esta mañana. Nadie aquí duda que entre los muertos hay civiles. Tony Blair había hablado de eso en la Cámara de los Comunes durante los debates de esta semana, pero al escuchar la tormenta de fuego que cruzó Bagdad esta noche me pregunté si tiene alguna idea del aspecto que esto tiene, de cómo se siente, o del miedo de estos iraquíes inocentes que, en el momento en que escribo, corren hacia sus casas y hacia los sótanos. No hace muchas horas charlaba en una zona pobre de Bagdad con una anciana musulmana chiíta, tocada con el tradicional velo blanco y negro. Una y otra vez le insistí en que me dijera lo que sentía. Al final sólo respondió: "Tengo miedo".

Que esta acción sea el principio de algo que cambiará la faz de Medio Oriente es indudable; que tenga éxito a largo plazo es otra cosa. Su misma violencia, el aullido de las sirenas que advierten del ataque aéreo y los misiles que rasgan el aire en su caída llevan un mensaje político no sólo a Saddam, sino al resto del mundo. Somos la superpotencia, decían esas explosiones. Así es como resolvemos nuestros asuntos. Así es como cobramos venganza del 11 de septiembre de 2001.

Ni el mismo Bush hizo el menor intento en días pasados de ligar a Irak con los crímenes contra la humanidad cometidos en Nueva York, Washington y Pensilvania. Pero algo del fuego que podemos ver esta noche elevándose a través de la oscuridad a lo largo y lo ancho de Bagdad me recuerda otras llamas, las que consumieron el World Trade Center. En forma extraña, los estadunidenses -sin permiso de Naciones Unidas, con la mayoría del mundo en contra- dan expresión a su rabia con consumada y escalofriante ferocidad.

Irak, por supuesto, no podrá resistir esto mucho tiempo. Saddam puede afirmar, como ha hecho, que sus soldados son capaces de derrotar a la tecnología con su valor. Lo dudo. Porque lo que cayó esta noche en Irak -y yo sólo presencié una pequeña parte de este festival de violencia- fue tan asombroso en términos militares como aterrador en términos políticos. Las multitudes que se arracimaban afuera de mi hotel miraban el resplandor de los estallidos, pasmadas por su poderío.

© The Independent
Traducción: Jorge Anaya

Tomado de La Jornada

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