La creencia supersticiosa en
los vampiros arraigó
desde la antigüedad en la
fantasía popular. No siempre
se les atribuyó
el aspecto de murciélagos
con
que hoy se identifican,
pues hubo épocas en
que se les atribuía la forma
de
demonios o íncubos que
chupaban la sangre a
las personas y tenían
trato
carnal con las víctimas. A
este supuesto
se añadía el culto a
la sangre,
común
a muchas sociedades no
evolucionadas, como
fundamento biológico
de la vida.
El personaje fantástico del
vampiro quedaba
así formado por la
yuxtaposición
de una figura
espectral, un culto pagano
y algunos instintos eróticos
no
liberados
por la sociedad. Espíritus
que se nutrían de
sangre han existido en
la creencia
popular de muchos países:
Polinesia, Indonesia,
Escandinavia, Europa
Central,
y países eslavos. En Hungría,
Rumania,
Bulgaria y otras zonas
de los
Balcanes la superstición
alcanzó tanta
popularidad que llegó
a preocupar
a los gobiernos de estos países
hasta
el punto de decidirlos
a investigar
el fenómeno.