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Viaje a Moka 2ª Parte. Por Juan Buch

 


    Vengo de recoger la autorización para ir a Moca, ¡Joder! 45.000 fcfa – 15.000 por persona- empezamos bien, no me extraña que con estas promociones la gente, que por cualquier motivo se encuentra en la isla solo se mueva de Malabo a las playas y viceversa, pues conozco gente que lleva varios años viviendo aquí –se van de vacaciones y vuelven-  y no conocen nada de la isla. Pero es una pena que uno no pueda ir a ciertos pueblos de la isla sin una autorización, sea por cuestión de visita o de trabajo.

 Son las dos y Martínez sin aparecer con el Land Rover. Mira que lo remarcamos esta mañana por teléfono: debemos salir puntual si queremos llegar a Moca antes de que anochezca, pues la carretera era mala hace tiempo y no creo que se haya arreglado sola. Aunque confío, por lo menos así lo quiero creer, que los 45.000 Cfas  con los que hemos contribuido sea  una forma de obtener recursos para la gente de los pueblos, que el gobierno invierta en ellos lo que saca gracias a ellos, pues “como no hay recursos en la isla”, hay que sacarlo de los visitantes. Nada a contribuir en el desarrollo del país, porque ¿será del país, no del administrador de turno?. No quiero ni pensarlo.

 Repaso la lista de la compra:

Arroz, un pollo, pan, macarrones, latas de tomate, algo de chorizo y salchichón, unos sobres de sopa, leche, café, algo de azúcar, aceite, cinco botellas de agua, algunas latas de cerveza,  paquetes de galletas, varias latas de sardina... ¡Ah! Y la bolsa de caramelos, que no se me olvide, no sabéis como se iluminan las caras de los críos cuando le regalas algunos caramelos, pues no tienen mucha ocasión de comerlos.

Molina, el otro compañero, dice que es demasiada comida para dos noches. Es la primera vez que viene de excursión y no sabe que es costumbre llevar algo más de comida para dejarla en la casa donde nos hospedamos, así siempre hay algo para los que vengan detrás en caso de necesidad. También le dejamos parte a Mama Rosa, nuestra anfitriona, ella es la encargada de la casa que tiene la Fundación Amigos de Doñana, que es donde nos vamos a hospedar.

Por fin llegó Martínez, son las doce y veinte, bueno no es tan tarde, lo raro aquí sería ser puntual, pues con el tiempo uno se acostumbra a este ritmo sosegado que te permite ver la vida con otros ojos y saborearla. Salimos a toda prisa por la carretera hacia Luba, bueno es un decir pues no llevamos ni dos kilómetros, acabamos de dejar las últimas edificaciones de la ciudad, los cuarteles y ya tenemos la primera parada obligatoria. Dos militares uniformados nos paran, en la caseta que hay a mano izquierda, dos más sentados nos miran por una ventana. El militar que se nos acerca a la ventanilla es un cabo, nos pregunta:

-         ¿ A donde van?.

-         A Moca

-         ¿Necesitan autorización para ir a Moca?

-          ¿Y a Luba? – Martínez, que ya lleva varios años aquí, moviéndose por los pueblos por cuestiones de trabajo y pasando varias veces  al día por las mismas barreras, esta echo a estos menesteres y entra al trapo con facilidad y soltura.

-         No, a Luba no, pero tienen que presentarse al  Delegado de Gobierno.

-         Pues chicos, nos quedamos en Luba, nos acercamos a Batete, cenamos y dormimos allí, ¿Qué os parece?.

-         De acuerdo.

-         Pues nada  vamos para Luba y mañana gestionaremos con el Delegado del Gobierno que se puede hacer.

-         ¿Son residentes?

-         Sí claro, desde hace varios años.

-         ¿Sus permisos de residencia?

-         Jo, pero si nos tienes visto pasar todos los días, os lo sabéis de memoria.

-         No, yo soy nuevo aquí llevo una semana.

-         ¿De donde eres? – Le entregamos la documentación

-         De Cogo.

        Se la mira, nos mira y nos la devuelve.

-         Y que ¿ hace mucho que estas fuera de tu pueblo?.

-         Tres años.

-         ¿Tendrás gana de volver, no?

-         Si pero no sé cuando podré, ahora tengo que estar en la isla un año.

-         Bueno eso pasa rápido, ¿No me iras a pedir la documentación del coche, no? Es lo único que té falta.

 Se echa a reír, el otro soldado, agente, o acompañante, ha estado mirando el interior del coche, y preguntando que llevamos, mirando lo paquetes, para qué tanta comida, si la vendíamos, que le regalásemos algo. Molína quería darle unas cervezas, pero yo he sido tajante y le he dicho que esa comida era para las monjas de Batete y que no podíamos regalar o dar algo que no era nuestro.

 Por fin continuamos la marcha. Hemos estado 20 minutos. Todo un logro, según Martínez, pues el militar parecía una persona normal y hemos tenido la suerte de que no estaba borracho, pues suelen pasarse días ahí en la choza esa que tienen sin ser relevados y sin que le traigan comida, solo bebiendo Topé.

