Con el libro "Tacuara, la pólvora y la sangre" «me saqué de encima una mochila de adoquines», afirma Roberto Bardini.
Hace 26 años que Roberto Bardini reside en México, con estadías como corresponsal en Brasil, Estados Unidos, Honduras y Nicaragua. Conoce todos los países centroamericanos, desde Guatemala hasta Panamá. Como enviado, estuvo en Argelia, Irak, Líbano, Marruecos y el ex Sahara Español. Cubrió guerras e insurrecciones, asistió a cumbres de jefes de Estado, describió la vida cotidiana de pueblos exóticos. También envió sus notas "Humor", "Página 12" y "El Periodista de Buenos Aires". Ahora, la editorial Océano acaba de publicar su octavo libro: "Tacuara, la pólvora y la sangre".
Aparenta un poco menos de sus 54 años. La mayor de sus hijas tiene 25 y vive en Argentina; la menor, un año y ya camina en México. En el medio, hay un varón de 20, que está en Honduras. Y viene otro en camino, para mediados de febrero. Roberto Bardini está casado con la actriz Mercedes Olea, hija del intelectual Víctor Flores Olea, ex viceministro de Relaciones Exteriores mexicano. "Viví la mitad de mi vida en este país", cuenta. "Y algunos amigos dicen que soy más mexicano que los frijoles charros".
-¿Cómo y cuándo te iniciaste en el periodismo?
-Comencé como colaborador de un periódico semanal de Las Flores, provincia de Buenos Aires, cuando tenía 17 años. Después, en una revista sensacionalista de Buenos Aires, de cuyo nombre prefiero no acordarme. Pero considero que fue en México, en marzo de 1976, cuando realmente me inicié en el periodismo profesional. Fue en el diario «El Día». Primero, en la parte cultural; después, en la sección internacional. En esa época escribían Gregorio Selser, Rodolfo Puiggróss, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Frida Modak, que fue jefa de prensa de Salvador Allende...
Las paredes de su estudio -repleto de libros, revistas, periódicos y archiveros- muestran fotos que dan testimonio de sus viajes. Se lo ve en el centro de Bagdad, en el desierto del Sahara, en las montañas de Nicaragua (con uniforme de combate, mochila y fusil AK-47). Hay retratos de sus hijos. Y también están Héctor G. Oesterheld, Rodolfo Walsh, Ernest Hemingway, Lawrence de Arabia. Un pequeño afiche muestra un grupo de muchachos con Dardo Cabo: son el «comando cóndor», que en septiembre de 1966 desvió un avión hacia las Islas Malvinas. Ése es el tema del libro que está redactando ahora.
-¿Por qué se te ocurrió escribir un libro sobre Tacuara?
-Era una asignatura pendiente. O mejor dicho: una mochila de adoquines que venía cargando desde los 18 años. Tres décadas y media... Ya me saqué el peso de encima.
-¿Por qué una «mochila»?
-Bueno, un estigma. Así se llaman las cinco llagas de Jesús. En mi caso, una cicatriz indeleble. El diccionario dice que el estigma también son las características físicas que determinan la conducta de los delincuentes. Tacuara está considerada como un «grupo neonazi» o una «banda neofascista», gracias a la labor de ciertos formadores de opinión muy sistemáticos.
-Pero eran un grupo bastante violento. Se agarraban a trompadas por la enseñanza "laica" o "libre". ¿Había que pelearse en la calle por determinado tipo de enseñanza?
-No leyeron el libro, o lo leyeron muy rápido. Explico eso en un capítulo. Era una época violenta. Era violenta la policía, los militares, los ministros del Interior civiles, los maestros, los papás, las mamás. Era violenta la historia argentina y siguió siéndolo después con el régimen militar y con los payasos de traje y corbata que vinieron detrás, como aves de rapiña. La violencia no empezó ni con Tacuara ni con las guerrillas de los 70. Empezó mucho antes. En 1955, con el sangriento derrocamiento de Perón, por ejemplo. Antes, en el 20 y el 30, en la «década infame», con la represión a obreros de la ciudad y las matanzas de trabajadores del campo... Si seguimos hacia atrás, los unitarios y los federales también eran violentos. Y los que mataban indios y gauchos o fusilaban generales patriotas adversarios.
-Volvamos a tu libro, al grupo Tacuara...
-Para empezar, no fue un grupo. A inicios de los 60, miles de estudiantes de los colegios secundarios de Buenos Aires eran o decían que eran de Tacuara. De los 14 años a los 18, fui simpatizante de una de sus tendencias: el Movimiento Nacionalista Revolucionario. En esa corriente no había ni nazis ni fascistas. Había muchachos obreros, había peronistas, incluso había quienes se definían como socialistas. Muchos de ellos están muertos o desaparecidos o estuvieron en la cárcel. Los militares no matan, ni desaparecen, ni encierran a fascistas y nazis. Les dan trabajo y los incluyen en las nóminas mensuales.
-Pero hubo antisemitas, chicos que pintaban esvásticas, notorios ultraderechistas. Tú mismo lo narras en el libro.
-Los hubo, como también los hay ahora y como parece que seguirá habiendo. En Argentina, en Estados Unidos, en Europa. Lo que intenté hacer con mi libro, con mi mochila de adoquines, fue abrirla y sacar todas las piedras una por una, y colocarlas en el lugar que correspondía. ¿Qué es George Bush? Un cowboy con retraso mental, un chimpancé que ni siquiera sabe que es fascista. Un violento institucional, como su padre. Como casi todos los republicanos y demócratas. Y los periodistas argentinos «políticamente correctos» denominan presidente a este simio petrolero. Le dicen mandatario, jefe de Estado. Administración Bush, dicen de alguien que no puede ni administrar un parque nacional o un zoológico.
Roberto Bardini tiene dos libros más en prensa: uno sobre la violencia en la frontera México-Estados Unidos y otro sobre la globalización. Este último lleva un título sugestivo: «Un mundo inmundo - Masacres, mitos y mentiras del siglo XX». Abarca desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta la irrupción de Internet. Y también lleva escritas 300 páginas sobre el Operativo Cóndor en las Islas Malvinas, en 1966.
En el prólogo «Edén Pastora, un cero en la historia» (1984), uno de los libros del periodista ex Tacuara, el entonces presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas (FELAP), Danilo Aguirre Solís, escribe: «Bardini es un reportero febril y nunca satisfecho con lo obvio. Posee un estilo de redacción culto, ameno y fanático del detalle». En un comentario al cierre de ese libro, Miguel Bonasso lo define como «un periodista de raza». En otro, «Monjes, mercenarios y mercaderes» (1988), el mismo Bonasso destaca en la introducción: «Bardini ratifica su pertenencia a una corriente del periodismo latinoamericano que vincula el episodio fugaz con el proceso histórico, y las urgencias de la crónica con las bondades de la calidad literaria».
-¿Y hoy, con el final de las ideologías, cómo te defines políticamente?
No duda ni siquiera un instante:
-¿Cuál final? Soy "políticamente incorrecto". La Fundación Ford o la Rockefeller jamás me van a financiar siquiera un orfanato o un albergue geriátrico.
Cuando no se altera, Bardini es un caballero de fina estampa. Y, además, bromista:
-Ni siquiera sé si esta entrevista se va a publicar en algún lugar. ¿Puedo darles, al menos, una lista de direcciones electrónicas para que se la envíen a mis amigos?
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