Horas después, cuando ya el nerviosismo era patente en los dos españoles,
fueron visitados por un comandante y un capitán del Ejército francés asesores
del presidente Omar Bongo, y tras pedir disculpas condujeron a los sorprendidos
viajeros a una lujosa mansión situada a las afueras de Libreville habitada por
un altísimo dignatario gabonés.
Tras una ardua y enjundiosa negociación, la
autoridad gabonesa dio su brazo a torcer: por 20 millones de pesetas, la
gendarmería del Gabón haría la vista gorda y dejaría partir de la localidad
fronteriza de Oyem una expedición mercenaria comandada por un teniente coronel
de la Guardia Civil cuya misión sería derrocar a Macías.
Los dos hombres suspiraron satisfechos: habian
sido diez largos años de espera y frustraciones desde su expulsión del paraíso
guineano, de búsqueda afanosa de contactos, apoyos y reuniones celebradas en un
entresuelo húmedo y mal iluminado de la calle Cochabamba, en Madrid, propiedad
de los hermanos Amilivia. Durante todo ese tiempo, desfilaron por aquella
oficina todos los líderes guineanos en el exilio mezclados con mercenarios de
poca monta, estafadores, misioneros del CMF, hombres de negocios y políticos de
la ultraderecha española, que veían con buenos ojos cualquier tipo de acción
encaminada a derrocar al filo-comunista y antiespañol, Macías.
Poco a poco, casi todos los líderes guineanos
habian quedado descartados. El último gran descarte fue Samuel Ebuka, ex
embajador de Guinea en Lagos, a quien apoyaron en su día el líder de Fuerza
Nueva, Blas Piñar, y el ex secretario nacional del Movimiento Luis Valero
Bermejo, pero que no consiguió el beneplácito final de Arias Navarro cuando la
operación „Peces tropicales“ se
encontraba en marcha en 1975. El pacto sellado en Libreville significaba el
final de un largo camino.
Bonifacio Biyang Andeme, ex embajador guineano
en España, era el hombre elegido por los ex colonos españoles para sustituir a
Macías cuando hacia finales de agosto de 1979 cayese fulminado el dictador.
Todo estaba preparado en la calle Cochabamba, los mercenarios listos, los 60
millones para la operación y hasta una proclama de apoyo al golpe del arzobispo
Nsé Abuy, exiliado en Roma. Contra las paredes de la oficina rebotaba una y
otra vez la advertencia del dignatario gabonés: „No bastá que acabéis con Macías. Para conseguir algo positivo en
Guinea, tendréis que eliminar a todos los que le rodean“.
Pero si de algo pecaron siempre los hombres de la calle Cochabamba, tan
acostumbrados a la molicie de la vida colonial, fue de ingenuidad: en diez años
no habian conseguido aprender apenas nada a cerca de cómo se mueven las piezas
del complicado ajedrez de un mundo en el que el cacao y el café poca sombra podían
hacer a valores tan contundentes como el petróleo o los intereses estratégicos.
El 3 de agosto de 1979 fue el día más amargo que se recuerda en las oficinas
donde los hermanos Amilivia disimulaban sus actividades progolpistas con la
venta de estufas de calor negro marca Butatel.
¿Qué habia ocurrido? ¿Quién habia tomado la delantera a los hombres
de la calle Cochabamba? ¿Por qué tantas coincidencias? ¿Habia sido cosa de Suárez
utilizándo fondos secretos? ¿Por qué Teodoro Obiang y no Biyang Andeme?
La fulminante reacción de Adolfo Suárez, al
que el golpe de Obiang pilló, aunque jamás sorprendió, de viaje por Sudamérica,
hizo pensar a más de uno que el derrocamiento de Macías habia sido preparado y
financiado por la Moncloa con dinero salido de la siempre sospechosas arcas de
Prado del Rey. Nada más incierto. España, Suárez, estaba en el ajo, pero
sencillamente porque fue avisado tres dias antes por el coronel Obiang, pero no
intervino en un golpe barato, fácil y aséptico cuyas riendas definitivas
estuvieron siempre en las manos de ese zorro africano llamado El Hadj Omar
Bongo.
