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   Albert Einstein

El hombre:

Su exquisita sensibilidad, el amor a la belleza y el mundo poético que bullía en cada partícula de su ser, se exteriorizó de diversas formas, aunque fue la música en cuyo sortilegio quedó finalmente atrapado. La magia de los sonidos le arrancaba lágrimas y le producía raptos de honda ternura; en ocasiones, una alegría infinita.

Extraerá del filósofo Kant la idea de que las matemáticas las llevamos dentro de nuestro intelecto; estaba firmemente convencido que si algo podemos comprender también es posible explicarlo con claridad.

No amaba el dinero: ¿Se concibe a un soñador convertido en un robusto burgués, amante de fortunas y comodidades? Vestía zapatos sin lustrar, siempre los mismos, pantalones de entrecasa y un pullóver gastado con algunos puntos corridos. Era su manera de rebelarse frente al mundo; quería borrar todo apego a lo superfluo en el comer, en el vestir y en la forma de conducirse en sociedad.

Einstein había sobrepasado las pasiones humanas; si las advertía no se inmutaba y sabía apartarse con sutil diplomacia. El desprendimiento era natural en él, ya que no sentía apego por nada material y se rebelaba no como algo preconcebido de antemano, sino de modo espontáneo y con la simple generosidad de quien rechaza el dinero con aversión instintiva. Prefería alternar con gente sencilla, desprovista de todo protocolo, y para quien la cultura no era un mero refinamiento sino una inquietud profunda del alma. No necesitaba de riquezas ni de frivolidades.

Había dominado el exceso de puritanismo sobre la preocupación por el "qué dirán". Rehuía de ciertos cánones impuestos por la tradición. Lo hacía por la pureza de su espíritu, por la simplicidad de su alma. Afirmaba que "la vida se vuelve complicada porque alguien se encarga de crearle obstáculos".

Le interesaba saber qué era el sol, las galaxias; dónde empezaba y terminaba el cosmos; cuál era el indescifrable destino del hombre. Podríamos repetir las palabras de Mozart al escuchar a Beethoven: "Contempladle atentamente; algún día dará qué hablar".

Superó escollos sin herir sentimientos ajenos. Conservó una línea de conducta que no alteró. Jamás dijo si el silencio que se hizo en torno a su obra lo rozó. Si alguna vez se sintió herido, tuvo el coraje de llevarse el secreto a la tumba.

No le gustaba improvisar juicios ni emitir ideas sin fundamentos. Sus trabajos fueron una síntesis perfecta. Cuesta comprender cómo, en tan pocas líneas, pudo un hombre decir cosas tan importantes. Su lema era: "Hacer poco ruido, mas decir mucho".

Le gustaba pasear por los bosques y se extasiaba en la naturaleza, teniendo un gran amor por la quietud y la soledad, pero este goce se esfumó con el inicio de la Segunda Guerra Mundial.

Su primera mujer sufría de melancolía, la cual fue empeorando con agudas crisis. Se había vuelto callada, introvertida y se sentía frustrada. Había sido su antigua compañera de matemáticas, y ahora estaba convertida en dueña de casa. El hecho de que a su lado rondara el éxito, le dejó un sordo resentimiento que fue minándola y convirtiéndola en un ser terriblemente extraño, que causaba una pésima impresión. Einstein terminó por divorciarse, pero su hijo sufría de un mal similar. Fue internado, víctima de un desequilibrio mental. El oído del padre no percibía ninguna voz. Así de absorto estaba, y tan grande era su sufrimiento. Quien haya sido capaz de soportar esta tortura paternal -sin entrar en agonía- es un santo o un héroe. Einstein logró superarlo.

Conoció a Elsa, su segunda mujer y conoció junto a ella momentos de gran felicidad. Posteriormente, la muerte de su mujer fue el inicio de la soledad. Se aproximaban años difíciles. El vacío a su alrededor lo envolvía, se hacía denso, penetrante. No se quejó; se sometió a su ley. La vejez lo alcanzó inadvertidamente, sin el más mínimo ruido, cuando sus sueños se habían agotado. No le importó: "Del átomo vienes y al átomo regreso".