 No hemos acabado de guardar todos los documentos, cuando de pronto a la salida de Sampaka, justo en la entrada de la finca de cacao Sampaka  -preciosa entrada con filas de palmeras a cada lado del camino pintadas de blanco hasta una cierta altura-  otro control. En este hay militares, policía municipal ¿? y algún que otro cuerpo que desconozco pues lleva ropa militar y de civil. Hay varios vehículos parados, todos en sentido contrario, ninguno con personal blanco, son taxis que vienen de Luba o de los poblados cercanos, cargados hasta los topes, los pasajeros están fuera, los hacen bajar y les interrogan. Se nos acerca el policía municipal o de carretera y de nuevo nos pide el carnet de conducir y la documentación del vehículo. Se la mira con detenimiento, como si estuviera leyendo un libro o un papel muy interesante. Nos la devuelve y en ese momento se nos acerca el militar,  nos pide que llevemos al otro militar a Luba. Martínez le explica que nos dirigimos a Moca, que tenemos autorización y que lo más que puede hacer es dejarlo en el desvío de la carretera hacia Luba. Accede y se sube detrás con Molina. Continuamos la marcha esperando que, ahora con un militar a cuestas,  no nos paren más. Aunque es una lata, pues te corta toda iniciativa y comentarios y lo que es peor no puedo a hacer fotos con lo que a mi me gusta, pues no sabe uno con que tontería te va a salir. En fin nos lo tomaremos con tranquilidad.

 A ver si de una puñetera vez arreglan esta carretera, eso que es la principal, parece ser que las aportaciones “voluntarias” que hacemos no son suficientes. Habrá que insinuarles que  saquen alguna partidita del petróleo o de la tala de bosque y la inviertan aquí.

 Como hemos salido tan disparados este mediodía, casi no hemos comido. Así que nos disponemos a meternos entre pecho y espalda algunos bocadillos que hemos preparado. Le ofrecemos uno a nuestro invitado, Juan Carlos se llama, no lo rechaza. Es un joven de 23 años, no muy alto, uno sesenta diría yo, nariz ancha, pelo corto y espaldas anchas. Lleva unos pantalones militares y una camisa de colores vivos, típica del país. Entre bocado y bocado intimamos un poco. No habla muy suelto el castellano.” Soy del mismo pueblo del presidente” repetía una y otra vez “Mongomo”,  como queriéndonos decir “pertenezco al pueblo designado para regir los destinos de esta gente”, hacia  seis años que había ingresado como soldado, ahora era cabo, no tenía a ningún familiar directo, era hijo único, su madre había muerto cuando él tenía dos años y le había criado una hermana de su madre. Su padre cuando él tenía cuatro años se había ido a vivir con otra mujer del pueblo que tenía tres hijos e iba a verle de vez en cuando, había fallecido hacia ya varios años, y el se había enrolado. Después de dos años en Mongomo aprendiendo la vida militar, estuvo en Bata y alrededores durante tres años y hacia un año que estaba en Luba.

 Durante el camino fuimos cruzándonos con gente que nos saludaba al pasar junto a ellos, algunos llevaban leña, plátanos, y cestas en la cabeza. La carretera estaba fatal, algunos de los puentes estaban hundidos. Al cabo de hora y cuarto se nos apareció  la inmensa bahía de Boloko, donde el mar acariciaba suavemente la orilla del bosque, es imposible narrar con palabras la belleza que se abre ante el espectador, una bahía amplia, inmensa, el verde del bosque contrasta con el negro de la arena, y el azul plomizo del mar. Bordeamos la bahía, la carretera se acopla al perfil de la playa, tienes la sensación que puedes tocar el agua solo con sacar la mano por la ventanilla. En gran parte del tramo  se ven restos de un muro de contención, frontera entre agua y tierra. Gran cantidad de árboles al costado del muro forman un paseo natural que invita al observador a caminar entre ellos y recorrer la distancia a pie.

 Llegamos al cruce que nos llevará a Moca y nos detenemos. A mano derecha en un conjunto de tres o cuatro cabañas, hay un grupo de varias personas, Dos hombres con  prendas militares, se levantan y se dirigen al coche. Otro ha salido de una de las casas, lleva un fusil  colgado al hombro. Todos nos miran. Juan Carlos baja, se saludan e intercambian algunas palabras en fang –me imagino- nos despedimos. Cuando Martínez comienza a arrancar, uno de ellos nos grita :

 -  Eh, eh,  para, para, darnos algo de beber, vino, cerveza, ¿que tenéis?”.

-Agua, - contestamos al unísono Martínez y yo -,  somos abstemios, nos lo prohibe nuestra   

 religión, -continua Martínez.

 Juan Carlos increpa a su compañero, y se dirige al otro, creo que es el responsable del puesto, después de un  intercambio de palabras, éste levanta la mano y nos hace un signo de que continuemos, cosa que Martínez ejecuta a la perfección. A partir de aquí la carretera comienza a subir, hay tramos donde el asfalto ha desaparecido, la maleza crece al borde del camino y al principio tienes la sensación que de un momento a otro el Land Rover, va a ser engullido por el bosque. En cada tramo, en cada curva, las Ceibas se levantan majestuosa, impresionantes vigilantes del camino, flores blancas en forma de campanillas golpean unas contra otras soltando su  olor intenso al paso del vehículo.  Al cabo de unos tres o cuatros kilómetros según subimos a mano izquierda,  nos encontramos con un grupo de niños que tienen puesto unos cajones con piñas y plátanos al filo de la carretera, al fondo se ven una serie de casas o chozas – Saltos de Musola -. Nos paramos, preguntamos por el  precio de las piñas, compramos una y algunos plátanos, le hago algunas fotos después de comprometerme que la próxima vez que pase por allí se las llevaré. Continuamos el viaje, la conversación se deriva hacia anécdotas, problemas en el trabajo, el capullo del jefe, donde iremos las vacaciones, etc.

 Comienzan a dolerme los riñones, ya no sé como ponerme. Llevamos metidos aquí algo mas de tres horas cuando llegamos a un conjunto de casas diseminadas a los lados de la carretera. Esto es Musola, comenta Martínez, aquí hay un control. No acaba la frase cuando por arte de magia, a mano izquierda aparece un soldado –digo soldado porque casi nunca llevan insignias que identifiquen su rango al menos en los poblados, debe ser que todos ya saben quién es quién-, estaba detrás de un toldo verde sujeto a unas ramas de un árbol, llevaba un pantalón y una camisa militar, calza unas chancletas, lleva  un fusil al hombro y es bastante joven, no le echaría más de 20 años, está solo. Al pasar a su lado le saludamos sin parar. Cosa que no le gusta y  nos manda parar.

