"... y en este rincón, Eduardo Duhalde..."
El duhaldismo tuvo tres ejes para su crecimiento en la provincia de Buenos Aires: el clientelismo político, el patoterismo y la demagogia. Una policía con libertad tanto para el delito común, como para la represión violenta, se constituyó en una realidad que los bonaerenses debimos asimilar a la vida diaria. Una espiral de violencia frente a la cual, las fuerzas de seguridad se vieron ampliamente superadas. O, en muchos casos, la propia policía se convirtió en socio o actor directo de crímenes brutales. Inauguraciones de escuelas precarias y hospitales vacíos marcaron cada período preelectoral.
Así como el oscuro negocio urdido con el desaparecido MODIN de Aldo Rico, para alcanzar la tan ansiada reelección en la asamblea constituyente provincial, allá por 1995. Más populismo de derecha, algo que tanto le gusta a los liberales vernáculos. O "pan y circo", como históricamente la derecha retrógrada local aplicó en Argentina, con los resultados a la vista. Duhalde fue uno de los primeros apoyos fuertes al naciente menemismo que marcó a fuego la realidad argentina en los noventa. Fue un gran alumno, que rivalizó con el propio maestro Menem. El menemismo imperante en esa década infame hubiera sido imposible sin la estrecha colaboración de las fuerzas duhaldistas, que nunca se los oyó muy opositores al modelo nefasto implantado por el menemismo. Modelo que Duhalde se encargó de demonizar, recién cuando en 1999 aspiró a reemplazar a su maestro en el poder ejecutivo. La característica principal de personajes como Duhalde, un espécimen común entre los dirigentes argentinos, es nunca decir lo que se va a hacer, así como nunca hacer lo que se ha dicho.
Las instituciones argentinas han quebrado. Todo el andamiaje político se ha mostrado inútil cuando la crisis económica eclosionó. Sus estructuras corruptas nada pudieron hacer frente a la avalancha popular, desatada en diciembre pasado. El poder judicial se convirtió en una salida elegante para la más amplia gama de maleantes que habitan el poder argentino y en un mísero administrador de la injusticia. La institución policial, educada de la mano de los represores, demostró su incapacidad para enfrentar con idoneidad tanto el crimen como la ebullición popular. Frente a la protesta, sólo mostró sus garras sangrientas, al más puro estilo de la dictadura militar. El parlamento, vacío de ideas pero lleno de codicia, presenció atónito como el pueblo les quitaba toda legalidad. El sector financiero mostró la hilacha, rompió el contrato básico con sus clientes y simplemente no devolvió los depósitos, además de someter a vejámenes a todos aquellos que obligadamente debían hacer trámites bancarios. Ni qué hablar del sistema provisional privado, que vino a reemplazar al público, que se embarcó en una loca carrera en compara papeles de la deuda hoy ampliamente depreciados. El sistema inventado por Cavallo para sus amigos, finalmente demostró que es sumamente gravoso y con resultados económicos que hace ya muchos meses muestra secuelas negativas.
El contrato social está roto, pues muchos son los asalariados que no reciben su sueldo. Hay muchos Argentinos que no tienen acceso a un trabajo digno. Y hay muchos Argentinos que ven cómo unos pocos se llevan el esfuerzo de muchos y, una gran mayoría que sufre hambre y soporta las profundas desigualdades de un sistema económico que los margina cruelmente. Los fundamentos de la sociedad Argentina han sido destruidos. Los bancos que, en teoría, debían fomentar el desarrollo económico, se convirtieron en usureros que desangran a la población con costos altísimos y tasas siderales.
Las empresas de servicios públicos, privatizadas a través de sobornos y oscuras negociaciones a espaldas del pueblo, se convirtieron en un escollo para la producción, con tarifas abusivas por servicios que no siempre son de una calidad aceptable. Toda la clase política se convirtió en gerenciadores de las directivas emanadas desde el norte enriquecido, a costa del sufrimiento de los pueblos subdesarrollados del tercer mundo. En los noventa se instauró una práctica mafiosa de hacer la política. Tolerada, y muchas veces aplaudida, por los gobiernos del primer mundo, organismos financieros internacionales así como por los círculos liberales locales que se jactan de su ortodoxia económica.
