Algún día, nuestros hijos o los hijos de nuestros hijos se preguntarán por qué los gobernantes de esta generación, con todos los portentosos adelantos en ciencia, en tecnología y en comunicaciones, en el inicio mismo de un nuevo siglo y de un milenio, optaron por la alternativa militar como la única vía para combatir el terrorismo.
Estas líneas se escriben el domingo 7 de octubre. Nos estamos enterando de la represalia de Washington y Gran Bretaña por los injustificables atentados sufridos el pasado 11 de septiembre en el corazón mismo de los Estados Unidos; la historia nos dirá si esta era la mejor manera de combatir las verdaderas causas que han incrementado el fundamentalismo en el mundo.
La siguiente inquietud tiene que ver con el derramamiento de sangre. ¿Cuál va a ser el costo, en vidas humanas, -la mayor de las veces inocentes-, cuáles serán las consecuencias de ordenar el ataque al régimen talibán de Afganistán? ¿Cuántos más tendrán que morir?.
Aquí están los datos que nos demuestran que el hombre no aprende la lección:
De 1484 a 1945 según el Statistics of Deadly Quarrels se han suscitado 278 guerras en el mundo que costaron más de 100 mil vidas cada una.
La primera guerra mundial (1914-1918) costó nueve millones de bajas militares y treinta millones de civiles aproximadamente.
La segunda guerra mundial (1939-1945) costó 17 millones de vidas militares y 34 millones de civiles.
Los números son impresionantes, pero la verdadera tragedia es la que se encuentra detrás de cada cifra: inmensas cantidades de sufrimiento, dolor, desesperación y angustia. En el caso que nos ocupa hay preguntas sin respuesta: ¿Por qué se ignoraron las múltiples advertencias que hiciera Burhanuddin Rabbani, líder de la Alianza del Norte de Afganistán -y uno de los principales enemigos de Bin Laden- sobre el peligro que los fundamentalistas islámicos representaban para la paz mundial? Además, la magnitud de la tragedia exigiría que el responsable o los responsables de la inteligencia y la seguridad estadounidense ya hubiesen presentado su renuncia o mínimo haber comparecido ante un gran jurado para dar la explicación correspondiente. No se sabe de ninguna renuncia. Ni una.
Lo que sí se sabe es que ya se están tejiendo las redes de nuevas alianzas geopolíticas con la mirada puesta en los cuantiosos yacimientos de uranio y petróleo de la región centroasiática.
Tiempos de guerra, tiempos de definiciones, en México, tiempos de velar por el interés superior de la república, tiempos de serenidad y de mesura, de sensatez, no podemos equivocarnos, las consecuencias serían incalculables.
En estos tiempos, la mejor manera de no equivocarnos es obedecer nuestras leyes, observar valores y guiarnos por principios y por sobre todas las cosas, son los tiempos de entregarse a México; sí, de profundizar y concretar medidas que impacten favorablemente en la vida cotidiana de los mexicanos. Bien por el Acuerdo Político Nacional, sin embargo, hay miles y miles de mexicanos que se están quedando sin empleo. Esa sí debe ser nuestra guerra, contra el desempleo y la inseguridad en nuestro territorio.
La agenda se llama México. Ojalá el Presidente Fox reconsidere su decisión de viajar al extranjero.
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