Los contactos entre Libreville y la calle
Cochabamba se remontaban a noviembre de 1977, cuando el presidente del Gabón
visitó España. Fue en Madrid donde quedó concertada el rende-vous en Libreville entre ex colonos y militares franceses,
pero el hombre más listo y ambicioso del golfo de Guinea tenia sus propios
planes. Por ejemplo, atraer Guinea a la órbita gabonesa (incluida dentro de la
zona del franco CFA) y conseguir hacerse con las riendas de su economía. Omar
Bogó, hombre de baja estatura y mujeriego empedernido, sufre también de grandeur.
La voracidad de Bongó es cosa conocida por
sus vecinos, quienes han venido observando, entre escandalizados y alarmados,
los solapados intentos anexionistas del presidente gabonés. Endeudado e
hipotecado hasta las cejas y con sus reservas petrolíferas al límite, la República
de Gabón comenzó hace aproximadamente diez años una frenética huida hacia
adelante en un intento por conseguir huir de la miseria que le espera a la
vuelta de la esquina. Esa huida fue la que llevó a su moderado presidente a
enfrentarse con el irascible Macías en 1972. Dos insignificantes islas situadas
en los estuarios del Muni fueron las culpables de un choque áspero y definitivo
entre Macías y Bongó.
Fue el 12 de septiembre de 1972 cuando el
embajador de Guinea en la ONU pedía una reunión urgente del Consejo de
Seguridad para tratar de la invasión de algunas de sus islas por el vecino Gabón.
El embajador incluía en su carta al presidente del Consejo un telegrama en el
que se decía que Gabón, tras haber ampliado sus aguas jurisdiccionales de
forma unilateral hasta las 170 millas, invadió Cocoteros y Mbañe.
Aquello resultaba increíble. En las capitales
del Àfrica negra los gobiernos se preguntaban extrañados cómo uno de los
paises relativamente más ricos de este continente habia sentido la necesidad de
provocar un conflicto para anexionarse unos islotes que no podian aportarle
ninguna riqueza. Macías movilizó la opinión africana, pero al final prevaleció
la situación creada con la ocupación „manu
militari“ de Cocoteros y Mbañe. El presidente guineano tuvo que callarse
y esperar mejor ocasión para replantear sus reivindicaciones.
¿Pero a qué tanto follón por dos islitas
perdidas en los médanos del Río Muni? Pues simplemente por el maldito petróleo.
Ni al norte ni al sur de Bioko. Los únicos yacimientos de oro negro que hay en
Guinea y que ofrencen garantías de calidad y explotación están en Cocoteros y
Mbañe. Allí reside la clave de todo. Bongo lo sabe. Macías lo sabía. La
compañía americana Chevron, que inició prospecciones por toda Guinea en 1967
y luego disimuló sus hallazgos, fue la primera en tener datos sobre los ricos
yacimientos que existen en torno a Elobey Grande, Elobey Chico, Corisco,
Cocoteros y Mbañe.
Cuando Macías se decantó hacia la órbita
soviética, la Chevrom se retiró de forma discreta de Guinea, pero por si las
moscas la compañía americana siguió sobornando y pagando facturas a
funcionarios de la embajada de Guinea en Madrid mientras duró la dictadura de
Macías. Los últimos en enterarse fueron Teodoro Obiang y la compañía
Hispanoil y tamaño despiste le ha llevado a gastarse, por ahora, más de 4.000
millones de pesetas en rastrear falsas pistas. Cuando Hispanoil, alertado por
Graullera, se dió cuenta de que quien realmente tenía las llaves del petróleo
guineano eran los gaboneses, envió los mejores juristas españoles sobre el
tema a Obiang, pero Bongó no quiso ni oir hablar del tema porque el futuro de
su país se juega en Cocoteros y Mbañe, y si es necesario se llevará por
delante a Guinea, con Teodoro y todo.
