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   El ostentoso encanto de la narcoburguesía

En México, país de museos, hay uno que no figura en las guías turísticas ni está abierto al público. Se ubica en el búnker de la secretaría de Defensa y el acceso está permitido sólo a personal militar. Dicen que es único en el mundo. Es el Museo de Enervantes de la Ciudad de México y se le conoce popularmente como el Museo del Narco.

La exposición se fundó en 1985 para instruir a los 16 mil soldados que combaten el comercio ilegal de estupefacientes. En sus salas se exhiben amuletos, fetiches, réplicas de objetos, fotografías y pertenencias de traficantes de drogas. Y armas que en algún momento dispararon contra la policía, el ejército o bandas rivales.

En una de las vitrinas hay una Colt calibre 38, con las cachas bañadas en oro, 22 esmeraldas y 389 brillantes que forman las iniciales A.C.F. Perteneció a Amado Carrillo Fuentes, "El Señor de los Cielos", ex cabecilla del cartel de Juárez. El capo murió en 1997 cuando un médico intentaba cambiarle el rostro en una sala de cirugía. Su cuerpo nunca se encontró. Dicen que le había regalado el arma de empuñadura dorada a Joaquín "El Chapo" Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa detenido en 1993, quien en enero de 2001 se fugó de la cárcel de máxima seguridad donde organizaba banquetes para cien invitados. Guzmán huyó oculto en un carro de ropa sucia con la protección de guardias a su servicio.

El museo guarda un fusil R-15 con una palmera de oro grabada en el cargador. Otra seña de identidad: su dueño era Héctor Luis "el Güero" Palma, lugarteniente de "El Chapo" y uno de sus principales gatilleros.

Entre las piezas se encuentra una camiseta antibalas fabricada en Colombia que perteneció a Osiel Cárdenas, cabecilla del cartel del Golfo. El arsenal incluye lanzagranadas, sub-ametralladoras con rayos láser y rifles con mira telescópica. También muestra escopetas caseras, armadas con tubos y percutores de hierro soldado, usadas por los campesinos al servicio de los carteles para protegerse mientras recogen "la cosecha".

Hay símbolos de religiosidad, como una pistola con la imagen en oro y plata de la Virgen de Guadalupe en la culata. Y de mal gusto, como una puerta de madera "hallada en la casa de un narco de medio pelo" que muestra a un bandido armado entre plantas de mariguana. También hay una maqueta a tamaño natural de un campamento del narcotráfico, un laboratorio procesador de heroína y una réplica de la capilla de Jesús Malverde, el santo de los sicarios.

La muestra incluye una enumeración de todos los enervantes que circulan por México y los más variados escondites para su distribución: muñecos de peluche, jarrones, animales disecados, depósitos de gasolina, macetas.

Uno de los guías del Museo del Narco explica que ha surgido una segunda generación de traficantes, conocidos como los "narcojuniors". Algunos de ellos son universitarios, alejados de la imagen vulgar de sus padres o tíos, y evitan la ostentación. Se mueven como ejecutivos de empresa, aprovechan las ventajas de la llamada globalización y son expertos en "lavado" de dinero. Esta nueva promoción también es más "científica": logró elaborar cocaína negra, teñida con tinta, para burlar los controles aduaneros.

Lo único que los "narcojuniors" conservan de sus antecesores son los métodos violentos. En un país densamente poblado, con altas tasas de natalidad y escasa aplicación de métodos anticonceptivos, ellos aportan su grano de arena para evitar la súper población. Son menos científicos, claro: aprietan el gatillo y aumentan los índices de mortalidad.

Para que los soldados se instruyan acerca de cómo viven y mueren los zares de la droga, el museo expone en sus primeras salas algunos rasgos folclóricos de la narcocultura. Hay discos compactos con narcocorridos y un maniquí con narcoatuendo: sombrero texano, gafas oscuras, camisas estampadas, cinturón con enorme hebilla y botas vaqueras.

En ciudades como Tijuana, Obregón, Culiacán o Guadalajara los capos viven en mansiones ubicadas en las zonas residenciales de los ricos, que compran muy por arriba de su valor real. Hacen inversiones multimillonarias en sociedad con empresarios respetables. Conviven -"y a veces tienen a su servicio"- con los jefes y agentes policiacos supuestamente dedicados a perseguirlos. Departen socialmente con funcionarios públicos de todos los niveles. Entregan donaciones a hospicios, hospitales, asilos, iglesias y seminarios. Ayudan a sus coterráneos y financian obras públicas en las localidades de donde provienen.

Narcodinero, narcopolítica, narcolimosnas...

La narcocultura es una realidad que se respira en el norte y el noroeste de México. Su expresión más popular son canciones que relatan aventuras y desventuras, muertes, amores, complicidades y traiciones de los traficantes: los narcocorridos. Casi todos los músicos que cantan narcocorridos, como "Los Tigres del Norte" y "Los Tucanes de Tijuana", también surgieron del noroeste.

