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   En búsqueda de los orígenes humanos

El gran árbol genealógico de la humanidad tiene cada vez más ramas, así como raíces más profundas. Los hallazgos de restos fósiles en la República de Georgia, en Asia, y en Chad, país del centro del continente africano, plantean nuevas dudas en la comunidad científica internacional. Prometen revisar, una vez más, todo lo conocido hasta el momento sobre el origen y la evolución de los humanos.

En África se había encontrado un cráneo con una antigüedad de casi 7 millones de años, una época que se considera muy cercana al momento clave en que el linaje humano se separó del de los chimpancés. Es decir, es un hecho fundamental para entender cómo se separaron las dos ramas evolutivas que dieron lugar a los grandes monos actuales (gorilas, chimpancés y orangutanes) y al hombre moderno. Los restos de Georgia, en cambio, son de 1.75 millones de años de antigüedad. No parecen tan antiguos, pero representan una posibilidad única para encontrar respuestas a las preguntas sobre los primeros ancestros humanos que salieron de África y cómo fue que se lanzaron a la aventura de conquistar el resto del mundo.

El debate sobre el origen de hombre ha avanzado sustancialmente en los últimos años. En el mundo biológico los lazos de hermandad son patentes. Los gibones comparten con el hombre el 95% de su material genético; y los gorilas, el 97.7%. En el caso del chimpancé y el bonobo, el parecido genético es asombroso: compartimos el 98.4% del ADN. Sin embargo, muchas de las cuestiones que se plantean las investigaciones actuales poseen profundas raíces históricas. No es fácil tener que repensar el árbol genealógico de la humanidad cada vez que aparece otro eslabón perdido. Agregar ramas e incluso llegar a la conclusión de que algunas de ellas no llevan a ninguna parte, supone una gran cuota de esfuerzo, reflexión y síntesis. Estas semejanzas en los genes está en consonancia con las conductas y relaciones sociales casi humanas y, por qué no decirlo, a veces humanas que exhiben muchos primates, sobre todo los grandes antropoides.

Durante el siglo pasado, el tema de nuestras relaciones con los simios dio todo un giro. Desde la época de Darwin, Husley y Haeckel hasta poco después cambio del siglo, se consideró que los parientes más próximos de los humanos eran los simios africanos, chimpancés y gorilas, mientras que el gran simio asiático, el orangután, fue considerado algo más distante. Desde los años veinte a los sesenta, los humanos fueron distanciados de los grandes simios, que fueron considerados como pertenecientes a un grupo evolutivo muy especial. Pero a partir de 1960, el punto de vista convencional volvió a la perspectiva darwiniana. Darwin creía que la "cuna de la humanidad" había sido el continente africano.

La paleontóloga Meave Leakey encontró huesos de veintiún especímenes de un animal aparentemente precursor de todos los "eslabones perdidos", a los que bautizó australopithecus anamensis, que fueron descritos como animales protohumanos del género de los australopitecinos, los cuales tienen rasgos antiguos y modernos a la vez, ya que recuerdan a primates precursores del chimpancé y, por otro lado, anuncian la llegada del hombre moderno.

Por desgracia, existe una enorme laguna, lo que se llama vacío de fósiles, al intentar encontrar el antepasado común del que derivan tanto el hombre actual como los antropomorfos modernos y los diversos homínidos ancestrales. La laguna se extiende en el período que va entre los ocho y los cuatro millones de años.

El nuevo cráneo de Chad, descubierto por Michel Brunet, representa una nueva especie, el sahelanthropus, que según se cree, tiene unos 7 millones de años. Es uno de los candidatos firmes para ser señalado como el eslabón perdido, que representa a un ancestro común de chimpancés y humanos. Tiene una pequeña caja cerebral, similar a la de los chimpancés, pero también hay evidencias de que caminaba en dos patas. Esta es una combinación de características humanas y simias que también se encuentran en homínidos posteriores, como el australopithecus africanus.

Habría que preguntarnos: ¿Cómo surgieron las primeras formas simiescas? Los científicos barajan tres teorías. La más antigua y menos convincente es la llamada arbórea, que sostiene que los primates evolucionaron para adaptarse a la vida en los árboles. En este mundo tridimensional, las órbitas de sus ojos convergieron hacia el frente, para dotarlos de una completa visión estereoscópica. Este perfeccionamiento del aparato visual ocurrió a costa de un detrimento del olfativo y de una reducción del tamaño del hocico. Para andar por las ramas, la naturaleza además les reemplazó las garras por uñas, e hizo que conservasen la pentadactilia, es decir, los cinco dedos.

Por el contrario, la teoría de la depredación visual defiende que estos cambios anatómicos surgieron para perfeccionar la búsqueda nocturna de insectos y frutas en las ramas terminales de los arbustos de los bosques.

La tercera posibilidad también incide en la dieta. Se trata de la teoría de la radiación de las angiospermas. Sus mentores nos aseguran que las adaptaciones de los primates emergieron para detectar y explorar eficazmente los recursos alimenticios que ofrecían las plantas con flores: frutas, flores, néctares, gomas e insectos polinizadores.

