1.- Destrucción del medio ambiente.
Aunque esto es sólo causa de numerosos otros problemas, tenemos que considerar que el planeta es nuestro único hogar, por lo menos hasta que encontremos la manera de poder viajar a otros astros, y en caso de que lo llegáramos a hacer antes de autodestruirnos, seria inmoral abandonar la cuna en donde nacimos en una terrible ruina. Para ser capaces de remediar esta tragedia, es imperativo solucionar primero diversas otras cuestiones que afectan a la humanidad, pero siempre teniendo en mente la rectificación del equilibrio ecológico como nuestro principal foco de atención. Lo que el hombre moderno no entiende es que al destruir su casa se destruye a sí mismo.
Considero que la raíz del problema se centra en dos grandes principios, que explico a continuación:
1.1.- El hombre como centro del cosmos.
En las antiguas civilizaciones, el hombre que buscaba darle respuestas a sus eternas preguntas existencialistas optó, en un principio, a satisfacerlas mediante la religión y la fe. No tardó mucho en que otros, no contentos con tales tipos de explicaciones divinas buscaron encontrar el sentido de las cosas de una manera lógica, es decir, usando la razón. Es en éste entonces cuando se crea la "ciencia" de la filosofía; y un individuo llamado Aristóteles, genio de todas las disciplinas existentes en esa época, adopta la esencia del pensamiento filosófico y científico. El explica que para ser capaces de conocer el mundo que nos rodea, es necesario distinguir primeramente que éste se encuentra compuesto de objetos independientes y distintos los unos de los otros. El ser consciente de dichas diferencias, pues, permite el análisis detallado del objeto de estudio. Ejemplo: para que un hombre examine a una piedra, es preciso que el primero sea consciente que los dos forman entes separados y distintos entre sí. De esta manera, el hombre se separa de la naturaleza para poder estudiarla.
Este distanciamiento se hace patente de igual forma en el marco religioso de las doctrinas que reinaban en los tiempos de Aristóteles. Los dioses de esas épocas, aunque todavía simbolizaban fuerzas naturales, ya contaban con figuras antropomórficas. Esto es, los hombres creaban a sus deidades a su propia imagen y semejanza (o al contrario, según dicen los teólogos). Es así, que estos hombres-dioses sitúan a la humanidad en el cenit de su creación, y la elevan a la altura de raza privilegiada. Incluso, le otorgan todo un mundo a su servicio, dotado de los recursos necesarios para que estos los aprovechen a su capricho.
Estos dos conceptos, el del hombre separado irremediablemente de la naturaleza, por un lado, y por el otro, el hombre como depositario de un derecho divino sobre el planeta, son la punta de lanza a partir de la cual se sustentará la futura modernidad. La humanidad ubicará su existencia en el centro del cosmos, en donde todo gira a su alrededor. El hombre no se vuelve a adaptar al mundo, sino que adaptará el mundo a su beneficio.
1.2.- El llamado "Progreso".
Los anteriores principios se mantuvieron por un tiempo considerable hasta el arribo de la Revolución Industrial, en donde parecieron ser no solamente retomados, sino que cobraron más fuerza debido al advenimiento de los avances de la tecnología. Gracias a ella, la explotación de los bienes materiales se había tornado más eficiente. Y con la ayuda de las grandes Revoluciones en las que la burguesía se había apoderado de un status social más cómodo para la realización de sus fines, el concepto de "progreso" tomó un nuevo significado: La transformación de los recursos materiales en riquezas acumulables que satisfaciéran los deseos ilimitados del hombre posesivo. O como bien diría Marx, el verdadero propósito del hombre industrial en su afán por "progresar", es poseer. De esta forma, el planeta se encontraba a disposición de la nueva clase burguesa para ser canjeado por valores económicos.
Pero muy pronto nos dimos cuenta que pensar en el crecimiento industrial como progreso acarreaba numerosos problemas, y entre ellos la destrucción de nuestro medio ambiente. La ambición desmedida provoco la tala indiscriminada de árboles, que condujo a una acelerada perdida de nuestras principales zonas boscosas y selváticas. Las grandes industrias generaron contaminantes que envenenaron el aire, como ocurrió en Londres a fines del siglo pasado. Sin embargo, no es hasta este siglo cuando el peligro se hace más latente que nunca. La destrucción de la capa de ozono, el calentamiento de la atmósfera terrestre, el agotamiento de los recursos y la aniquilación de las distintas formas de vida, son ejemplos de ello. Vamos, la Ciudad de México es una metáfora de todo aquello que ha salido mal en este "desarrollo" o "progreso".
La "vida humana" no se puede comprender como algo separado de la "muerte de la naturaleza", ya que forma parte de ella. Mientras los valores de la modernidad se resquebrajan, el hombre de nuestra época busca términos con los cuales explicarse el complicado futuro que le espera a la humanidad. Se habla de "desarrollo sustentable" y de "agendas ambientales", ya que el "progreso" ilimitado no se puede dar a expensas de los limitados recursos de nuestro planeta. Hay incluso quien ha sugerido que la respuesta a la destrucción ecológica reside en la misma tecnología, como si se pudiese conectar a la Tierra a un respirador gigante, y proporcionarle medicinas. Este es el colmo de la arrogancia humana: el pretender controlar el universo.
Es preciso que el próximo milenio sea testigo de la renuncia del hombre a su posición central en el cosmos, para que coexista y asuma su responsabilidad armoniosamente, girando en torno a un gran Todo, que es la Naturaleza. El hombre postmoderno del siglo XXI protegerá la vida, defenderá los recursos para que no se agoten, y apoyará a la Naturaleza en vez de intentar conquistarla.
Marco Sakai
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