En Culiacán proliferan las florerías y las funerarias de lujo. Los narcotraficantes saben que, por su forma de vida, el único futuro es la muerte. Pero no la muerte por enfermedad, vejez o causas biológicas: por lo general, se indigestan súbitamente con una excesiva dosis de plomo en cápsulas, administrada en forma sorpresiva y por vía cutánea.

Por eso muchos de estos señores son previsores y adelantan en vida los gastos para su entierro. Se aseguran de que cuando llegue la hora final contarán con un aparatoso despliegue mortuorio. En los cementerios de la ciudad se levantan tumbas y mausoleos de mármol blanco con adornos en hierro. Algunas parecen catedrales en miniatura. En sus altares se exhiben casi siempre fotografías del finado en vida, con un arma en las manos o rodeado de su familia. Estas fastuosas tumbas se convirtieron en un atractivo turístico. Son las "narcocriptas".

Paradójicamente, los traficantes de drogas aspiran integrarse a la sociedad a la que contribuyen a destruir. Intentan por todos los medios ser aceptados socialmente. Buscan generar reconocimiento económico, respaldos políticos, simpatías populares. Pagan cuotas exorbitantes para lograr ingresar a clubes exclusivos. Desean que sus hijos convivan con los hijos de personas "distinguidas" o "respetables". Se acercan, incluso, a la Iglesia Católica. Planteado así, esto puede parecer perverso. Pero lo realmente perverso es que muchos destinatarios de ese esfuerzo: "empresarios, políticos y representantes religiosos" encuentran justificación para recibirlos con los brazos discretamente abiertos.

Esta aceptación, desde luego, no tiene nada de fraternal o desinteresada. En el fondo apesta a "dame y te doy".

Casi todos los capos de cárteles mezclan delito y economía. Trabajan como delincuentes e invierten como empresarios. "Limpian" sus ganancias y las "reproducen" a través de variadas actividades: agricultura, ganadería, hotelería, gastronomía y espectáculos artísticos. El dinero sucio también se recicla en depósitos bancarios, inversiones en la bolsa de valores, agencias inmobiliarias, sociedades comerciales, empresas constructoras. En algunas ciudades, ciertas actividades económicas más o menos legales, derivadas del tráfico de estupefacientes, generan fuentes de trabajo. Por esa razón, las autoridades civiles miran hacia otro lado y no se esfuerzan demasiado en investigar o reprimir el "lavado".

Aunque no lo llamen así, la fuente de la bonanza es el "narcodinero".

En política sucede un fenómeno similar. Por un lado, oficial y públicamente, el narcotráfico se condena y se persigue. Pero el combate es parcial: se limita hacia los pequeños distribuidores, los que no cuentan, los desechables, mientras las principales redes son intocables. Los resultados de esta represión en baja escala se presentan como grandes triunfos. Por otra parte, se aceptan disimuladamente los beneficios económicos que el delito brinda "directa o indirectamente" a quienes se encuentran en el poder.

Ya no existen dudas acerca de que el narcotráfico corrompe a muchos de los que legislan. A ellos se les conoce como los "narcopolíticos".

Aparte de asegurar estas actividades terrenales, a los barones de la droga les preocupa garantizar su aceptación celestial. Muchos capos son devotos y mantienen cuidadosos vínculos con figuras de la Iglesia Católica de México.

"¿La cultura del narco es la cultura de muerte?", le preguntó en 1997 el reportero Francisco Ortiz Pinchetti a Juan Sandoval Iñíguez, cardenal de Guadalajara. El arzobispo respondió: "El concepto de cultura de muerte abarca mucho más. Hay otros aspectos desordenados y violentos de la sociedad actual que configuran lo que llamamos cultura de la muerte. Uno de ellos desde luego es el narco; pero también lo es el armamentismo, el empobrecimiento de los pueblos, el poco respeto a la vida en el aborto, la eutanasia".

Quizá indirectamente, con su tolerancia, el prelado confirmó un secreto a voces: ciertas parroquias no preguntan demasiado y también reciben beneficios. Se trata de la denominada "narcolimosna".

...y también narcoperiodistas.

El largo tentáculo de los narcotraficantes se extiende, además, a ciertos medios de comunicación. O a la bolsa de algunos "comunicadores".

En enero de 2002, un decreto del Congreso de Chihuahua prohibió la difusión de narcocorridos a través de las estaciones de radio del estado fronterizo. El dictamen invitaba "atentamente" a los radiodifusores a que evitaran la transmisión de esos temas musicales.