 -         Aquí hay que parar.

-         Perdone, pero estaba buscando la barrera, creo que estaba mas adelante.

-         Aquí también es barrera.

-         ¡Ah! Muy bien, nos dirigimos a Moca. Le entregamos la autorización, se la mira, parece que la lee, nos la devuelve y nos repite.

-         Aquí también es barrera.

-         De acuerdo, gracias, gracias.

Molina comenta con énfasis ¡tanto le cuesta poner un letrero indicando donde esta la barrera!. Sin comentarios. Martínez nos informa que esa no es la barrera, que la barrera está mas adelante, pasado el desvío hacia Riaba, y que si eso era un puesto, sería nuevo, pero lo dudaba, ya que estaba solo y nunca suelen estar solos y menos por estas tierras. Que le habrán castigado o se aburrirá  o adivina el porque. Continuamos, cuando a unos doscientos metros justo en el cruce con la carretera que viene de Riaba se encuentran tres militares, sentados en troncos de arboles y en un bidón. Uno lleva una camisa azul de cuadros abierta y pantalón militar, los otros van uniformados, de color verde oscuro pantalón y camisa. Junto al bidón descansa una botella de cristal verde medio llena de un líquido blanquecino, -topé-, tan pronto nos ven se incorporan y se acercan al vehículo. Nos paramos y le indicamos nuestro deseo de ir a Moca, le entregamos la autorización al individuo de la camisa azul, se la mira, los otros dos detrás de éste, hacen que la leen por encima de su hombro, de vez en cuando nos miran como si en la autorización nos describieran y fueran comprobando nuestra fisonomía. Después de unos cuatro o cinco minutos nos devuelve la autorización.

 -         ¿Van a comprar a Moca?

-         ¿A comprar?

-         Verdura, tomates, lechugas.

-         No, no vamos a comprar, vamos a visitar Moca.

-         En Moca no hay nada que ver, solo huertos.

-         Hombre, si nos han dicho que hay un lago precioso, unas cataratas, unas praderas verdes donde deambula el ganado.

-         ¿Qué lleváis de bueno?

-         De bueno poca cosa, algo de comida para estos días.

-         Y esa garrafa.

-         Es gasolina.

-         No se puede pasar nada a Moca.

-         ¿Cómo que no se puede?. Es gasolina para el coche, ¿Si nos quedamos sin ella vas a empujar tú?.

-         No se puede pasar, hay que dejarlo aquí.

-         Pero vamos a ver, tú comprendes que eso forma parte del coche, que no podemos dejarlo aquí e irnos, que si no hay gasolina no llegamos a Moca o no podemos volver.

 El militar sigue en sus trece y Martínez comienza a alterarse ante el nulo razonamiento del individuo. Buscan que le demos algo y Martínez no está por la labor. Los otros dos están de espectadores. Yo saco un paquete de tabaco, cojo un cigarrillo y ofrezco, Martínez y los militares cogen uno, le regalo el paquete al militar de la camisa azul y entablo conversación con los otros dos, son del continente – ¡qué casualidad!, parece ser que todo el continente ha venido a la isla, ¿será  que éste esta superpoblado?.  Resulta que llevan dos meses sin que venga nadie a traerle comida, se tienen que valer ellos solo, lo que cogen del bosque y cazan, así  como lo que pueden quitar, sisar, a la gente que pasa por aquí –esto me lo imagino yo -, camino obligado para la gente de Moca.

 Después de quince minutos más o menos de razonamiento , Martínez creo ha llegado a un acuerdo con el militar –deduce que no es el responsable del puesto-  por lo que no dejara el bidón de gasolina y si se lo quitan dará parte en Luba y Malabo, como robo. Por el contrario cuando bajemos, le traerá un par de lechugas y algunos tomates.

 Después de este intercambio de conocimientos, proseguimos nuestra marcha. No nos hemos acomodado en nuestros asientos cuando después de una curva a unos doscientos metros de la parada anterior, aparece la verdadera barrera, esto si que es una barrera. Un tronco de madera, nos corta el camino, se encuentra levantado a un metro del suelo, descansando por sus extremos entre un bidón de chapa y un tronco en forma de Y, donde un soldado que lleva una camiseta de tirantes y un fusil, se encuentra sentado a su lado. A unos diez metros antes de esta barrera, a mano derecha se encuentra el puesto de control, hay un árbol, de algunas de sus ramas cuelga un toldo que con ayuda de otros postes forma una especie de tienda militar, en su interior se encuentra una serie de troncos horizontales, apoyados en otros verticales formando bancos, donde se encuentran varias personas, algunas vestidas con ropa militar y otras a medias. Nos detenemos y todos dejan de conversar, uno se levanta y se aproxima, le saludamos y entregamos la autorización a la par que le informamos de nuestros planes. Lee la autorización y con una mirada como si nos perdonara la vida:

 -         ¿Cuándo bajan?.

-         El domingo por la tarde mas o menos.

 Hecha un vistazo al interior del coche y nos devuelve el papel. Hace un gesto con la cabeza al soldado de la barrera y sin decir nada se gira y se va. El soldado apoyándose en el extremo del tronco mas cercano, pone el mecanismo de la barrera en funcionamiento,  lo levanta y lo hace girar hacia a su mano izquierda, acto que nos da a entender que podemos pasar.

