Después de tanta enseñanza de economía liberal -que en México tomó vigoroso impulso durante los grises años del gobierno de Miguel de la Madrid y se llevó al extremo en el trágico reinado de Carlos Salinas y en el otoñal sexenio de Ernesto Zedillo- sigo sin entender bien a bien cómo es que el destino de la bolsa de valores de Nueva York condiciona tan determinantemente el destino de nuestro vapuleado país. Pero el hecho, al decir de los que desentrañan los oscuros códigos de la economía, es que cuando el Dow Jones pone sus barbas a remojar, el resto del mundo las debe, inmediatamente, cortar. Lecciones de economía global, ni duda cabe.
Por el momento las autoridades federales mexicanas, hijas de doña flamante y transparente democracia, no aciertan advertirnos, a los mortales comunes, de los riesgos condensados en tanta y tanta quiebra fraudulenta entre las super corporaciones estadounidenses que cotizan (o cotizaban) en Wall Street. Desde Enron hasta Worldcom, pasando por Johnson y Johnson y tantas otras, la lista se abulta junto con los desempleados cada día más. Algo serio, muy serio, está pasando en los pasillos del corazón financiero del mundo y nosotros seguimos como si nada.
Algunos análisis periodísticos pretenden arrojar luz, aunque ello parece insuficiente. Por ejemplo, hace una semana, Sergio Sarmiento sostuvo que las escandalosas quiebras de las corporaciones gringas, hablando de Worldcom, eran un fenómeno que ejemplificaba la manera como el sistema de libre empresa, el capitalismo, se purgaba; es decir, se deshacía de los elementos enfermos. Una forma de arrojar los males y buscar los correctivos. Y tal razonamiento parecería de lo más sensato (como casi todos los análisis de Sarmiento) de no ser porque los fraudes contables cometidos en tales empresas rebasan el simple ámbito de sus intereses particulares, el de sus inversionistas, accionistas y empleados (muchos de los cuáles, por cierto, ahora están en la ruina). Se trata de quiebras originadas en el fraude, en el manoseo de las contabilidades y en la complicidad de los auditores de esas firmas. Un mal tan generalizado a la fecha que golpeó, ya, la confianza y los bolsillos de millones de inversionistas, dejando herido de seriedad al sistema bursátil más importante del mundo, el estadounidense.
Por eso ante tal escenario, el cuestionamiento de algunos analistas es más radical. Kurt Eichenwald, se ha preguntado: "¿Es posible que la mentalidad estrecha y codiciosa de un puñado de capitalistas vaya a... provocar cientos de bancarrotas, hundir a los bancos, acabar con la concesión de prestamos?" Es decir, ¿a sacudir las bases del capitalismo actual? Algo que ni el socialismo real, en sus mejores momentos, pudo realizar (El País, 7 de Julio de 2002). Y Joaquín Estefanía, por su parte, interroga si acaso no estaremos observando la verdadera "crisis de la ética capitalista", una crisis moral, provocada por la corrupción, las complicidades de la avaricia privada con el poder público y la falta de controles efectivos sobre un mercado desbocado (El País, 28 de Julio de 2002). No son interrogantes menores. Rebasan el ámbito de las purgas microeconómicas, de empresas particulares, y apuntan al sistema en su conjunto.
A estas alturas nadie niega que la economía mundial está en crisis. Atravesando por un bache mayor que tiene entre sus manifestaciones y causas a la volatilidad de las bolsas de valores en los cuatro costados de la pequeña aldea mundial. La mayor de ellas, Wall Street, sufre un descalabro equivalente al mítico "crash" de los años veinte. Un tropezón que iguala el récord de caída del índice de la bolsa (24 por ciento) en los primeros 18 meses del gobierno del presidente Herbert Hoover al finalizar la década de los veinte, con los primeros 17 meses de George W. Bush, el "águila que cae" de los gabachos. En apenas ese lapso, entre enero de 2001 y julio de 2002, el índice bursátil más importante del orbe cayó 2,600 puntos (The Economist, 26 de Julio de 2002), frente al cinismo de un gobierno republicano que se negaba (hasta hace muy poco) a reconocer la catástrofe. El precio no económico para el presidente junior ha sido un desplome equiparable en su popularidad que ni la "guerra contra el terrorismo" ha podido revertir.
Toda una serie de correctivos están en marcha. Regulaciones impulsadas por el Congreso de Estados Unidos para inhibir y sancionar a los ejecutivos, a los contables y a los auditores que busquen pasarse de listos; traficar con información privilegiada, ocultar la contabilidad real de las empresas y falsificar los informes de desempeño. Aún así, el fantasma de un "crack" de proporciones mayores no se ha disipado. Los mexicanos conocemos la trama de una crisis de tal naturaleza. En 1994 debimos encarar una quiebra casi total del sistema financiero cuya solución consistió, simplemente, en hipotecar el futuro de una o dos generaciones. ¿Qué sucedería si al "error de diciembre" tuviéramos que añadir el "error de los especuladores de Wall Street"? La pregunta no es tan ociosa como parece.
Nuestro destino está ahora más atado que nunca al de Estados Unidos. Sus quebrantos son nuestros en una magnitud mayor de lo que fueron en el pasado. Sólo por eso, los mexicanos deberíamos estar advertidos de los riesgos potenciales de la actual crisis económica que toca a las puertas de los vecinos. Después de todo, la única lección de economía que algunos habitantes de estas tierras sí hemos aprendido, es que "cuando Estados Unidos estornuda, a nosotros nos da pulmonía". ¿Podemos imaginar qué sucedería si la enfermedad de ellos rebasa la condición de gripita?
Vaya usted a saber. De momento y mientras don Karol Wojtyla y Juan Diego ocupan los titulares de los medios nacionales en lo que resta de esta semana, no tendrá caso especular ni analizar los vaivenes de una economía mundial que cada día invita más a expresar un sencillo deseo: ¡Que el Señor nos agarre confesados!
Réplica y comentarios al autor: arredon@cencar.udg.mx
|