Petróleo aparte, la CIA se la tenia jurada al KGB en Guinea desde que
Macías pegó el espectacular viraje hacia Este, y además no olvidaba que desde
Guinea los rusos habian apoyado todas sus acciones en Angola, Mozambique y Etiopía.
De modo que cuando la CIA se enteró por medio de los servicios secretos
franceses de lo que se preparaba en Guinea, jugó a fondo sus bazas y apoyó sin
reservas al candidato de Bongó a la sucesión de Macías. Desde el primer
momento Biyang Andeme habia quedado descartado.
¿Pero por qué Obiang y no Biyang? El
candidato de la calle Cochabamba era para Bongó toda una incógnita. Sí, sabia
de él que era un fang moderado y con cierta experiencia política, ¿pero se
plegaría a sus oscuros designios? Cuando se enterase de lo de Cocoteros y Mbañe,
¿no iba a poner el grito en el cielo exigiendo la devolución de las islas? Y
para colmo sería proespañol. No, Biyang, no. Bongó necesitaba alguien dúctil
y maleable, un tipo manejable sin excesivos escrúpulos y de voluntad débil
como aquel chico que estaba concitando las iras de Macías desde la isla de
Bioko. Teodoro Obiang reunía todas las características ideales que requería
Bongó.
De modo que el presidente del Gabón envió
emisarios a Malabo. En marcha estaba ya prácticamente el golpe de los ex
colonos, y si Obiang quería salvar el pellejo no le quedaba más remedio que
ponerse bajo el paraguas abierto por Bongó. El precio que puso el astuto
presidente del Gabón a cambio de su apoyo a Obiang fue las islas Cocoteros y
Mbañe y su incondicional vasallaje a la zona del franco. Nada más acabar las
escaramuzas del golpe de la libertad, Obiang acudió a rendir pleitesía a Omar
Bongó. Corrieron el champán, las mujeres y el Whisky. Cuando al dia siguiente
se despertó entre vapores, burbujas y sonrisas de prostitutas perfumadas en
Chanel, Obiang ni siquiera se acordaba que habia firmado las cesiones de las dos
islitas más ricas de Guinea y que su pais ya era casi miembro de la UDEAC y que
el ekuele, si quería sobrevivir, tenia que pasar por la reválida del Banco de
Estados del Àfrica Central (BEAC). Bongó rió: todavía no intuía, ni de
lejos, los disgustos que le iba a deparar la peculiar situación guineana.
Desde
el primer momento reinó el despiste en la Moncloa. Suárez no disponía de
mayores conocimientos sobre Guinea que los que tenia cualquier ciudadano bien
informado. Todo eso, sin embargo, le importaba muy poco, decidido como estaba en
aquel momento en conseguir una imágen de estadista de proyección
internacional. Sin pararse a estudiarse las inmensas contradicciones que se
daban en Guinea, el presidente Suárez montó una especie de Plan Marshall que,
en la práctica, no era más que un monumento a su megalomanía. El Duque
pensaba que iba a luchar contra los gabachos, pero se encontró con Bongó. Se
creía que iba a encontrarse con negros cimarrones fáciles de contentar con
fruslerías y miriñaques y se topó con la insaciable voracidad del clan de Macías
y Obiang perfectamente apoyado por una mafia blanca, con ramificaciones en los
ministerios de Madrid, que se tragó los 15.000 millones de ayuda española a
Guinea en un abrir y cerrar de ojos y lo devolvió a Madrid y Canarias colocándolo
a buen recaudo.
Para empezar, Suárez sustituyó a Juan de
Andrade, un viejo diplomático a punto de jubilarse, por su íntimo amigo y
asesor financiero José Luis Graullera. Para frenar lo que Suárez creía el
impulso francés, precisaba en Malabo un hombre con gran capacidad de decisión
y que careciese de los escrúpulos de un diplomático de carrera. La
defenestración de Andrade supuso el stop
de Marcelino Oreja sobre todo lo concerniente con Guinea, que pasaba a depender
directamente de Presidencia, y por consiguiente de un fontanero,
Alberto Recarte. Graullera y Recarte hicieron y deshicieron en Guinea mientras
los chicos del palacio de Santa Cruz quedaban absolutamente relegados a meros
espectadores en un proceso apasionante y hasta lúdico.