 Después de un rato callados, comenzamos a opinar sobre el hecho de que en menos de un kilometro, hayamos pasado por tres controles. La conclusión es que en estos sitios abandonados a su suerte, cada uno se busca la vida como puede, cada grupito afín se monta su propio control para ver lo que puede sacar. No sería la primera vez que una vez llegado hasta aquí y con la autorización pertinente, según el estado del jefe de puesto te tuvieras que dar la vuelta y volver a Malabo. En fin después de arreglar cada uno a su manera las cosas, nos dedicamos a disfrutar del paisaje y del camino. Aunque la temperatura empieza a refrescar, dentro del coche comenzamos a tener calor, pues llevamos las ventanillas cerradas, ya que hay tramos en donde la vegetación quiere entrar y acariciar nuestro rostro. Comienzan a aparecer brumas por el camino, cruzando de lado a lado. Hemos cambiado el clima tropical por el montañoso, la sudoración constante  por el estremecimiento de hombros ante el escalofrío repentino, la camisa empapada por un jersey, a  partir de ahora la temperatura refresca.

 Después de casi cinco horas y media, a la salida de una curva en bajada, comienza a vislumbrase las primeras casas en ruinas de la época española, son de piedra, /cemento, le faltan los techos, y algunas están quemadas. A lo lejos se ven  los dos pueblos que forman Moca, a la derecha de nuestra posición está Malabo y a la izquierda Bioko, los pueblos que han dado nombre a la isla y a la capital después del golpe de estado de 1979.

 A un kilómetro aproximadamente antes de llegar al pueblo, a mano derecha de la carretera, hay una entrada que da paso a una explanada donde se encuentra la casa de la Asociación Amigos de Doñana, es una casa de piedra, de dos pisos de color blanco. Es una casa típica Vasca o Asturiana, con ventanas grandes en su parte baja y ventanas pequeñas en el primer piso, una chimenea sobresale de su techo de uralíta rojo. Le preguntamos a un señor que pasa por la carretera, cual es la casa de Mamá Rosa, la señora que está al cuidado de la casa:

   Sigan el camino de la derecha y cuando encuentren una casa de cemento de color amarillo a su derecha, allí es casa de Mamá Rosa.

       Seguimos nuestra marcha, la carretera se bifurca en dos ante un cruceiro de piedra,  típico gallego que recuerda a una plaza cualquiera de cualquier pueblo del norte de España. Por cualquier parte rezuman restos de más de un siglo de presencia española. El camino de la izquierda lleva hasta el pueblo de Bioco, nosotros seguimos el de  la derecha. Llegamos a la casa, no hay nadie, preguntamos por Mamá Rosa a un joven que pasa por allí y nos informa que  ha bajado a Malabo, que nos la debemos haber cruzado hace un rato, pues iba en uno de los coches que bajan verduras a la capital, - es verdad nos hemos cruzado con uno hace más o menos una hora-, pero que si queremos él nos puede acompañar a casa de su hija que está a las afueras del pueblo, que ella tendrá la llave de la casa. Nos parece bien el ofrecimiento, se sube detrás con Molína y Martínez comienza a dar la vuelta al vehículo, yo miro la hora, son las seis  y cuarto de la tarde, sugiero que antes de ir a la casa vayamos al puesto militar y nos presentamos antes de que se haga mas tarde y nos acomodemos. Se acepta la idea y nos enfilamos carretera abajo en busca del puesto militar, el joven nos indica mas o menos, pasamos por varias casas de cemento, algunas están muy cuidadas, pero otras están, abandonadas, destrozadas, pasamos por delante del colegio, la edificación recuerda a un cuartel con su patio interior.

       Llegamos al puesto, es una casa que se encuentra a la izquierda de la carretera, alejada de ella unos treinta metros, de un color indefinido, en su día me imagino que sería azul marino, tiene un pequeño pórtico al que se accede por unos escalones antes de entrar en la casa, el cual se encuentra cercado por un muro de obra de medio metro de alto que hace la función de valla, en el pórtico, sentado se encuentra un hombre y otros dos van caminando por el sendero que hay de la casa a la carretera. Cuándo nos detenemos se nos aproximan los dos traseuntes, -¿soldados?. Deduzco que han acabado de comer y van camino de lavarse los dientes, - “la policía no es tonta, aquí hay un cigarrillo, alguien ha fumado”-. Uno va vestido con un pantalón militar y una camiseta de tirantes interior blanca, lleva en su  hombro derecho un fusil y una toalla, en su mano izquierda lleva un cepillo de dientes, el otro con unos pantalones cortos de color azul marino y una camisa militar, lleva también una toalla al hombro y un cepillo de dientes, los dos van en con zapatillas de goma. Les saludamos, y se paran a la altura de la ventanilla de Martínez, le comentamos nuestras intenciones y le enseñamos la autorización. El soldado que lleva el fusil la coge y sin desdoblarla, nos la devuelve, y nos indica que debemos presentarnos al jefe del puesto que se encuentra en la casa, es el hombre que esta sentado en el pórtico.

     Martínez baja y se dirige hablar con él, nosotros nos quedamos en el coche y entablamos conversación con los dos militares. Les preguntamos por los edificios que se ven en la parte derecha, detrás de unas alambradas metálicas. Son dos o tres edificaciones, grandes y separadas entre sí, dos tienen un parecido a naves industriales. Eran de la empresa Sudafricana que se dedicaba a la cría de vacas, uno era el matadero, pero hace tiempo que se fueron y están cerradas, no saben a quien pertenecen, pues se comenta que las vendieron, ahora ya no hay vacas, solo Cebúes, que traen de vez en cuando pastoreando. Contemplo a Martínez, está apoyado en el muro del pórtico, de espaldas a nosotros, lleva unos diez minutos hablando con el hombre que se encuentra sentado y una señora que se ha sumado. De pronto se gira y nos indica que vayamos, Molina y yo bajamos del coche y nos dirigimos hacia la casa, el joven que nos acompañaba, baja pero se queda detrás del coche hablando con los dos militares.

