Las relaciones diplomáticas entre China y Gran Bretaña siempre fueron especialmente delicadas, más, en lo que a Hong Kong se refería. Sin embargo, a principios de la década de los ochentas, quedó claro que ambas partes debían cooperar para llegar a un acuerdo que permitiera la reincorporación de la próspera colonia, sin producir trastornos catastróficos al sistema político-económico mundial. Las expectativas entre China y Gran Bretaña mejoraron en 1982 con una serie de acuerdos económicos conjuntos acerca del futuro de Hong Kong. Los artífices de este acuerdo histórico fueron Deng Xiaoping o Teng Hsiao-Ping y Margaret Thatcher.
En 1984 se firmó en Beijing, la Declaración Conjunta Chino-Británica, que estipulaba la elaboración de una Constitución y las condiciones del histórico retorno. Sin embargo, en 1989 se produjo un serio distanciamiento entre China y Gran Bretaña a raíz de los sucesos de Tiananmen; el proyecto fue suspendido y mientras se producían manifestaciones multitudinarias en Hong Kong, Gran Bretaña presionaba al gobierno chino.
La Ley Básica fue aprobada por el Parlamento chino en 1990. En 1995 se llegó definitivamente a un acuerdo entre China y Gran Bretaña por el que se mantendría -al menos durante cincuenta años- el sistema legal y económico existente en Hong Kong antes del traspaso de soberanía; garantizándose a los ciudadanos sus libertades civiles.
En 1997, con motivo de la proximidad del fin del arrendamiento británico sobre los Nuevos Territorios -la población en general y los capitales extranjeros en particular- empezaron a temer que con el retorno, China desconociera su compromiso de "mantener su sistema capitalista sin cambios" de acuerdo a la ley derivada de los acuerdos de 1984. La incertidumbre ante tal posibilidad, produjo alarmantes altibajos financieros en Hong Kong durante los diez años siguientes. Los principales temores se referían a que China impusiera cambios en el sistema económico y a que Hong Kong quedara bajo un régimen autoritario. Sin embargo, las declaraciones del presidente chino Jiang Zemin en el sentido de que "Habría un país, dos sistemas" suponían la continuación de aquellas condiciones que habían llevado a la isla al éxito económico. Además, en los días previos a la devolución, había prometido que habría comicios libres y democráticos en 1998.
Los ojos del mundo a través de los medios de comunicación, estuvieron puestos más sobre Hong Kong que sobre China. Reporteros de todas las nacionalidades daban cuenta del ambiente que se vivía en la isla en ese momento histórico. Se respiraba un aire mezcla de festividad y de expectación. Aproximadamente 1000 representantes y huéspedes de medio centenar de gobiernos extranjeros, así como representantes de poderosos organismos internacionales asistieron a la ceremonia de la entrega de Hong Kong a la media noche del 30 de junio de 1997. Asistían para asumir, todos ellos, ante todo el mundo, la calidad de testigos de honor ante el compromiso del gobierno chino, para que mantuviera su promesa de permitir cincuenta años de autonomía y de garantizar la celebración de elecciones para reemplazar al Consejo Legislativo designado por Beijing. Al "banquete del adiós" no asistirían los máximos líderes chinos, el presidente Jiang Zemin, ni el primer ministro Li Peng, cuyo arribo ocurrió a la semana siguiente.
A lo largo de aquel día, la población de origen chino y de otras nacionalidades se había volcado a las atestadas calles hongkonesas; unos para celebrar, otros para manifestarse, como los casi dos mil participantes en una "sentada" para llamar la atención del mundo en torno a la suerte futura de la democracia en Hong Kong.
El temor convivía con la esperanza. Un hecho que causó inquietud fueron las imágenes del ingreso de cuatro mil soldados chinos.
Un testigo lo expresó así: "no era tanto su presencia, sino la forma de ingresar lo que despertó en nuestras mentes el recuerdo de lo sucedido en la Plaza de Tiananmen."
Mientras, en Beijing, aproximadamente más de diez mil personas se habían concentrado en la Plaza de Tiananmen, en el segundo día de una inmensa fiesta de celebración por el traspaso.