Para epatar y deslumbrar a los negritos del Àfrica
tropical, Recarte y Graullera se sacaron de la manga un invento, al que llamaron
eufemísticamente Cooperación Hispano-guineana, que en un para de años se tragó
nada más que en sueldos a profesores, enfermeras, médicos y asesores civiles y
militares españoles la nada despreciable cantidad de 7.000 millones de pesetas.
Dinamitado, desprovisto de base desde el principio y sin aparato administrativo
guineano para apoyarla, para colmo de los males (y esto no se ha dicho hasta
ahora) la Cooperación sirvió para llevar en poco tiempo la inflación a
Guinea. Como resulta que los cooperantes españoles cobraban en pesestas, en
pocos dias invadieron el mercado de cambios y hndieron al frágil ekuele en la
miseria, llegándose a cotizar al diez por uno en relación con la peseta.
Más adelante, tras vencer múltiples trabas
que nacían del desmadre que habia en Madrid (como es el caso del duque del
Infantado, quien comisionado por las Cámaras de Comercio de España se presentó,
sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, en Malabo dispuesto a conseguir la
exclusiva de la comercialización del cacao guineano), las empresas mixtas,
verdaderas piedras de toque de la política económica española en Guinea, se
establecieron allí. Hispanoil pasó a llamarse Gepsa y Adaro recibió en Malabo
el pomposo nombre de Gemsa, y Graullera se dispuso a practicar su juego
favorito.
Para ofrecerle un estatus digno de un jefe de
Estado, Graullera le pasó a Obiang cierta cantidad de dinero, bastante. Pero
con Teodoro en manos gabonesas, el único hombre que ofrecía garantías era el
segundo de a bordo, el teniente de navío Florencio Maye (Graullera le llamaba
en confianza Floro), y para asegurarlo el embajador de España le colocó en la
presidencia de Gepsa con un excelente sueldo, piso en Madrid y colegio para sus
múltiples hijos (el abultado sueldo de Mayé, que sigue cobrando de Hispanoil a
pesar de que ya no es presidente de Gepsa, puede leerse fácilmente con rastrear
el capítulo de gastos extraordinarios de los balances que anualmente rinde
Hispanoil). Al tercero de a bordo, Policarpo Monsuy, Granullera le puso a regir
los destinos de Gemsa, no tenía sueldo pero era recompensado con coches
lujosos, hoteles caros, videos y todos los gastos extraordinarios imaginables.
Para que el peligroso coronel Fructuoso Mba Oñana no abriese la boca y se
saliese de madre, fue recompensado con la presidencia de Oficar, monopolista del
transporte colectivo en Guinea, que aunque no era oficialmente empresa
mixta, gozaba de la exclusiva de la compra y reparación de los vehículos
de la Cooperación. Oficar es propiedad de Manuel Moreno, presidente de la
poderosa Anetra, la patronal de los transportes en autobuses de España.
Pero como las grandes empresas mixtas no daban
para cerrar la boca a todo el clan esangui, Graullera todavía tuvo tiempo de
potenciar empresas mixtas privadas entre guineanos y españoles que acapararon
totalmente los créditos que dio el Banco Exterior de España, tanto al
comprador como al vendedor, para comerciar con Guinea. Todo se fue en alcohol y
coches lujosos. El amigo de Graullera Paco Roig se puso en seguida al frente de
aquellos negocios fáciles, fundando Suguisa en sociedad con Obiang y otros miembros del clan. Tras la
empresa de Roig aparecieron otros mil más con Esteller o Ferrys (el grupo del litoral) manejando la barca. „La
isla es mía“, decía Roig a sus rivales, Esteller y Ferrys. En un país
hundido en la miseria, era un lujo y un espectáculo ver cómo toneladas enteras
de alimentos que llevaba Roig a Guinea (y que jamás colocaría en España),
tenian que arrojarse a los barrancos del puente Kope. Roig cobraba los créditos
y declaraba productos que jamás se ponían a la venta, pero además tenían la
exclusiva del mercado de alimentación con Guinea.