  Cuando llegamos, Martínez, nos dice todo serio, que parece ser que la autorización no sirve, yo me lo quedo mirando con la sensación de que me está gastando una broma, pero no, lo dice muy en serio. La señora que se encuentra a su lado de pie lee en voz alta la autorización, -¿será la secretaria?- y le dice una y otra vez que es del Ministerio de Turismo, que no sirve. ¿Quién coño es está tiparraca?, ¿Es que en el ejercito guineano se ha modernizado y en lugar de jefe de puesto hay jefa de puesto y nosotros sin saberlo?. La mujer nos dice  que esta autorización no sirve, tiene que ser del Ministerio de Defensa. Tomo la palabra y con aire de sorprendido digo:

-         ¿Cómo que no sirve?, yo he ido a gestionar esta autorización, y he hablado con el director de Turismo, y él me ha dicho muy claramente, que para visitar los pueblos y aldeas de la isla es su Ministerio quien da la autorización, y que con ella nos debemos presentar al Jefe militar del puesto y al Jefe del poblado.

     El jefe, mueve la cabeza de un lado a otro, la mujer le da la autorización y entra dentro de la casa. Él vuelve a leer, poco a poco, como si le costara entender lo que lee o buscara algún párrafo impropio que le diera la razón a su planteamiento. 

      SE AUTORIZA A DON xxxxxxxx -soy yo-,  CON PASAPORTE xxxxx-, A DON xxxxxxxx  -soy yo-, CON PASAPORTE xxxxx, Y A DON xxxxxxx –soy yo-, CON PASAPORTE A REALIZAR UN VIAJE TURISTICO LOS DIAS 23,24,25 A MOCA Y RIABA .......

     Continua moviendo la cabeza.

 -     Turismo no tiene autorización para dar esto, esto no esta bien.

-         Pero usted no cree que un Director de un Ministerio debe de saber las normas y lo que puede o no puede hacer.

-         Turismo no es mi Jefe, mi Jefe es Defensa, yo obedezco a Defensa.

     Bueno ya salió la competencia de los diferentes departamentos, aquí nadie quiere ceder una pizca de su poder, cada “clan” se cree con el derecho de poseer las funciones como algo particular y no reconoce a ningún Ministerio que no sea el suyo aunque todos sean uno, a la mas mínima aparece a flor de piel la anarquía, las normas y leyes no sirven si no son de mi “clan”.

     Estamos en un punto en que los tres – Martínez, Molina y yo- respondemos a sus irracionales planteamientos casi al unísono.

-         Aquí no pone que pasen la noche en Moca.

     Se me acaba de caer la moral por los suelos.

-         Hombre, pone 23,24,25, no vamos a ir y volver cada día a Malabo, se nos pasaría el día viniendo y yendo, para eso no vendríamos. Mire, nosotros hemos dado los pasos para hacer las cosas bien, si esto no esta bien, el Lunes, cuando vuelva a Malabo me iré a ver al Director de Turismo y le explicare lo sucedido, que aclare con Defensa quien es el que está autorizado a dar permiso y que le informe a usted bien. Y si realmente es el Ministerio de Defensa, haré una carta al Ministro de Turismo informando de la tomadura de pelo por parte de su Director, a ver si así aclaramos de una vez quien es el que está autorizado a realizar este papel.

     Se queda meditabundo, creo que le hemos puesto en un callejón sin salida, tiene que tomar una decisión o nos manda para casa o nos deja quedar. Pasan los minutos y no dice nada, le observo es un hombre de unos cuarenta y tantos, va vestido con un pantalón azul marino, y una camisa a juego azul marino, como si fuera un mono de mecánico, en el bolsillo izquierdo de la camisa, tiene un dibujo y un anagrama bordado, no llego a leer lo que pone, ya que el bordado de las palabras es muy malo y no distingo si es castellano, francés o ingles, no es ropa militar. La mujer le habla desde dentro de la casa, pero no nos enteramos de lo que dice. A través de las ventanas que dan a pórtico se la puede ver, está pelando patatas o algo parecido, pues la habitación está casi a oscuras, la noche comienza a tomar protagonismo entrando sutilmente y sin llamar la atención en el acto teatral que sin querer estamos protagonizando entre todos. En uno de los extremos hay una chimenea, pero hace tiempo que no se ha encendido, una cuerda cruza la habitación de lado a lado, sobre ella cuelga ropa, no se aprecia ningún mueble o mesa, solo bolsas y trastos amontonados en el suelo.

     Sigue pensando no sé por donde saldrá, pero tengo la sensación que saldrá, pues intuyo que de alguna forma nos tiene que “someter” a su razonamiento. No se hace de esperar, como parece ser que no se atreve a meter la pata ya que tenemos un papel “oficial” y que estamos dispuestos a hablar con el Director y con Defensa y realizar una queja por escrito y desconoce cual es nuestro “alcance” en Malabo, su mente le dice que busque otra víctima con quien imponer su autoridad, quizás moralmente dañada. Pues nada, quien mejor que un pobre muchacho que sin comerlo ni beberlo está por casualidad en ese momento con nosotros.

