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El Papa cierra en la India el Sínodo de Asia

El tercer milenio será el de la evangelización de Asia

Jesús Colina. Roma

 

El tercer milenio tiene que ser el de la evangelización de Asia. Ésta es la clave que permite comprender la exhortación Ecclesia in Asia, entregada el pasado día 6 por Juan Pablo II en Nueva Delhi, para recoger las conclusiones del Sínodo de los Obispos de aquel continente, que se celebró en el Vaticano entre abril y mayo de 1998. El estadio dedicado a Jawaharlal Nehru se convirtió, pues, en testigo de la celebración eucarística con la que Juan Pablo II concluyó, ante más de 60 mil personas, el Sínodo de los Obispos de Asia

Un sol esplendoroso dio un ambiente particular al encuentro, recordando que en este día se celebraba en India la importante fiesta de Diwali, la fiesta de la luz que celebra el fracaso de las tinieblas, la victoria de la vida sobre la muerte. Cristo es la luz verdadera -dijo el Papa-, la que ilumina a cada hombre. Y esta luz se ha hecho hombre precisamente en Asia. El Papa confesó que tiene grandes esperanzas sobre el futuro del cristianismo en Asia. Ve en el tercer milenio una primavera cristiana para Asia. Ahora bien, para anunciar el Evangelio, es necesario mostrar el amor concreto de Dios. Ante todo -dijo dirigiéndose a los cristianos indios-, sed testigos convincentes, encarnando en vuestras vidas el mensaje que proclamáis. Éste es precisamente el mensaje del Sínodo.

Juan Pablo II quiso rendir homenaje público a la Madre Teresa. Desde esta tierra que conserva los restos mortales de la Madre Teresa de Calcuta, invito a toda a la Iglesia a no olvidar su testimonio de amor evangélico, en especial por los más pobres de los pobres. La Madre Teresa ha amado a India; ella está con el pueblo indio para siempre. Durante la Eucaristía se rezó también por los miles de víctimas del ciclón que en días pasados asoló la región india de Orissa. De hecho, las primeras palabras de Juan Pablo II, nada más llegar a la India, habían sido dirigidas a estas poblaciones, que en buena parte siguen incomunicadas, sin auxilios suficientes ni agua potable o comida. El Pontífice ha ofrecido 300 mil dólares y toda la Iglesia en la India ha realizado una gran colecta a favor de los hermanos y hermanas de Orissa.

El final de la Misa fue conmovedor. Juan Pablo II dio muestras de cansancio a causa de este nuevo maratón que se está imponiendo. En varias ocasiones fue sostenido por quienes le acompañaban para poder caminar. Pero eso no le impidió detenerse durante largos momentos para saludar.

ENCUENTRO CON LÍDERES RELIGIOSOS

El encuentro con los representantes de las grandes religiones asiáticas, que tuvo lugar por la tarde, también estuvo caracterizado por momentos de gran emotividad. Estas religiones, dijo el Papa, no sólo representan los grandes progresos del pasado, sino también la esperanza de un futuro mejor para la familia humana. Juan Pablo II enumeró los elementos que unen a las diferentes confesiones. Por ello, hizo un sentido llamamiento para que se respete la libertad religiosa, en un continente en el que, en demasiados lugares, asiste a graves violaciones de este principio. La libertad religiosa -confirmó- constituye el corazón de los derechos humanos. Su carácter inviolable es tal que exige que a la persona se le reconozca incluso el derecho de cambiar de religión, si se lo pide la conciencia. Las personas están obligadas a seguir su conciencia en todas las circunstancias y nadie les puede obligar a hacer lo contrario.

Tras recordar a los grandes hombres de la India, como el Mahatma Gandhi, Gurudeva Tagore o Sarvepalli Radhakrishnan, Juan Pablo II propuso a los líderes religiosos presentes optar por la tolerancia, el diálogo y la cooperación, como camino para preservar en el futuro lo más precioso de la herencia de las grandes religiones. Las grandes figuras de la India, concluyó, nos indican esa fraternidad universal que prepara un futuro en el que podremos satisfacer nuestro profundo deseo de cruzar la puerta de la libertad, porque la cruzaremos juntos.

La exhortación postsinodal del Papa mira al pasado para proyectarse en el próximo milenio. Recuerda que Dios, desde el inicio, ha revelado y llevado a cumplimiento su proyecto de salvación en Asia. En este continente, Jesús nació, murió y resucitó. Es verdaderamente un misterio el que el Salvador del mundo -escribe el Papa-, nacido en Asia, sea hasta ahora en buena parte desconocido por los pueblos del continente asiático. Pero Juan Pablo II no se desalienta; al contrario, desborda esperanza. El tiempo es de Dios y con toda certeza -afirma-, en el próximo milenio, Asia será tierra de abundante cosecha.

