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   El Islam

Al igual que el catolicismo o el judaísmo, el Islam cuenta con un abundante cuerpo de tradiciones. Las penas de mutilación para los ladrones o la lapidación para las adúlteras, o la afirmación de que en el infierno hay más mujeres que hombres, o la condena homosexual y sus terribles penas encuentran su base en los jadiz.

El Islam aspira a la conversión de todo el planeta; cuenta con normas de la vida cotidiana y disuelve al individuo en el seno de la comunidad de los creyentes. Sus creencias sobrepasan cualquier tipo de barrera nacional, racial o social. Actualmente se cree que existan mil millones de creyentes.

La muerte de Mahoma fue en el año 632, cuando el imperio estaba en estado embrionario. No contaba con las instituciones mínimas. Los procalifas no eran monarcas ni podían asimilarse a la figura del Papa ni a los obispos en las iglesias ortodoxas. El califa se limitaba a ser un vicario de Mahoma que no podía definir una doctrina sino sólo procurar que se cumpliera.

El primer califa había sido yerno de Mahoma y se convirtió en su sucesor. Utman tuvo una importancia considerable en la historia del Islam, ya que no sólo ordenó la elaboración de un texto unificado del Corán, sino también inició la expansión de esa religión en Arabia. Durante su reinado, el califato de Umar, Egipto, Siria, Irak y parte norte de la Mesopotamia fueron sometidos. A su muerte en el 644 d.C. Otro pariente de Mahoma fue el nuevo califa. Utman fue asesinado tras un levantamiento de los musulmanes de Irak. Luego vendría una larga guerra civil, que dividiría para siempre el Islam. Mientras, Alí, primo y yerno de Mahoma, fue muerto. Su sucesor inició el califato omeya; esta dinastía produjo un período de auténtico esplendor, fijando la capital en Damasco. Pese a las luchas intestinas, los omeyas lograron extender el Islam desde China a España, donde la resistencia del minúsculo reino asturiano impidió su paso más allá de los Pirineos.

A fines del siglo IX el califato se vio fracturado por principados independientes en las provincias orientales y el surgimiento de califatos rivales en el norte de Africa. Antes de concluir el siglo X los mongoles pusieron fin al califato.

Hasta ese momento el poder en el Islam había estado vinculado con familias de origen árabe, que tenían una relación directa con Mahoma, pero esa situación resultaba cada vez más difícil de sostener para la mayoría de los pueblos no árabes y sus súbditos deseaban un reparto más equilibrado del poder.

En el siglo XV (1453), el sultán otomano llegó incluso a conquistar Constantinopla. A lo largo del siglo XVI los otomanos se expandieron por Irán, Siria y Egipto, pero se convirtieron en la pesadilla de Europa. El Mediterráneo y Europa Central fueron el escenario de espectaculares enfrentamientos. Solimán sometió a Viena a un asedio que estuvo a punto de concluir con éxito. Los otomanos apoyaron todos los focos de lucha islámica, desde Alpujarras, en Granada, hasta las bases de piratas beberiscos, en el norte de Africa. El avance otomano sólo se vio frenado tras la victoria de Lepanto en el siglo XVI (1571). A partir de ese momento la decadencia otomana fue creciendo. Tras el fracaso en el segundo asedio a Viena en el siglo XVII, el imperio fue derrotado por Austria y luego por Rusia. Fue así como el Islam, que había sido arrojado de la península Ibérica se vio expulsado de Crimea, al norte del Danubio. Mientras un sector del Imperio Otomano consideraba que semejantes desastres sólo podrían ser conjurados, si se producía un regreso firme al Islam, otro abogaba por un proceso de occidentalización que modernizara esta religión.

Desde la primera mitad del siglo XIX, el imperio otomano fue objeto de enormes reformas, aunque tuvo que endeudarse excesivamente. Tuvo que conceder ciertas medidas liberalizadoras a fin de otorgar a los no musulmanes los mismos derechos y deberes que a éstos. El estallido de la Primera Guerra Mundial implicó un cambio radical en la situación. La derrota otomana fue el final de su imperio asiático y la aparición de una serie de protectorados de poblaciones islámicas en Oriente Medio, bajo la tutela de Gran Bretaña y Francia, que aspiraba a la independencia. La consecuencia fue bien diversa. A partir del año 1919, Turquía sufrió una revolución dirigida con fines modernizadores. Las recientes o futuras naciones árabes abrazaron una especie de legitimismo islámico.

El final de la Segunda Guerra Mundial tuvo enormes consecuencias para la configuración política del Islam. Mientras Marruecos, Jordania y Arabia trataban con regímenes que pretendían alguna conexión con la familia de Mahoma, en otros se produjo la creación de estados nacionalistas que buscaban combinar el respeto al Islam con un intento de modernización, como el nacionalismo árabe y el socialismo; éste fue el caso de Egipto, Argelia, Irak y Libia. Inmersos en una política ferozmente antioccidental y antisemita, la inmensa mayoría de esos regímenes fracasaron durante las últimas décadas del siglo XX.

Réplica y comentarios al colaborador: mcbosch2002@yahoo.com.ar




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