     Así que levanta la vista y ve al joven que nos a acompañado al lado del coche  hablando con los otros dos militares. Lo llama a gritos y le dice que venga. El joven se dirige hacia nosotros y los dos militares se van camino de la fuente. Cuando llega,  con malos modos, a gritos, con una mirada desafiante como si con ello quisiera dejar bien claro que él es el que manda,  que si no ha “podido acojonarnos con sus razonamientos” él tiene el poder en ese pueblo y su autoridad no puede quedar dañada aunque sea a nivel persona y menos con gente foránea, le dice:

-         ¿Tú eres sordo o tú no haces caso a la autoridad cuando te llama?. ¿Por qué no has venido  cuando yo he llamado a todos?. ¿Tú no estabas con ellos?

     El joven desconcertado, sorprendido, –como todos - le mira, nos mira y contesta:

-         Si yo estaba con ellos.

-         Entonces ¿tú eres sordo?

-         No, no soy sordo.

-         Entonces ¿porque tú no vienes?. ¿Tú no haces caso a la autoridad?. ¿ O tú eres más que la autoridad?

-         No, no sabia que yo también tenía que venir.

-         Tu no sabes nada, ¿haber tú quien eres?

-         “ Fulanito de tal”. No ha acabado de decir su nombre cuando el “jefecillo” haciendo gestos de desprecio ante el nombre le incordia.

-         A mi no me interesa tu nombre, haber la tarjeta de identidad.

-         No la llevo.

     El tono sube, los gestos aumentan, ha encontrado el motivo que buscaba, ahora está en su terreno. Terreno basado en la imposición, el absurdo, la incongruencia, el abuso, la autoridad mal entendida, no como una autoridad que le da el derecho a salvaguardar y hacer cumplir los principios de justicia y respeto entre los ciudadanos a su cargo, sino como una autoridad que le otorga la propiedad de gobernar la parcela que le ha tocado bajo su antojo y como propiedad privada. ¿Quizás una reminiscencia de la época de Macias?. ¿ O una cualidad del régimen de Obiang?. Creo que de las dos cosas.

-         No la llevas, ¿ Tú eres mas que la autoridad?. ¿Tú no sabes que tienes que llevarlo siempre, tú eres tonto, o tú no haces caso a la autoridad?. ¿Tú eres un niño?

-         No.

-         Tu sabes que cuando tienes 16 años tú tienes que hacer la tarjeta de identidad, y que tienes que presentarla a la “autoridad” cuando la pide. Tú eres mas que la autoridad, no obedeces normas, yo te enseñare obedecer las normas.

       El joven intenta contestar pero el “jefecillos” le interrumpe

-         ¡Calla, no conteste cuando yo hablo, no conteste!. Tú no obedeces normas, tú te vas a quedar aquí, y mañana yo te llevo a Luba con un soldado, y luego a Malabo, allí te enseñaran normas. Vosotros no obedecéis normas, yo os enseñare obedecer. Tú no te vas tú pasaras  la noche aquí.

     El joven es prudente y se calla, solo mantiene la mirada hacia el “jefecillo”.

     En ese momento vuelven los dos militares anteriores, con sus toallas al hombro y sus cepillos de dientes en la mano, se suman al grupo y permanecen callados y atentos, como simples espectadores.

     Aunque hemos permanecido como simples espectadores en este nuevo “acto”, no he perdido ni una de sus palabras, y de pronto me ha llamado la atención el uso de la palabra Vosotros, a que vosotros se refiere a los cuatro que estamos aquí o al pueblo de Moca. Creo que no hay que pensárselo mucho. Yo contesto -intentando mantener la calma-.

-         Hombre compréndalo, este joven se encontraba sentado en la puerta de su casa, hemos sido nosotros quienes le hemos pedido que hiciera el favor de acompañarnos e indicarnos el camino para venir, él no tenía intención de ir a ningún sitio, por lo que no llevaba la tarjeta de identidad. En cierta forma es culpa nuestra.

-         Usted quiere que yo me salte las normas, él sabe que tiene que llevar la tarjeta siempre encima. Él sabe que tiene que traer la tarjeta siempre que viene aquí. Yo estoy aquí con unas ordenes, es cumplir las normas. Yo ya he faltado a una, vosotros habéis llegado después de las seis, yo podía haber mandado disparar al coche, si no es porque he visto el “dibujo”, yo tengo ordenes que ningún coche se mueva después de las seis.

   Mi mente no puede dar crédito a la idea de que tenemos que dar las gracias a un anagrama pintado en la puerta del coche. Esto hace que una las facetas de mi personalidad muy marcada en estas situaciones  -y en otra muchas- salga a la luz. Con toda la ironía y despotismo que en ese momento pude, moviendo la cabeza en gesto de asentimiento solté:

- Menos mal que el Director de Turismo nos aseguró que podíamos movernos libremente por toda la isla, que solo teníamos que presentarnos al jefe de puesto para que tuviera constancia de que estabamos por allí. Y resulta que hay toque de queda y no nos dice nada. Bueno pensaría que como salíamos a las dos del mediodía llegaríamos antes de la seis, y no sabe que en cada uno de los cuatro o cinco controles que se montan te hacen perder media hora o más ya que solo sirven las autorizaciones y las normas cuando le interesa al jefe de turno. ¡Ah, perdone ¿el toque de queda es a nivel nacional o solo para Moca?. Bueno no importa cuando vuelva lo preguntaré en el Ministerio de Defensa y el Director este se va a enterar, mira que no avisarnos de una orden tan importante. Martínez, recuérdame cuando vuelva de poner el anagrama del vehículo en todas partes, hasta en la ropa ya que si nos ha salvado de ser acribillados hoy, lo más seguro es que nos salve en otras situaciones.

     Martínez me hecha una mirada de ira, con un gesto y una mueca de la boca me dice que me calle que no eche más leña al fuego. Menudo rapapolvo y bronca me espera cuando estemos a solas. Reconozco que tiene toda la razón, pues tenemos todas las de perder, pero es algo innato en mí que no puedo controlar cuando lo absurdo me rodea y no se puede hablar con lógica, es la única forma que tengo para rebajarme al nivel de mi interlocutor. Es una faceta que mucha gente me echa en cara. He recogido su mensaje y a partir de ahora si no lo requiere la situación, no hablare. Martínez toma la palabra y.

