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¿Niños esclavizados por el fútbol?

Pelé denuncia; los misioneros piden alternativas para los jóvenes africanos

 

ROMA, 17 nov (ZENIT).- Es un «mercado vergonzoso, orquestado por manipuladores que ganan cifras altísimas a costa de jóvenes talentos futbolísticos», ha afirmado hace poco Pelé, el gran campeón y ahora ministro de Deportes de Brasil y vice-presidente de la FIFA. Se refiere a jóvenes talentos africanos «comprados por cuatro perras y vendidos por algunos millones, esperando que mañana produzcan miles de millones».

La noticia ha recibido eco en la agencia de la Santa Sede «Fides», quien ya había denunciado el fenómeno de los «esclavos en pantalones cortos» con ocasión del último campeonato mundial de fútbol celebrado en Francia, en junio de 1998.

En aquella fecha, «Fides» denunció la existencia de «piratas» que, por algunos miles de francos, pueden sacar clandestinamente de sus países a niños con buenas dotes futbolísticas para entrenarlos en el extranjero. Fuera de las fronteras, se cambia el nombre de los niños. Con nuevos documentos, son ciudadanos «regulares», pero están a merced de sus
patrocinadores, los únicos que deciden sobre su futuro. En muchos países africanos, no faltan aventureros disfrazados de «cazatalentos»: pagan entre mil y mil quinientos francos a la familia de un niño de entre 8 y 10 años de edad para entrenarlo y, cuando cumple 17 ó 18 años, lo revenden por 100 millones de francos.

El futuro de quien fracasa es la calle y un gran fardo de rabia y desilusión. En Camerún, en el Hogar de la Esperanza --centro de reinserción juvenil de Mvolye (Yaoundè) dirigido por misioneros--, conocen bien el fenómeno: los chavales escapan detrás de un balón soñando con un futuro brillante. Un responsable ha declarado a «Fides»: «Cuando cuelgan las botas, se quedan sin futuro».

El padre Marco Pagani, misionero del PIME, pide prudencia a la hora de valorar la noticia: «Hay que ver cuánta gente está realmente implicada en este fenómeno. Algunos medios de comunicación occidentales reaccionan de manera sensacionalista ante estas declaraciones. Los países ricos se escandalizan, pero no se preguntan cómo ofrecer oportunidades a los jóvenes africanos. Es cierto que el trabajo infantil es una plaga en un continente con un 80 por ciento de jóvenes. Se puede condenar, pero muchas familias, si  los jóvenes no trabajan, se mueren de hambre. Si se denuncian estos fenómenos, es necesario también crear alternativas».

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