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   Armas biológicas, la última forma de terror

A un mes de los lamentables y trágicos actos de barbarie en Nueva York y Washington, de los que millones de personas en todo el mundo fuimos testigos vía televisión, y a nueve días de que se iniciara el bombardeo de tropas británicas y estadounidenses a Afganistán, el presidente George Bush presentó hace cinco días su primer parte de guerra a su nación y al mundo.

El mandatario señaló que la primera etapa de la guerra se había cumplido satisfactoriamente, se refería, por supuesto, a la destrucción de los campos de entrenamiento de los terroristas y de la mayor parte de sus defensas antiaéreas y red de comunicaciones, así como a sus grandes depósitos de combustible. No dejó de mencionar que en paralelo también se había hecho llegar medicinas a los habitantes de aquella nación asiática.

Informó también sobre los trabajos de recontrucción de las partes afectadas tanto en Nueva York como en Washington. En fin, habló sobre la reactivación del turismo, la aviación y, en general, de la economía.

De lo que no informó es sobre el número de civiles muertos que ha provocado esta ofensiva militar, ni cuantos de los 22 terroristas más buscados y cuyos nombres ya fueron dados a conocer, han logrado capturar, ni el costo en miles de millones de dólares que ha representado el enorme despliegue táctico que significa el ataque a Afganistán.

A esta altura de los acontecimientos, ya hay quien piensa que lo que menos le importa al presidente Bush es encontrar a Bin Laden, ya que es el pretexto ideal para implementar una economía de guerra en la que los estadounidenses serían los principales beneficiados.

El otro punto que no abordó fue sobre los casos de contaminación de ántrax en el estado de Florida, que de acuerdo a las investigaciones de poco más de cincuenta agentes federales y la opinión de los doce especialistas en epidemias que estudian la muerte causada por la inhalación de esta bacteria, no fue para nada accidental, sino causada por el hombre.

Desde luego, no hay evidencias -hasta ahora- de que sea fruto de un ataque terrorista de los talibanes seguidores de Osama, sin embargo, hace propicia la ocasión para reflexionar sobre el talón de Aquiles del tercer milenio: el bioterrorismo.

Todo parece indicar que la nueva ola de terrorismo internacional podría dejar de usar explosivos y autobombas para utilizar una forma más mortífera y más silenciosa: las armas biológicas.

La guerra biológica se ha usado desde hace muchos años y es que el provocar enfermedades naturales es una de las mejores maneras de debilitar al enemigo. Bastaba con tirar a los ríos y a las fuentes de agua los cadáveres descompuestos.

Documentos que circulan en Internet refieren que en 1951, los coreanos acusaron a Washington de arrojar plagas sobre los campos de cultivo de su país en plena guerra. Aunque nunca fue aprobado, algunos archivos dicen que, a fines de los años setentas y a principios de los ochentas, la ex Unión Soviética utilizó armas biológicas en Laos, Camboya y en la propia Afganistán.

Para dimensionar el peligro potencial de este tipo de armas, basta decir que la peste bubónica -enfermedad trasmitida por las ratas- mató a 25 millones de europeos a mediados del siglo XIV. Hoy, un sólo gramo de ántrax distribuido "adecuadamente" sería capaz de matar a 90 millones de personas. Ni hablar de la tóxina del botulismo.

La alianza para la guerra al terrorismo convocada por el presidente Bush es de alcance limitado, la muerte o la captura de Bin Laden no va a terminar con el terrorismo, en cambio, es de todos conocido que hoy por hoy, ninguna nación en el mundo, está suficientemente preparada para un ataque bioterrorista, por más máscaras antigás que compren los estadounidenses. No se sabe a ciencia cierta cuántos miles de millones de dólares está costando el ataque contra Afganistán, lo que sí se intuye es que si esa cantidad se aplicara para combatir la pobreza en el mundo, sin duda, se estaría avanzando con muchísimas más posibilidades de éxito contra el terrorismo.

Derecho a réplica y comentarios: senadors@hotmail.com y salvadorordaz@mexico.com




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