-         Mire mis compañeros se quedan aquí y yo voy con el joven a su casa a buscar la tarjeta de identidad, y volvemos en un momento, comprenda que hemos sido nosotros quienes le hemos involucrado en esta situación sin darnos cuenta, él estaba tranquilo en su casa y es normal que a uno se le olviden las cosas cuando no tiene pensado salir o ir algún sitio.

-         Perdonen, perdone, pero no. Él sabe que tiene que llevarlo siempre, aquí no hacen caso, ellos no consideran que yo soy la autoridad, ellos nunca hacen caso. Así él aprenderá, verá como no se le olvida, él se queda aquí esta noche y mañana lo llevo a Luba con un soldado. Él aprenderá.

-         Pero comprenda que olvidarse las cosas es normal, no siempre nos acordamos de todo, yo a veces me olvido el carnet de conducir, cuando no tengo pensado llevar el coche, y luego durante el día da la casualidad que tengo que llevarlo, en fin es normal. Póngale una multa que es lo que se suele hacer en estos casos y ya esta.

-         No, no, él se queda aquí, ustedes se pueden ir pero él se queda aquí, él se queda aquí.

-         Bueno habrá alguna forma en que podamos arreglar esto, ¿no?. Nosotros le hemos metido en ello y nosotros queremos arreglarlo. ¿Cómo lo podemos arreglar?.

-         No se puede arreglar, él aprenderá a cumplir la norma.

     Se hace el silencio. El joven, no dice nada solo mantiene la mirada al jefe y a cada uno de nosotros cuando hablamos. Nos miramos los tres y Martínez dirigiendose al jefe le suelta:

-         Bueno que le vamos a hacer, si no hay forma de arreglarlo, pues nos quedamos los tres con él a pasar la noche aquí, y mañana, nos bajamos a Luba con él, o a Malabo, a donde haya que ir. Nosotros le hemos creado esta situación tan extraña y tendremos que compartir con él su suerte.

    En ese momento los soldados hablan con el jefe, intercambian palabras entre ellos, no sé si discuten o es su forma de hablar pero hacen gestos de enfado. Después los soldados entran en la casa y  salen con algo parecido a un papel y lápiz. El jefe dirigiéndose al joven le dice:

-         Bueno te puedes ir esta noche, le das tus datos a los soldados, pero mañana tu te presentas aquí y yo te llevo a Luba, si tu te escapas yo cogeré a tu familia, ellos pagarán por ti.

-         No se preocupe jefe, él mañana vendrá y nosotros también. –No puedo aguantarme sin soltar algo-.

     Después de dar sus datos, damos las gracias y nos vamos. Martínez nos recuerda:

-         No quiero ni un comentario hasta que no estemos a dos kilómetros de aquí.

    Cuando ya nos habíamos alejado lo suficiente comenzamos a despotricar de la situación, de lo absurdo, de la mala leche que se nos había puesto, de las incoherencias, pues si quería dinero o algo en particular, le habíamos dado varias veces la oportunidad de solicitarlo de una manera mas o menos “ética” para que su ego no sufriera. El joven seguía en silencio, no sé si estaba asustado pues no lo aparentaba o ya estaba acostumbrado a estas situaciones. Martínez dijo:

-         Mañana no se te ocurra  ir solo a verlos, quedamos a una hora y nosotros te acompañamos, no vayas solo, pues este tío ya ves, no tiene muchas luces y creo que por algún motivo tiene resentimientos hacia vosotros por algo. Se le cruzan los cables y te forma un embolado de mucho cuidado. No quiero ni pensar si te quedas solo esta noche allí. Mañana nosotros te acompañamos y vamos a donde haga falta. Ahora vamos a ver al jefe del poblado y le explicamos la situación.

            El joven nos llevó a ver al jefe del poblado, el cual nos esperaba, pues había corrido la voz de que estabamos allí y la hija de Mamá Rosa nos estaba esperando también con el jefe del poblado. Le explicamos lo sucedido, él muy tranquilo –yo me asombré-, no dijo que no nos preocupáramos, que él iría por la mañana a hablar con los soldados y que no pasaría nada, que él aclararía todo. Le insistimos que nosotros iríamos con él o con el joven, lo que hiciera falta, a lo cual nos respondía una y otra vez, que no hacía falta que él lo arreglaría. No quisimos insistir, pues él conocería mejor que nosotros lo que debía hacer. Nos despedimos y quedamos que sobre las ocho y media de la mañana siguiente, una persona del poblado nos haría de guía  y nos llevaría a ver el lago Biaó.

            Con la hija de Mamá Rosa, nos dirigimos a la casa donde nos íbamos a albergar. Nos suministró, sábanas, toallas, y alguna que otra manta, nos informó de cómo funcionaba el gas, donde estaban los bidones de agua –pues no hay agua corriente por supuesto-, pusimos en marcha el generador, nos repartimos las habitaciones y comenzamos a prepararnos la cena, mientras otros descargaban los trastos que habíamos traído.