De un modo u otro, en los albores del eoceno, hace unos 40 millones de años, aparecieron los auténticos primates. El primate más antiguo es muy probable que haya sido un animal nocturno, no más grande que una musaraña arborícola que, con el correr de los años, dejó descendientes que optaron por un régimen diurno frugívoro. Si los primates iniciales vivieron y evolucionaron hace unos setenta millones de años, los monos lo hicieron hace unos cuarenta millones, seguidos por los antropoides. Finalmente, hacen su aparición los homínidos en un período comprendido entre los 10 y 5 millones de años con una única especie de simio bípedo.

De la misma manera que ordinariamente sucede con los linajes de mamíferos de reciente establecimiento, la primera especie dio lugar, por etapas, a toda una gama de descendientes, originando un arbusto evolutivo relativamente exuberante. Inevitablemente, algunas ramas individuales fueron expurgadas de vez en cuando, originándose la extinción de las especies y la aparición de otras nuevas. Eventualmente, y de forma atípica para el conjunto de los grupos mamíferos, el arbusto de los homínidos quedó reducido a una sola especie -homo sapiens- como representante único de la familia.

Si pudiéramos viajar a África, digamos, 2 millones de años atrás, encontraríamos diversas especies de homínidos, compartiendo quizá un mismo hábitat, como es el caso hoy en día de algunos monos del viejo mundo, o quizá ocupando hábitats distintos, como hacen el gorila y el chimpancé. Cuántas especies de homínidos coexistieron entonces en el continente es objeto de debate e incertidumbre. Quizás no menos de tres, quizás seis, aunque pudieron ser más.

Para Johanson, el australopithecus afarensis es la raíz ancestral de todos los homínidos posteriores, tanto de los australopitecinos, como del homo. Johanson encontró al australopithecus afarensis, bautizado "Lucy", que se supone había vivido en la sabana de África Oriental hace 3.5 millones de años. Cuando murió, tenía veinte años, un cráneo de simio y fuertes colmillos. La sorpresa fue que caminaba ya sobre dos patas.

Durante un tiempo, los australopithecus convivieron en África con el homo habukus: los primeros se extinguieron y quedó nuestro antepasado directo, el homo. El diferenciador de ambos grupos es el cerebro: los cráneos fósiles de los australopitecinos sugieren que el cambio de tamaño o forma de su cerebro fue mínimo o nulo durante un millón de años.

Por otra parte, una de las características más llamativas de los primitivos homo fue el aumento de tamaño del cerebro. Gracias a su inteligencia algo más aguda, pudo idear formas de hallar alimentos nuevos, ampliar su base económica y desarrollar un sistema social.

La evolución de las habilidades tecnológicas asociadas a la fabricación de herramientas de piedra ha sido considerada siempre como una explicación satisfactoria para la expansión de la capacidad cerebral en el linaje homo. Si los australopitecinos fueran en realidad igualmente hábiles entonces dicha explicación perdería fundamento. A lo mejor apareció algún tipo de presión de selección sobre las destrezas mentales que separaron los linajes homo y australopitecino. Lo que resulta difícil de determinar es si iba asociada al desarrollo de actividades de subsistencia más complejas o se enmarcaba en el dominio de unas interacciones sociales más complejas.

Casi 500 mil años después de la aparición del homo habilis, surgió sobre la Tierra el homo erectus, que se diferencia de su antecesor por poseer un mayor tamaño cerebral, un mayor tamaño corporal y además caminaba en posición erguida. El homo erectus estableció campamentos fuera de África. Se han encontrado restos en Europa, Asia e Indonesia y, naturalmente, en el Continente Negro.

Y allí empieza el problema. ¿Fueron esos homínidos migratorios los que evolucionaron en distintos sitios hasta originar al hombre moderno, o el hombre moderno surgió en un solo lugar y luego se esparció, eliminando a su paso con cuanto homínido u homo erectus encontró? En la actualidad, las opiniones no coinciden: según la hipótesis del "candelabro" (elaborada por Franz Weidenrech), el homo erectus se distribuyó en Eurasia y evolucionó por su cuenta, en distintos lugares y de diferentes maneras hasta originar al hombre moderno. Por el contrario, la hipótesis del "Arca de Noé" (origen único y en un solo lugar) supone que el hombre moderno evolucionó a partir de una sola población que luego se esparció por el planeta.

Fue precisamente la ausencia de evolución lo que ha protegido a nuestra especie, evitando que llegase a un callejón sin salida. Nuestra especialización es no especializarnos. Si nuestros antepasados sobrevivieron fue porque nunca intentaron llegar a ser verdaderos adultos: adultos en el sentido de madurez cristalizada, sin inflexibilidad. Los seres humanos hemos permanecido niños durante toda la historia de la evolución y, desde luego en la familia de origen, poseíamos todas las características propias que tienen un trasfondo cultural, como son el uso de palitos para la caza de hormigas, la construcción de esteras con hojas secas para sentarse, danzar bajo la lluvia y un extenso repertorio de hábitos concernientes al acicalamiento social, entre las cuales podemos encontrar: la curiosidad, la sinceridad, la flexibilidad y las ganas de experimentar. Seguramente alguno de todos aquellos pequeños, peludos y colmilludos monos parados fue nuestro bisabuelo.

Réplica y comentarios al autor: cristianfrers@hotmail.com




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