Finalmente se había vencido el plazo. Después de 156 años, China recuperó su soberanía sobre Hong Kong a las 12:01 del 1 de julio de 1997. A partir de entonces, el territorio recibe oficialmente el nombre de Región Administrativa Especial China de Hong Kong.
Desde fines de los años setentas, el líder Deng Xiaoping tuvo claro que era necesario darle nuevas orientaciones a la política china. Así, frente al capitalismo salvaje representado por el Reino Unido de la Gran Bretaña, en China nació el "socialismo de mercado", concepto que permitió encontrar una salida digna a las exigencias de Occidente para permitir el retorno de Hong Kong. Durante las primeras reuniones que se celebraron a partir de 1982, la propuesta de la nueva política china fue "un país, dos sistemas".
En esa frase casi mágica se resumía el ancestral pragmatismo de los chinos. El único imperativo -si se quería la reincorporación auténtica de Hong Kong- era que los gobiernos chino y británico reconocieran las diferencias, pero no para hacer de ellas obstáculos insalvables. La voluntad política que persistió a lo largo de los años en que se llegaron a consolidar los acuerdos, era la de concebir estas diferencias como complementarias para ambas partes una vez realizada la devolución. Se confió sobre todo en el espíritu enjundioso de los chinos para dar respuestas originales a situaciones originales.
La realidad, les gustara o no, era que China necesitaba conservar a Hong Kong capitalista, intacta, pues a través de ella comercializa más del 50% de su volumen de exportación y a través de ella y de varias triangulaciones de financiamiento llega a China el 70% de la inversión extranjera directa que China requiere para impulsar su modernización.
Finalmente, la reincorporación de Hong Kong a China se ha producido en el ámbito de una corriente ascendente que ha facilitado la integración y la complementariedad. La coexistencia armoniosa de "lo uno y lo múltiple" ha hecho de Hong Kong, entre muchos otros escenarios posibles, laboratorios sociales de cambios e innovaciones dotadas de un extraordinario potencial dinámico, tan descomunal, con tanta fuerza que bien pudiera absorber en el futuro a la misma Taiwan.
El retorno de Hong Kong a China demostró a ésta la urgencia del cambio, de la transformación de las viejas estructuras verticales centralizadas, en estructuras horizontales flexibles, más acordes con el modelo democrático. Hong Kong le está ahorrando a China el tortuoso camino de la transición de una economía socializada en decadencia a una economía de mercado exitosa.
Las efemérides referidas vienen al caso por la gran cantidad de productos chinos que actualmente están prácticamente invadiendo al mundo entero. Tuvimos la oportunidad de constatarlo en Budapest, Viena y Praga, y aquí, en nuestro país es innegable la presencia de múltiples y variados productos chinos que van desde los más comunes electrodomésticos, pasando por cosméticos, ropa, calzado y juguetes hasta los más sofisticados teléfonos, computadoras, calculadoras, etc.
Tal parece que en unos cuantos meses estaremos inundados por más productos chinos que por alguna otra extraña derivación de nuestro Tratado de Libre Comercio con Canadá y los Estados Unidos; pareciera que éstos últimos, convertidos en socios de las grandes maquiladoras de China, están aprovechando para su exclusivo beneficio, mediante la ventajosa vía de asumirse como intermediarios de muchísimos de aquellos productos que muy pronto nos estarán invadiendo desde China.
Mientras, en México, continúan cerrándose maquiladoras -con la subsecuente pérdida de empleos- que están emigrando a Centro y Sudamérica con el veleidoso argumento de que allá la mano de obra es más barata que en nuestro país.
El panorama se antoja sombrío; por un lado, si se trata de mano de obra barata para elaborar las cuantiosas cantidades que China produce, ninguna nación, -por si misma- va a poder competir con el número ingente de chinos y por el otro, frente a la voracidad insaciable de los neoliberales -que no liberales- que hacen sus incalculables fortunas, hablando de "una tasa natural de desempleo" con el único propósito de que quienes poco tienen, -de hecho, únicamente su fuerza de trabajo- la vendan barata por el exceso de esa "oferta" mantenida a nivel mundial impuesta.
Ha llegado la hora de pensar en un Salario Mínimo Internacional, pero como decía mi abuelita: ...ésa, es otra historia.
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