Ortodoxia que desfinanció el sistema previsional, multiplicó la deuda externa hasta convertirla en un monstruo impagable, destruyó la industria local, sumió a la mayoría de la población en la más degradante miseria, llevó los índices de desocupación a niveles obscenos y destruyó toda capacidad política del estado a través de recortes indiscriminados y orientados a hacer la vista gorda con los negocios turbios de sus amigos y socios. Todo el sistema privatizador, dictado desde el FMI y el Banco Mundial, sólo sirvió para asegurar suculentos negocios con ganancias increíbles e imposibles en cualquier país civilizado. Los que se quedaron con las empresas públicas, a precios viles, se valieron de millonarias coimas a funcionarios de pocos escrúpulos, como el vitoreado en cuánto foro internacional aparecía, Domingo Felipe Cavallo, artífice desde la dictadura militar de funestos negociados con la deuda externa, la cual creció desde cinco mil millones en 1975, a ciento cuarenta mil en el 2001. Ciento treinta y cinco mil millones que sólo sirvieron para enriquecer a unos pocos y empobrecer a la mayoría que sólo han servido para crear un yugo sobre Argentina, que siempre le ha impedido tomar decisiones soberanas que la han convertido en un país inviable, preso de los caprichos y modas pasajeras de un mundo capitalista signado por la vanidad y la codicia.
Por eso, todas las instituciones argentinas deben experimentar una profunda depuración. No sólo el poder político, sino también el poder judicial, todo el sistema financiero y de esa manera replantear las bases de una nueva república que deje muy atrás los negros 25 años de este modelo económico que sumió a este país en una anarquía sin precedentes. El rodrigazo, el primer ajuste llevado a cabo por Celestino Rodrigo, Ministro de Economía del gobierno títere de Isabel Perón, inauguró la era de los ajustes salvajes destinados a perjudicar sólo a los más débiles. El gobierno militar, a sangre y fuego y con la ayuda concreta del gobierno norteamericano y con una Europa que miraba para otro lado, terminó de instaurar una dictadura financiera destinada a favorecer a la especulación y condenar a la producción. Es un hecho, Henry Kissinger brindó el apoyo político a Videla y el crédito internacional (norteamericano y europeo) dio el apoyo financiero imprescindible al gobierno de facto. Luego de la estrepitosa caída de los militares tras una guerra vergonzosa, un gobierno vacilante, como fue el Alfonsinismo, y que quiso quedar bien con Dios y con el diablo, simplemente prolongó la existencia de esta dictadura financiera. El menemismo durante diez años le dio un auge nunca visto, refinando hasta el horror mecanismos y alquimias financieras que extranejerizaron totalmente la economía y transfirieron miles de millones de dólares de la riqueza nacional a bancos fantasmas en paraísos fiscales. El gobierno de De La Rúa, timorato para los intereses populares, pero firme para apañar a la usura internacional enquistada en el sistema bancario, simplemente se dedicó a cambiar todo para que todo siga igual. De la mano del creador de este engendro económico, el esquizofrénico Cavallo. Actor principal de este drama nacional y socio de los banqueros como Mulford y otros individuos de una codicia y un salvajismo sin límites.
Ahora se abre un nuevo tiempo y espacio, para buscar otros horizontes financieros. Horizontes que deben estar despejados de las sabandijas que hasta ahora han parasitado el poder político y económico del país. Está en nuestras manos, en las manos de todos los trabajadores honestos, en cristalizar todos nuestros sueños en realidades concretas. En donde el interés de la mayoría sea el norte que guíe a la República. En donde el trabajo honrado tenga primacía por sobre la especulación financiera. En donde la política sea un lugar destinado exclusivamente a individuos que pongan la grandeza nacional por sobre los egoístas intereses personales. Una República que sea todo lo opuesto a la corruptocracia imperante desde hace ya tantos años. Una República que garantice la igualdad y la libertad de pensamiento. Una república construida por el pueblo y no habitada por sanguijuelas que se sirven del pueblo para satisfacer sus más bajos instintos. Pero, este trabajo demandará varias décadas. Lamentablemente esta catástrofe socioeconómica ha truncado a una generación entera. A esa generación que votó por primera vez en 1983 con la vuelta de la democracia que tantas esperanzas puso en aquel año, pero que hoy se ve hundida en la desesperanza más absoluta. Si es que hoy nos ponemos a trabajar en serio, tal vez nuestros hijos o nuestros nietos verán florecer algo de la justicia e igualdad que tantos años de corrupción nos han negado.
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