Como introducción, recordemos que existen tres tipos diferentes de relaciones humanas: dependencia; competencia y cooperación. Las tres son, por su origen, naturales. Y es la dependencia la más fácil de comprobar y la primera que experimenta el ser humano, puesto que al nacer depende de otro ser humano para sobrevivir. Sin embargo, a medida que va logrando una progresiva independencia, debe hallar su propia identidad mediante el conocimiento de sí mismo. Busca su propia medida; debe averiguar de qué es capaz y, para lograrlo, comienza a compararse con sus pares; se mide con ellos: compite. Para conocer su talla o comprobar su peso utiliza el sistema métrico decimal o sube a la balanza y, en ambos casos, se preocupa de que estos elementos de medición sean lo más exactos posible. Pero hay capacidades que son difíciles de medir, ya que no existen unidades de medida ni aparatos que lo hagan posible y sólo pueden llegar a determinarse mediante la comparación directa con un semejante. Si la diferencia entre ambos es muy grande, los resultados no serán satisfactorios (igual que pesarse en una balanza defectuosa) y sólo se podrá llegar a determinar que uno es mejor que su oponente o, simplemente, "menos malo", pero no se podrá comprobar si realmente es bueno. La medida exacta se encontrará si se busca y elige con cuidado un contrincante bueno, del que podamos conocer su medida. Entonces lo importante no será ganar o perder, sino comprobar que la diferencia que los separa es mínima y ese resultado estará dando la justa medida. Es por eso que, deportivamente se repite el conocido lugar común: "lo importante no es ganar, sino competir", frase hecha que, a través del tiempo fue perdiendo significado y que nuestros chicos repiten sin comprender y, mucho menos, sentir, pero que invariablemente se pronuncia como consuelo cuando no se gana. En cuanto a la cooperación, podemos comprobar que, desde épocas remotas, el hombre necesitó unirse y cooperar para cazar animales de mayor tamaño o defenderse de tribus invasoras. Sin embargo, nuestra sociedad actual ha ido perdiendo esa práctica, llegando a olvidar el valor de la cooperación. En la misma medida fue exacerbando la competencia hasta convertirla en mera rivalidad. Este cambio de palabras implica un profundo cambio conceptual que, sutilmente, transforma en enemistad la competencia y en enemigo a los contrincantes. Entonces, ya no se juega "con", sino que se juega en "contra" de otro. El objetivo ha cambiado y lo que se busca entonces ya no es la propia medida, sino ser mejor que el oponente; lograr nuevos récords; ser el "Nº 1"; obtener un los laureles. En nuestras escuelas se acumulan trofeos que adornan las Direcciones porque el estímulo está en el premio. Es común que los maestros abusen de la competencia utilizándola como recurso pedagógico y como única forma de estímulo: "el que termina primero tiene un 10"; y un sinfín de frases similares. La nota, que debería ser la medida del aprendizaje individual, se transforma de esta manera en motivo de rivalidad entre los alumnos y, también entre los padres. El boletín de calificaciones, de igual valor que una balanza o un metro, adquiere la importancia de un trofeo que es exhibido u ocultado, premiado o castigado, pero no comprendido. Los chicos, una vez más, sienten la presión de los adultos que les exigen ser "los mejores". Constantemente deben demostrarlo y la evaluación no parte del término medio (bueno) hacia los dos extremos, indicando una medida normal, sino que padres y maestros suponen que el "sobresaliente" es la meta que hay que alcanzarla como única meta, considerando que lo normal es la perfección y que todo lo que se halla por debajo no tiene valor. ¿Acaso estamos ante padres y maestros perfectos? No es precisamente de esta manera que lograremos una alta autoestima y un afán de superación que les permita progresar, sentirse seguros y conocerse a sí mismos. En la escuela primaria, por las características psicológicas de esta etapa de crecimiento, resulta muy difícil conseguir que formen verdaderos equipos de trabajo o deportivos. El egocentrismo es todavía muy grande y no hay noción de grupo. Es en esto último donde el docente tendría que trabajar poniendo el énfasis: utilizar el deporte como un medio para fomentar la cooperación. Entrenar al grupo en prácticas, técnicas y estrategias de juego. La competencia tiene que ser el resultado final de un trabajo formativo cuidadosamente planificado por el docente. No debe olvidarse nunca que, en la escuela primaria, el maestro de educación física no es un mero entrenador físico, sino un pedagogo más dentro del sistema educativo y que, por lo tanto, no educa "para" el deporte, sino a través del mismo. Si se ha trabajado con objetivos claros durante todo el primer y segundo ciclo, es posible que, promediando en tercer ciclo, los niños puedan competir en equipos y estará preparado el camino para una adolescencia sana, con verdaderas competencias deportivas en la siguiente etapa. Y, lo que es más importante, habremos contribuido para que el joven sepa quién es y pueda saber qué quiere y así poder elegir el camino que habrá de seguir para lograrlo, integrándose socialmente con consciencia cooperativa. La competencia y la cooperación, tan claras en el deporte, también aparecen en la vida cotidiana, pero es preciso que padres y maestros sean coherentes en la educación de los niños, pues muchas veces sus actos son ejemplos contrarios a lo predicado. Los cuentos infantiles, tradicionales y contemporáneos, muestran distintos enfoques de estas relaciones humanas que resulta interesante analizar, sobre todo escuchando las opiniones de los mismos chicos. Es posible que a través de la literatura se identifiquen con situaciones vividas y encuentren las respuestas buscadas y, de acuerdo a la guía consciente del adulto, esa respuesta podrá ser positiva o no. Pero debemos estar alertas: cuando la competencia se transforma en rivalidad, se justifica cualquier medio par alcanzar las metas deseadas. Y, en la actualidad, muchas veces no es el premio lo que se busca a través del deporte, sino la oportunidad de descargar la violencia dentro de un marco legal.