La casa de los Amigos de Doñana, es una casa de dos plantas, construida con piedras y cemento, es una de las pocas casas que se han podido recuperar y rehabilitar, es austera pero cómoda. Tiene unos amplios ventanales en forma de arcos desde los que se ven un precioso paisajes. En realidad son dos casas -lo que hoy conocemos como casa adosada- unidas por la pared que en su día limitaba los comedores. Forma hoy en día un impresionante comedor con dos chimeneas centrales opuestas. En una parte de la sala está ocupada por la mesa de comer, una mesa de madera, amplia y larga, para unos doce o catorce comensales, con sus respectivas sillas, en la pared opuesta a los ventanales desde los cuales se vislumbra el paisaje de las praderas y parte de las montañas, se encuentra un mueble donde se suele depositar todo el avituallamiento. En la otra parte del comedor hay un sofá y sillones donde descansar. En la misma planta se encuentran las cocinas –una de ella convertida en almacén -  dos cuartos de baños completos, con sus respectivos bidones de 50 o 60 litros y las escaleras que dan paso al piso superior donde se encuentran las camas. En un ala hay dos habitaciones con tres y dos camas y en la otra tres habitaciones con dos camas cada una. ,

Al día siguiente, después de pasar una noche no muy relajado, ya que aunque uno quiere olvidar los malos momentos, estos suelen aparecer constantemente y tienes la duda de cómo acabará esta situación, después de preguntar al guía si sabía  donde estaba el joven, de cuando iba a ir el jefe del poblado a ver a los militares, en fin de interesarnos por como iba la situación, éste nos tranquilizo diciendo que el joven estaba bien y que había ido al pueblo de abajo –BIOKO- a ponerse una inyección y que el jefe ya lo arreglaría todo.

Nos pusimos en marcha. El día era precioso, claro y despejado, algunas nubes blancas al fondo. Después de un par de horas más o menos, no recuerdo exactamente llegamos al lago Biaó, descendimos hasta su orilla, descansamos y volvimos. Esta excursión si os apetece ya os la comentaré en otra ocasión. Regresamos sobre la una y media, quedamos con el guía para el día siguiente a la misma hora, iríamos a ver las cataratas del río Iladyi. Nos duchamos, comimos y nos echamos la siesta.

A media tarde fuimos a dar un paseo por el poblado, formado por calles anchas de tierra a cada lado de la carretera, donde las casa de madera y tejados de nipa, se mezclaban con las pocas casas de cemento que se habían recuperado. Los críos te rodeaban y te pedían cosas, repartimos los caramelos que llevábamos, con lo que a los pocos minutos nos encontramos rodeados por un montón de ellos. Después de recorrer las diferentes calles del pueblo y de ir saludando a todas las personas con las que te encontrabas,  nos metimos en un “bar” a tomar unas cervezas casi calientes, como es normal, escuchamos  un poco de música, charlamos con la gente, que nos preguntaba por España, de donde éramos, que hacíamos aquí, de que equipo de fútbol éramos, en fin de todo un poco.

Ya anocheciendo nos dirigimos a casa del jefe, que no estaba pero le estuvimos esperando hasta que llegó. Nos informó que ya estaba resuelto, que el joven no debía presentarse y que estaba todo aclarado, que no nos preocupásemos. La verdad es que no nos dio muchas explicaciones, al joven no lo volvimos a ver durante esos días y aunque tu conciencia te dice que está todo aclarado, tú subconsciente no te deja descansar y te salta con dudas una y otra vez, ¿será verdad que esta arreglado?, ¿ A cambio de que?, ¿Se habrá tenido que ir el joven del poblado?, ¿Le complicaran ahora la vida a la familia o a él?, ¡Maldita la hora en que le fuimos a preguntar y pedirle que nos acompañara!.

A la mañana siguiente el guía que nos esperaba a la misma hora, nos llevó a ver las cataratas del río ILDYI. La excursión en sí ya os la contaré en otra ocasión – por no hacer esto tan largo y aburrido-. Regresamos para la hora de comer, pagamos al guía por los servicios prestados, con el cual tuvimos una interesante conversación por el camino sobre las inversiones turísticas que se podrían realizar en la zona, y con el dinero que se paga al Ministerio de Turismo por visitar este pueblo. Nos duchamos y devoramos con gran apetito la comida que gracias a Mamá Rosa estaba preparada. Después de descansar un rato, cargamos los trastos y la verdura que habíamos encargado: lechugas, tomates, pimientos, pepinos y sobre las cuatros emprendimos el camino para Riaba.

Nos despedimos de Mama Rosa y del Jefe del poblado, el cual una vez más nos remarcó que todo estaba solucionado, la verdad es que no volvimos a ver al joven por el poblado.

Emprendimos el camino de regreso rápido y veloz -es una broma- pues queríamos llegara a Riaba antes del anocher, y no sabíamos cuanto tiempo y cuantas barreras nos encontraríamos por el camino, de  momento la de Musola. Durante el trayecto nos cruzamos con varios Land Rover que subían al poblado.

El paisaje sigue invadiendo los sentidos del espectador, la bruma se agazapa en cada curva a la espera de invadir la carretera, las flores te saludan con su movimiento pendular desde la calzada con sus colores intensos, el sonido del bosque resuena en la lejanía y el color verde intenso posa su manto en cada uno de los follajes con los que tu vista se recrea. Me recuerda cualquier paisaje de Asturias, Galicia, León o de cualquier provincia del norte de España. Una mas de las razones que unen esta tierra a España.

Llegamos a Musola, el soldado de la barrera “automática” nos deja pasar sin ningún problema, le saludamos y continuamos, aminoramos la marcha según llegamos al control propiamente dicho,  saludamos desde las ventanillas a los dos soldados que se encuentran sentados bajo el toldo soportando las caricias abrasadoras del astro estrella, nos devuelven los saludos, en ningún momento nos dicen que nos detengamos, así que despacio pero sin parar continuamos -nos parece extraño, pero el jefe debe de estar echando la siesta si no, no lo entendemos-.  Llegamos al cruce donde la carretera se divide, que se encuentra antes de los dos controles que pasamos en la subida, tomamos el camino para Riaba.

 

A partir de aquí es otra historia.