Teoría de la relatividad:

Anticipó que la luz de las estrellas, al pasar próximas al sol, se desviaba de su línea recta en forma pequeña, aunque perceptible mediante instrumentos especiales. Se debía aprovechar un eclipse solar para fotografiar la luz de estas estrellas.

Luego de escribir acerca de esta teoría estuvo enfermo una semana, postrado en cama, a causa de la fatiga de la creación.

La guerra:

Agosto de 1933. Hitler sube al poder, aprovechando la confusión reinante. El 28 de septiembre de 1939 cae Varsovia en poder de los alemanes. Le sigue Dinamarca, Noruega, Bélgica, Holanda, Grecia y Francia. Inglaterra, mientras tanto, no se deja intimidar. El 7 de diciembre de 1941 fue la tragedia de Pearl Harbor: los EE.UU. entran por fin en guerra. El mundo convulsionado no saldrá del caos "sin sangre, sudor y lágrimas", al decir de Churchill.

La bomba atómica:

Einstein estableció que al fragmentarse el núcleo atómico, la energía liberada sería igual a la masa perdida, multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz. Según cálculos matemáticos, en un gramo de materia existiría una fuerza equivalente a unos 90 x 10 a la potencia vigésima ergios que sería capaz de levantar 10 millones de toneladas de peso a la altura de 100 metros. Esto podía conducir a una bomba extremadamente poderosa que, transportada en un barco, destruiría todo el territorio circundante.

Fin de la guerra: Hiroshima

El 6 de agosto de 1944, a las 8.15 a.m. cayó la primera bomba atómica sobre esta isla, ya que Japón no se rendía aún. Fue transportada por un avión B29, a 600 metros de altura, en un ataque sorpresivo.

Resultado: Un relámpago enceguecedor, una fuerte ráfaga de aire, el derrumbe de edificios, una nube de polvo y los incendios estallan por doquier. A lo lejos, el hongo atómico.

70,000 muertos en forma instantánea y otros 70,000 heridos a causa de las terribles quemaduras, tras una larga y penosa agonía por el efecto radioactivo. Se originó en forma de luz, calor, radiación y presión, desde los rayos X hasta los ultravioletas y los infrarrojos, con la velocidad del sonido. Los gases extremadamente calientes formaron aquel hongo inicial que se expandió hacia arriba y hacia fuera a una velocidad menor. Duró quizás una fracción de segundo. No obstante, la radiación alcanzó a producir quemaduras de tercer grado a 1,600 metros de distancia. Tres días después, la guerra terminaba, con la explosión de una segunda bomba sobre otra isla: Nagasaki.

La era atómica:

Einstein jamás se recuperó de que su teoría fuera utilizada no en pro del progreso y de la ciencia, sino como símbolo de una guerra atroz. Creía él en el poder de la palabra, no en la violencia. Pacifista a ultranza, no tuvo ni le dejaron los acontecimientos históricos opción alguna. Tuvo que cambiar el rumbo de sus valores.

Tagore afirmaba que el mundo es relativo, porque la realidad depende de nuestra conciencia. Einstein, en cambio, admitía la verdad, fuera de toda existencia del individuo. La comedia humana crea ataduras, aunque es algo idealista desprenderse de ellas y vivir de acuerdo a dictámenes más hondos y auténticos. Ambos representaron Oriente y Occidente unidos, a fin de edificar con amor y entusiasmo un mundo mejor.

El siglo XX jamás deberá olvidar que, gracias a este genial físico y sus descubrimientos, algunos hombres encontraron el espíritu de la paz, y algunos pudieron volver a mirarse como hermanos; la vida seguía siendo digna y respetable, aunque un nuevo periodo acababa de nacer: la temible era atómica, con toda su cruel magnitud y consecuencias.

Réplica y comentarios a la autora: mcbosch2002@yahoo.com.ar




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