UN CAMINO ASIÁTICO

Ante este tremendo desafío, la primera pregunta a la que responde el Pontífice es una cuestión de tremenda actualidad entre los misioneros y teólogos de ese continente: ¿cómo es posible anunciar el Evangelio en Asia, cuna de las religiones más antiguas del mundo? Los asiáticos, responde, tienen un intenso deseo de Dios y grandes valores espirituales, como la contemplación, la humildad, el silencio, la armonía, el desapego, la no violencia, el espíritu de intenso trabajo, de disciplina, de vida frugal, sed de conocimiento y búsqueda de la filosofía. En el Sínodo de Asia se observó que proclamar a Jesús como Salvador único puede presentar particulares dificultades en las culturas asiáticas, para las cuales existen muchas manifestaciones de la divinidad que se convierten en caminos de salvación. El Papa precisa que la salvación es una gracia, también para quienes no profesan explícitamente la fe en Jesús. El Espíritu siembra constantemente semillas de verdad y de bien entre todos los pueblos en sus religiones y culturas. Ahora bien, aclara el Pontífice, la presencia universal del Espíritu no puede servir como excusa para omitir la proclamación explícita de Jesucristo como el único Salvador.

Toda persona tiene el derecho de escuchar la Buena Noticia de Dios que se revela. Eso sí, la Iglesia lo proclama con respeto -es una de las palabras más repetidas en el documento-, pero claramente y con convicción: no viola la libertad, pues la fe requiere siempre una respuesta libre por parte del hombre.

¿Cómo presentar, entonces, a este Cristo según esta manera asiática? Es la segunda pregunta a la que responde el Papa en la exhortación postsinodal. Existen diferentes maneras de anunciar el Evangelio, constata. Y existe también un método asiático que introduce a las personas paso tras paso en la plena comprensión del misterio. De este modo, en un primer momento puede presentar a Jesús como Maestro de Sabiduría, el Sanador, el Iluminado, el Amigo compasivo de los Pobres, el Buen Samaritano, el Buen Pastor, el Obediente... Aspectos de la evangelización como son el testimonio, el diálogo, el anuncio, la conversión, el desarrollo integral del hombre, pueden avanzar por etapas. Es legítimo proponer gradualmente a Cristo: pero al final debe anunciarse todo el esplendor de la verdad de Jesús, pues la aceptación de la fe debe basarse en una comprensión personalmente convencida de Cristo.

LIBERTAD PARA CHINA

Si el tercer milenio debe ser el de la evangelización de Asia, ¿quiénes y cómo serán los misioneros del continente más poblado del planeta? Ésta es la tercera pregunta a la que responde Ecclesia in Asia. Asia cree más en los testigos que en los maestros, constata; cree más en la santidad de vida que en argumentos intelectuales. Por este motivo, Juan Pablo II exhorta a todos los cristianos, y en primer lugar a los pastores, a dar un testimonio ejemplar del amor de Dios. Y cita a la Madre Teresa de Calcuta. Esta labor ha sido siempre, y lo será cada vez más, un testimonio importante, a la hora de anunciar el mensaje evangélico. Pero, al mismo tiempo, y hablando precisamente con un lenguaje asiático, los cristianos, los evangelizadores -términos que deben convertirse en sinónimos-, tienen que aprender a ser cada vez más contemplativos, hombres de oración. El futuro de la misión depende en buena parte de la contemplación, escribe claramente el obispo de Roma.

El cuarto interrogante al que responde este documento suscitado por el Sínodo de los Obispos asiáticos afecta directamente a la promoción social y la situación que atraviesa en estos momentos el continente. En Asia, millones de personas sufren a causa de la discriminación, del abuso, de la pobreza y de la marginación. Las principales víctimas son sobre todo las mujeres, los niños, las poblaciones indígenas. La Iglesia se hace voz de los que no tienen voz, y ofrece su colaboración a todas las demás religiones y a todos los hombres de buena voluntad. En este sentido los cristianos asiáticos están ofreciendo y deben ofrecer su contribución para que el ciudadano asiático cobre cada vez mayor conciencia de su propia dignidad -algo que ya está sucediendo- y ofrezca su ayuda para cambiar las estructuras injustas.

EVANGELIO Y PROMOCIÓN SOCIAL

El Papa lanza, además, una serie de llamamientos. En primer lugar, pide libertad religiosa para China -donde ante la persecución los cristianos ofrecen un testimonio silencioso y heroico-, Vietnam y Corea. A continuación, recuerda la importancia decisiva de restablecer la paz en Tierra Santa pues, como dijo el Sínodo asiático, la paz en el mundo depende en buena parte de la reconciliación y de la paz, ausente desde hace mucho tiempo en Jerusalén.

Una vez más, el Papa se hace portavoz de los sufrimientos de la pobre gente de Irak, donde continúan muriendo tantas víctimas inocentes, en especial los más pequeños, a causa del embargo. Pide también la reducción o condonación de la deuda exterior y una campaña contra la corrupción de quien detenta el poder. Grita contra el incremento de los arsenales de armas de destrucción de masas al que define como inmoral. Al hablar de la globalización económica, término que con la última crisis asiática se ha puesto de moda en estos lugares, a veces de manera dramática, propone responder con la solidaridad. Por último, recuerda la prioridad absoluta de la paz, pues la Iglesia está convencida de que la guerra crea más problemas de los que resuelve.

A pesar de las mil contradicciones y de los muchos problemas que afligen a Asia, Juan Pablo II transmite con este documento una bocanada de esperanza. Recuerda a los muchísimos mártires asiáticos, con frecuencia desconocidos, para ilustrar cómo son precisamente ellos quienes revelan de manera visible la auténtica esencia del mensaje cristiano. Y concluye, como siempre lo hace, dirigiéndose a María, para que enseñe a los cristianos a no tener miedo de hablar del mundo a Jesús y de Jesús al mundo.

 

Alfa y Omega, nº 186

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