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«Jóvenes españoles 99», estudio sociológico de la Fundación Santa María

La cuarta parte de los jóvenes españoles dicen que pasan de Dios

José Francisco Serrano

 

Y los números, números son. Pero los números cantan. Con la publicación del Informe Jóvenes españoles 99, de la Fundación Santa María, no parece que tengamos que entonar himnos de alegría. Más bien los datos reflejan una realidad que ha de llevar a un serio examen de conciencia. Ofrecemos, en estas páginas, conscientes del riesgo de la interpretación, una síntesis de este riguroso trabajo científico sobre nuestros jóvenes

Los sociólogos Javier Elzo y Juan González-Anleo son los responsables del análisis de los datos obtenidos en el capítulo dedicado a los jóvenes y la religión.

Conforma la puerta de entrada del estudio la pregunta por la práctica religiosa. Su disminución no se ha detenido. Doce de cada cien jóvenes, de edades comprendidas entre los 18 y los 24 años, asisten semanalmente a misa, ocho puntos menos que en el estudio del año 94. Son varias las causas que se apuntan, de entre las que destacan significativamente los hábitos festivos de los jóvenes durante los fines de semana. Además, debemos tener en cuenta el peso negativo de los padres; la menor asistencia de los padres a la misa dominical, cuando no la pérdida total de la práctica regular de muchos adultos; y la acomodación de los padres practicantes a los nuevos tiempos. Han quedado para la Historia los conflictos y engaños de los hijos con sus padres en lo referente a la misa dominical.

Si introducimos las variables de la procedencia geográfica, descubrimos que son las dos Castillas, Andalucía y Extremadura las que ofrecen un mayor nivel de práctica religiosa semanal, frente a Cataluña, Canarias y País Vasco que se mantienen con una gran inasistencia a las prácticas dominicales.

De la práctica religiosa, el informe pasa al apartado de las creencias. Una vez más, nos encontramos en una cuesta abajo. El 67 por ciento de los jóvenes afirma creer en Dios. Hay un ligero descenso en los que creen en el pecado, y se mantiene el porcentaje de los que creen en una vida después de la muerte. Hay más jóvenes que creen en la reencarnación, 27 por cien, que en la resurrección de los muertos, 26 por cien.

Ineludiblemente, la pregunta siguiente es: ¿En qué Dios? Y aquí las cifras sufren un considerable descenso, dado que el 60 por ciento señala que Dios existe y se ha dado a conocer en la persona de Jesucristo, diez puntos menos que en el informe de hace cinco años. Para colmo, la rotunda afirmación Yo paso de Dios. No me interesa el tema ha subido en enteros, del 18 por ciento ha pasado al 24, casi la cuarta parte de la juventud española. Pero la cosa no termina aquí. Para mí Dios no existe recibe el 22 por ciento de acuerdos, mientras que la posición dubitativa que dice que no sé si Dios existe o no, pero no tengo motivos para creer, sube del 24 al 32 por ciento en cinco años. Para los autores, se mire como se mire, la aceptación de la idea, concepto o realidad de un Dios trascendente desciende porcentualmente. Hay hoy menos jóvenes creyentes en Dios que hace cinco y diez años, pero el descenso es mayor a medida que se concreta quién es ese Dios en la modalidad del Dios cristiano.

Y llegamos a las actitudes de los jóvenes españoles ante la Iglesia. Hay que empezar aclarando que, como consecuencia del cruce de variables de capítulos anteriores del estudio, los autores no tienen empacho en afirmar que el nivel general de confianza de los jóvenes en las instituciones, a excepción del Parlamento y la Justicia, ha aumentado. Se han hecho más institucionalistas. En consecuencia, en la comparación y en la evolución, la Iglesia sale peor parada. Pero además de este primer dato, es importante constatar que la capacidad socializadora de la Iglesia española ha disminuido de forma más que alarmante, quedándose en niveles que resultan ser insignificantes.