No era el único que tenía exclusivas. La
naviera García Miñaur (la misma del Harrier y del contrabando de armas),
gracias a su amistad con Lorenzo González, subdirector del Ministerio de
Transportes, consiguió la exclusiva de los fletes con Guinea. Como resulta que,
además, García Miñaur absorbió a Vuida de Besora (empresa también española,
única consignatoria de aduanas que opera en Guinea), esa naviera impone su ley
en Guinea: cobra el doble y hasta el triple de lo estipulado internacionalmente
y por eso cuando, por ejemplo, un saco de cemento llega a Malabo, ya llega
costando casi 1.000 pesetas. Además, la Naviera del Harrier chulea a cualquier
español que quiera exportar productos de Guinea si no se plega a sus leoninas
condiciones.
Tras la espantá
de los españoles de Guinea, en 1969, quedó allá un pequeño contingente de
individuos y empresas de poca monta que se adaptaron pronto a la situación. En
estos años, ese insignificante grupo se dedicó a realizar pequeñas obras,
comercializar cacao, tráfico de divisas y, principalmente, servir de enlace
entre Macías y España. Una de esas empresas fue la encargada de construir el
flamante puente Kope, obra que hipotecó en diez años el presupuesto de Obras Públicas
de Guinea y que sólo con haberse construido unos metros más arriba hubiese
supuesto un considerable ahorro. Otra de las empresas de tan curioso lobby se encargó de
comprarle a Macías una espectacular finca en Córdoba, Argentina, que tras la
muerte del dictador ha pasado a propiedad del dueño de dicha empresa.
Pero a pesar de su insignificancia, tanto Escuder
y Galiana (COESGA), como Mora y Mallo (TRADIMPEX), Drumen, Construcciones Marín,
Ebana, Vuida de Besora, Bruno Veretta, Alcaide y el canario Juan Cabrera
iban a jugar un rol fundamental en la nueva situación guineana tras el golpe de
Obiang. Entre ellos existian disputas, pero antes que nada eran guineanos
de piel blanca que habian resistido sin rechistar el acoso del tsetsé,
el chicharro soviético y las arremetidas venales de Macías. Eran al fin y al
cabo otro clan, más inteligente y depredador que los esangui de Macías y
Obiang, y sus conexiones con los ministerios en Madrid y Malabo iban a
posibilitar que convirtiesen los 15.000 millones de la ayuda española en un
dinero de ida y vuelta, situado ya a buen recaudo en cuentas de Madrid y sobre
todo en la sucursal del Banco Exterior de España en Canarias.
El primer bocado a la ayuda española consistió
en colocar las medicinas y otros materiales en los mercados de Gabón y Camerún.
Sólo ellos disponían de camiones e infraestructura para llevar a cabo la
operación, contando por supuestom con el apoyo del clan en el poder. Más
tarde, mientras el pueblo guineano reventaba materialmente de hambre, la mafia
hispano-guineana especulaba con la ayuda alimentaria (595 millones), para luego
repartirse las obras (pagas en pesetas y en Madrid) a realizar en Guinea por los
distintos ministerios. Como la mafia controlaba a los hombres claves de los
ministerios, no existían concursos de ningún tipo y las obras iban a parar
invariablemente a Escudero y Galiana y sus compinches.
En pleno desmadre, sin control ni inspección
de ningún tipo, la mafia hispano-guineana descubrió cómo hacerse también con
los créditos FAD: se contrataba una obra fantasma en Malabo y cuando llegaba el
enviado de Obras Públicas o Agricultura a Guinea, se le sobornaba
convenientemente y, con la firma del director general guineano correspondiente,
se autorizaba la chapuza. En Madrid se cobraba la obra como realizada y ese
dinero se ingresaba en cuentas particulares, sobre todo en Canarias, donde
existe una adecuada de apoyo a la mafia hispano-guineana, que encabezan BERGASA
( ex director de la Feria del Atlántico e intermediario en la compra de
coches de lujo para Obiang y sus ministros) y el cónsul de Guinea en Canarias.
