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   FIL: Basura en Guadalajara
por José Prats Sariol

La noticia en el ambiente literario cubano es la XVI Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Entre un grupo de escritores independientes que vivimos en Cuba y que no hemos decidido emigrar hay consenso en felicitar a los anfitriones. El esfuerzo de Jalisco al dedicarnos esta Feria favorecería lo que más necesita la sociedad cubana: diálogo, ecumenicidad, pluralismo. Despabilar las ortopedias de izquierda y derecha, sentarlas a conversar civilizadamente, contribuiría a romper la herrumbrosa inmovilidad, a conjurar polarizaciones pícaras y fanatismos jurásicos. El espíritu jaliciense no puede ser más generoso y abierto hacia nuestra patria.

Coincidimos en que recibirán una apreciable muestra de nuestra literatura; baste mencionar a una poetisa de sutilezas y ternuras y agudas metáforas: Fina García Marruz. A la representación de la Isla, los ausentes les deseamos lo mejor. La diversidad de estilos y géneros, de poéticas y generaciones, favorecerá la imagen. Para ellos -incluyendo a los que son honestos, pero piensan diferente-, éxitos en sus lecturas y presentaciones; que disfruten de la hospitalidad y educación de un pueblo que nos quiere y conoce.

Sin embargo, el espejo democrático que debe ofrecerse comete basura. Para los cubanos una basura es engañar. No leerá Raúl Rivero los poemas de Puente de guitarra, que acaba de publicar la Editorial Universitaria de Puebla, porque no le dan permiso para salir y entrar de su patria. No estará Guillermo Cabrera Infante, el único Premio Cervantes cubano vivo, cuya obra narrativa y ensayística nos enorgullece. Tampoco participarán otros escritores y editores exiliados como A. Benítez Rojo, J. Triana, Eliseo Alberto, R. González Echevarría, M. Díaz Martínez, E. Ichikawa, Madelín Cámara, C. A. Montaner, María E. Cruz Varela, R. Fernández Larrea, Zoe Valdés, L. M. García, Pío E. Serrano, F. Lázaro... Lamentamos que entre exiliados e insiliados que no van o no han sido invitados se forme un grupo tan o más representativo que el oficial.

Sentimos que no dediquen ninguna mesa a Heberto Padilla, a la valentía de sus poemas comprometidos; tampoco a las premoniciones de Manuel Moreno Fraginals, el mejor historiador cubano del siglo XX; ni a novelistas como Manuel Granados o Jesús Díaz; todos muertos en la diáspora. No se hablará en el Café Literario de la censura que me obligó a publicar en México mi novela Mariel, una de las cinco finalistas en el Rómulo Gallegos. De una censura tan real como la discriminación racial y el machismo, que con habilidosos disfraces aún se ejerce contra las voces que escogemos temas políticos inconvenientes, heréticos para el Santo Oficio.

Basura podría ser que allí los funcionarios no contestarán preguntas como las siguientes: ¿Cuál es el precio de los escasos libros en relación con los sueldos, cuando las poesías de Eliseo Diego cuestan cincuenta pesos y el salario promedio mensual no rebasa trescientos al mes, donde un ingeniero o un médico tendría que trabajar una semana para comprar Los pasos perdidos o Paradiso? ¿Cómo se hallan las penumbrosas bibliotecas, donde ni la Nacional está computarizada, donde la de la Universidad de La Habana, saqueada en sus fondos por la desidia, tiene una sala de referencia con viejos lunares de los años setenta? ¿Es cierto que el acceso libre a Internet está prohibido mediante candados electrónicos, que la red nacional (Intranet) en los clubes de computación es llamada inFranet? ¿Cuál fomento de la lectura puede exhibirse cuando un buen por ciento de maestros, profesores e instructores de arte carece del hábito de lectura y ejecuta garrafales faltas de redacción y ortografía?

Sospechamos que cierta manipulación ensuciará la Feria, aunque voces emancipadas como el ensayista cubano residente en México, Rafael Rojas o como el pertinaz humanista Carlos Monsivais, rompan el embrujo. Quizás Juan Rulfo, sonriendo junto a la ironía de Eliseo Diego, tome fotos al atardecer de los silencios que acompañan a los escritores. Quizás -sin dejar de condenar el prepotente bloqueo que comete Estados Unidos- algún lector de El otoño del patriarca pregunte a los más jóvenes de la delegación oficial por la incertidumbre, por la muerte sin Vivir para contarla. Quizás un periodista provoque a los tímidos con un comentario sobre el costo moral de la complicidad, sobre la basura del escamoteo. Quizás un sabio de la estirpe de Alfonso Reyes cite la definición de Giuseppe Ungaretti sobre la historia: "materia sibilina y no menos aleatoria que las profecías". Quizás, quizás -como en el bolero-.

Lo espléndido sería que Cintio Vitier, al recibir el Premio, perdone de nuevo al mismo gobierno que lo expulsó del Centro de Estudios Martianos y prohibió por diversionismo ideológico su libro Ese sol del mundo moral. Su ejemplo tal vez abra el diálogo siempre pospuesto, y convenza a los recalcitrantes de que es el camino sensato. Y mejor si habla de que la cualidad de la "Revolución" es rectificar. Así alimentaría la posibilidad de que lo demuestre.

Estaremos al tanto con el mismo amor a Cuba y la independencia que nos sostiene, asidos a la esperanza que Gastón Baquero -muerto sin poder regresar a su tierra- asociaba a "un pavo real disecado que canta incesante en el hombro de Neptuno". Pese a que la basura, aunque la vistan de Guadalajara, sea basura.

En La Habana, noviembre 2002

Réplica y comentarios al autor: Sección "Escribe"




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