La consideración de los legisladores era atendible: "A fuerza de escuchar reiteradamente que los delincuentes son superhéroes, que cuentan con dinero a manos llenas y que carecen de privaciones, a través de las cintas o discos que se escuchan por medio de las radiodifusoras, los niños y jóvenes pierden el interés en el estudio, trabajo y valores familiares, para ambicionar el dinero fácil, la depravación y los vicios".

La iniciativa fue impulsada por el diputado Oscar González Luna, del Partido Acción Nacional. El legislador sostuvo que los narcocorridos "difunden una forma de vida, de hábitos, costumbres y valores, como lealtad, religión y valentía, por lo que la niñez y juventud en general pretenden imitar estos patrones de conducta, que definitivamente a corto, mediano y largo plazo, ocasionan un perjuicio directo a la sociedad".

González Luna mencionó que en los narcocorridos se alude a individuos que "demuestran una manera especial de vestirse, enjoyarse, de hablar e incluso en sus pueblos o ciudades natales son muy populares y aceptados, ya que en muchas de las ocasiones cubren las necesidades de la población, como las de obras públicas, vivienda y empleos".

Rápidamente, hubo algunas reacciones en la prensa regional.

"En el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana, se han escuchado estos corridos en la voz de los 'Tigres del Norte', sus intérpretes originales", escribió en algún medio local un señor llamado Enrique D. Santos. "En bodas y otros eventos sociales se ha bailado al son de los famosos narcocorridos. La preferencia del público por la melodía no implica una aprobación de las actividades delictivas de los protagonistas".

En un artículo titulado "Prohiben escucharlos. Y sin embargo se mueve", el autor expresa: "El corrido, como voz de un pueblo oprimido, algunas veces festeja el triunfo de quien viola la ley y burla al gobierno. Es como un desquite a los abusivos gobernantes, más no la aprobación de la conducta delictiva relatada. Es como una compensación en fantasía por lo que sufre de su victimario, el gobernante". Y añade: "Con la operación impune del narcotráfico, proliferaron los corridos, pero ya no limitándose a hechos famosos. Se generó una gran demanda de corridos, hechos ya sobre pedido de los narcotraficantes".

En esta línea de razonamiento, Santos afirma: "Pero los narcocorridos relatan un hecho innegable, la impunidad en una guerra que nunca podrán ganar los gobiernos. Ante la proliferación de este tipo de corridos, resultó que ahora está prohibida su emisión en las estaciones de radio y televisión de México. Como en tiempos en que no se podía decir que la tierra era redonda, ni que la tierra se movía. Actualmente una mentalidad inquisidora prohibe que se cante lo que no se puede ocultar, narcotráfico e impunidad".

El articulista "por lo visto, un profundo conocedor de la vida y obra del matemático, físico y astrónomo italiano Galileo Galilei" sostiene que "resulta ridículo, prohibir cantar lo que no se puede negar. El negocio del narcotráfico está triunfando en la llamada guerra contra las drogas. Esta guerra nunca se podrá ganar. Como el gobierno nunca pudo ganar cuando la prohibición del alcohol".

Galileo (1564-1642), autor de la célebre frase "Eppur si muove!", descubrió las leyes de la caída de los cuerpos, inventó el termómetro y construyó el primer telescopio astronómico. Sostuvo que la Tierra no era el centro del universo y que giraba alrededor del sol, por lo que fue perseguido por la Inquisición y tuvo que abjurar de sus convicciones. Afortunadamente, nadie perseguirá al erudito señor Santos a causa de sus aportes científicos al periodismo de investigación.

Alguien llamado Pepe Magaña, de Baja California, opinó en "Acerca de los narco-corridos": "La música norteña, con los temas de narcos incluidos, existe desde antes de ser descubierta y promovida por las grandes cadenas televisivas. Lo que pasa es que ahora el gobierno no sabe qué hacer con tanta delincuencia provocada por ineficiencias en el mismo y busca hasta en la música el origen de sus corruptelas. (...) Ahora pretenden prohibir un género musical considerado como clásico dentro de las comunidades rurales de muchas regiones del país".

Don Pepe Magaña considera que el narcocorrido "no sólo debe continuar sino que debe ser declarado como música autóctona y protegida como parte del patrimonio cultural de nuestro Estado". Finalmente, manifiesta sus elevados valores éticos y estéticos: "Si se pretendiera eliminar este género, quien debería tomar la decisión debería ser el sector rural de nuestro Estado y no un grupo de afeminados pseudo-periodistas".

Seguramente el sutil Don Pepe es, además de auténtico periodista, tan viril como los machos norteños protagonistas de los narcocorridos. Lo cierto es que su refinada concepción artística se acerca bastante a una lucrativa actividad conocida como "narcoperiodismo".

Réplica y comentarios al autor: bambupress@iespana.es

Copyright © 2002 Roberto Bardini Se permite la reproducción total o parcial de este trabajo mientras se cite la fuente.
Publicado con la autorización del autor.




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