El lobby
no sólo actúa en materia económica: aconseja, veta, boicotea los proyectos
que se elaboran en Madrid y que no son de su agrado o que suponen un peligro
para sus existencia y sus monopolios, y a pesar del cambio socialista (Escuder y
Galiana mantienen buenas amistades con Gregorio Morán, ministro de Asuntos
Exteriores), todavía mantienen sus privilegiados contactos en todos los
ministerios que tienen que ver con el asunto de Guinea.
Siguen controlando la embajada de Guinea en
España (un choque de Escuder y Galiana sirvió para hacer el primer pago, de
cinco millones, tras el golpe del 3-A), y fueron los que aconsejaron a guineanos y españoles para que en la Cooperación no
tomasen parte guineanos educados en España ni españoles que conociesen a fondo
la situación de Guinea.
UN
BOTÌN DE 40 MILLONES DE DÒLARES
El último capítulo de las relaciones económicas con Guinea se cerró
en enero de 1980, cuando las autoridades de Malabo recibieron la noticia de boca
de José Luis Leal de que, por el momento, España no estaba dispuesta a
respaldar el ekuele, la moneda guineana, en el mercado internacional.
La verdad de todo ese asunto estriba en las rápidas
y misteriosas desapariciones de las reservas exteriores guineanas. A la muerte
de Macías, según evaluaciones practicadas en Madrid por las autoridades del
Banco Exterior en presencia del gobernador del Banco de Guinea y Bruno Veretta
(elemento del lobby que viajaba con pasaporte diplomático), Guinea tenía 20
millones de dólares repartidos en los bancos de Europa y América. Un mes después
de la primera evaluación desaparecían misteriosamente siete millones y nadie
se explicaba de dónde habian partido las órdenes de pago, aunque sólo habia
dos o, como más, tres personas con posibilidad de ordenar tales pagos. Uno de
esos era Danielito Oyono, sobrino del dictador, que habia birlado a su tío
antes de dejarle abandonado en la selva, y el embajador de Guinea en España,
Pedro Nsué Elá, en estos momentos uno de los hombres más poderosos e
influyentes de Malabo, empedernido vicioso del bingo y poseedor de secretos de
Estado que harían temblar a más de un ministro y que utiliza para obstruir
cualquier iniciativa española en Guinea.
Pedro Nsué Elá se hizo rico en España
trafcando con el whisky que compraba a granel y a bajo precio en las tiendas
reservadas para diplomáticos en Madrid, y durante su mandato como encargado de
negocios se desviaron importantes partidas del tesoro guineano y desaparecieron
además 2.500 monedas de oro acuñadas con motivo del Mundial de Argentina y que
se empeñaron en Madrid y sirvieron para pagar juergas y deudas de la simbólica
misión diplomática guineana en Madrid durante la dictadura de Macías. Durante
su mandato y con el asesoramiento de la mafia hispano-guineana, se hicieron
suculentos negocios inmobilarios, así tanto el chalet de Conde de Orgaz,
residencia del embajador de Guinea en España, como otras viviendas de diplomáticos
guineanos fueron inflados en su precio (el chalet de Conde de Orgaz, propiedad
de un piloto de Iberia que hacía vuelos a Malabo, no costaba más de 20
millones de pesetas y fue vendido en 45) y pagados por el Banco Exterior de España
con cargo al crédito abierto con Guinea.
No fue sólo en Madrid; en Paris, Nueva York y
Suiza comenzaron a aparecer órdenes de pago a cuenta de las reservas de Guinea,
y cuando también comenzaron a desaparecer las reservas del FMI destinadas a
Guinea, ya nadie quiso saber nada con el ekuele. •