A esta conclusión se llega teniendo en cuenta que no llegan al 3 por ciento quienes señalan la Iglesia como un lugar en donde se dicen cosas interesantes. A este hecho hay que añadir otro sumamente elocuente. De los que se consideran católicos practicantes, sólo el 10 por ciento encuentran en la Iglesia el espacio donde orientarse en cuanto a ideas e interpretaciones del mundo. A estas alturas, no se puede obviar el gran vacío que se está produciendo respecto a la transmisión religiosa en España. Para Javier Elzo y Juan González-Anleo, nuestra hipótesis es que el papel de la familia ha sido, es y, probablemente, seguirá siendo, muy determinante en la transmisión religiosa. Más aún que en la transmisión de la irreligión, pues ésta se realiza espontáneamente, a través del ambiente reinante. Avanzaríamos la hipótesis de que allí donde hay unos padres con convicciones fuertes habrá un traslado de la religiosidad más notable cuando esas convicciones sean religiosas, pero menor en el traslado de la irreligiosidad. Por el contrario, cuando se trate de padres con convicciones religiosas (o irreligiosas) débiles, el traslado, siendo siempre débil, se orientará hacia el polo de la irreligiosidad, intensificándose y ampliándose así los escasos valores religiosos de los padres, cuando existan.

Según lo autores del estudio, la socialización religiosa de los jóvenes españoles se encuentra en crisis. La carencia de una transmisión familiar de creencias y valores religiosos se une al desprestigio del valor de la religión en una sociedad secularizada.

TIPOLOGÍA RELIGIOSA

La correlación entre las valencias religiosas y otros valores y los comportamientos y actitudes consiguientes hacen que se establezca una tipología de jóvenes y la religión con cinco grupos: irreligioso; nominalista o normativista; no religioso humanista; moralista religioso; y católico autónomo.

El primer tipo, irreligioso, justifica el terrorismo y el vandalismo callejero y representa el 5,94 por ciento del total. Se caracteriza por los escasos valores religiosos: Dios no existe, pasa de Dios, o bien no sabe si Dios existe o no, pero no tiene motivos para creer en Él. En el estudio se establece una clara correlación a este respecto: la justificación del terrorismo y del vandalismo callejero va unida al máximo rechazo de toda concepción de Dios, tanto trascendente como inmanente.

El segundo tipo es el del joven nominalista. Entiende que, para que una persona pueda ser considerada religiosa, debe seguir las normas que le enseña su Iglesia. Sin embargo, no considera requisitos para que uno sea una persona religiosa el cumplimiento de determinados preceptos morales de la Iglesia, como por ejemplo el de no mantener relaciones sexuales antes del matrimonio o no aceptar el aborto y la eutanasia.

Un paso más y nos encontramos con el tipo de joven no religioso, el humanista. Supone porcentualmente el 33 por ciento de la juventud española. Desde su personal concepción de la religión, para ser una persona religiosa no se tiene por qué seguir las normas de la Iglesia, ni pertenecer a la Iglesia. Tampoco creer en Dios, rezar y tener algún tipo de práctica. La condición de la religiosidad, entonces, es puramente su humanismo.

FE E IGLESIA

En cuarto lugar, tenemos al calificado como moralista religioso, que ocupa el 7 por ciento del espectro sociológico. Este grupo mantiene un mayor nivel de exigencia a la hora de definir a una persona como religiosa, poniendo el énfasis en los comportamientos morales.

Por último, el grupo calificado por los autores del estudio como el más religioso, el denominado de católicos autónomos, que agrupa a los jóvenes que en mayor medida aceptan las modalidades del Dios de los cristianos, Dios manifestado en Jesucristo. Es el colectivo de jóvenes que reza y tiene alguna práctica religiosa.

Javier Elzo, a la hora de establecer las conclusiones, insiste en que se da una línea de continuidad respecto al anterior estudio del 94 en el carácter individual de la construcción de la realidad social, la importancia de la experimentación grupal en la elaboración propia (no tematizada en la inmensa mayoría de los casos, pero no por ello menos real) y la lectura mayoritariamente religioso-trascendente de la dimensión religiosa. Además añade algunos aspectos novedosos: debemos empezar a tener en cuenta lo que significa encontrarnos con jóvenes no educados religiosamente por sus padres, aunque éstos sean nominalmente católicos.

Si analizamos la relación entre la Iglesia como institución y los jóvenes, sorprende descubrir que para las tipologías de jóvenes religiosos se da un distanciamiento de la Iglesia. Su discurso sería el siguiente: Soy religioso, soy creyente, responderé que soy miembro de la Iglesia católica si me lo preguntan, pero no me parece que eso sea lo esencial, y de hecho yo puedo ser religioso y católico, y quiero serlo, sin seguir necesariamente las normas de la Iglesia e, incluso, sin que necesariamente precise pertenecer a la Iglesia. Respecto de los jóvenes no religiosos o menos religiosos, tienen una imagen estereotipada de la Iglesia, limitada a las normas morales. La percepción de la Iglesia se limita, en gran medida, al ámbito de la sexualidad y de la interrupción de la vida.

Alfa y Omega, nº 188

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