Sobre la presencia de Francia en la recién finalizada Feria del Libro de La Habana.
*Una hija repudiada por la madre de los Derechos Humanos*
Uno de los valores más genuinos producto de la Revolución francesa, sobre el cual se sustentan las simientes de la República y que Francia ostenta con orgullo ante el mundo, es la de haber sido la cuna de los Derechos Humanos: principios que se sintetizan en la noción de Libertad, Igualdad y Fraternidad. Es innegable el profundo apego que este país ha demostrado en los últimos dos siglos por la defensa y el respeto de esos derechos.
En lo que atañe a América Latina, la actitud de Francia ha sido irreprochable. Lo demostró, en particular, cuando países como Chile, Argentina, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Bolivia, sufrieron los embates de la dictadura o de guerras civiles.
Tanto la Francia oficial como la civil, mediante las múltiples asociaciones de apoyo y de defensa de los Derechos Humanos que a lo largo y ancho del país hacen sentir su influencia, benévolamente demostraron una generosidad y un grado de entrega incomparables, realizando campañas de solidaridad. Personas procedentes de horizontes diversos dedicaron sus energías a la denuncia de la represión y a la ayuda a los latinoamericanos que lograban escapar y llegaban a Francia en busca de asilo, dando una demostración in vivo de lo hondo del sentimiento francés hacia el respeto de esos principios que han dado forma a la República.
Hemos sido testigos, igualmente, de las campañas de denuncia de la violación de esos principios en muchas otras zonas del mundo: Bosnia, Kosovo, Chechenia, Marruecos, Túnez. No hay un día del año que la prensa francesa no se haga eco de una campaña de denuncia de violaciones de los Derechos Humanos en alguna parte del mundo. Ni siquiera la propia Francia está eximida de tales denuncias. Lo prueba la violenta campaña de la que fue objeto, últimamente, nada menos que el ejército francés, por haber practicado la tortura durante la Guerra de Argelia. Tema conocido pero que resurgió a raíz de la publicación de las memorias del general Paul Aussaresses, en las que admite haber practicado la tortura durante la época en que detentó responsabilidades militares en Argelia, considerando la tortura como una fatalidad que va de par con el terrorismo. Opinión que fue interpretada como un deseo de justificación de la tortura, de allí la reacción tan contundente de la opinión pública, que llevó al procesamiento del general -de paso fue héroe de la resistencia cuando la ocupación alemana-, el cual fue degradado y privado de todos sus honores militares.
No obstante, tanto la Francia oficial como el enjambre de asociaciones de solidaridad, la clase intelectual y todos aquellos que conforman y mueven la opinión pública francesa -salvo contadas excepciones- consideran que existe una excepción; un país que está eximido de cumplir con el requisito del respeto de los Derechos Humanos: ese país es Cuba. Por lo que existe también un pueblo que puede, impunemente, ser víctima desde hace varios decenios de esas violaciones: ese es el pueblo cubano.
Explicar el hecho va más allá de consideraciones políticas, pues esa misma indiferencia hacia la situación cubana se encuentra tanto en el ámbito de la derecha como en el de la izquierda. Y más inverosímil aún es que a veces esa impunidad de la que goza el régimen cubano alcance proporciones de irracionalidad, actitud que repugna a mentes cartesianas como lo son las francesas; sin embargo, se lo permiten cuando de Cuba se trata.
Un ejemplo de ello lo proporcionó últimamente la actual Ministra de la Cultura, Catherine Tasca, quien ha demostrado servirse de una óptica dual cuando toma partido contra gobiernos que a su juicio se identifican con doctrinas totalitarias, y hace del caso cubano una excepción.
Da la casualidad de que este año Italia es el país invitado de honor al Salón del Libro francés que se celebrará próximamente en París. La señora Tasca, como Ministra de la Cultura, debe inaugurarlo, y es usual que el Presidente o algún ministro del país invitado de honor, asista a la inauguración. Violando todas las consideraciones diplomáticas y del debido respeto a la democracia -porque después de todo Silvio Berlusconi fue electo por la mayoría de votos que le otorgó el pueblo italiano-, Catherine Tasca, públicamente, hizo saber al presidente italiano que era persona non grata y que por ningún motivo lo recibiría en la inauguración del Salón del Libro. Ante ese rechazo, expresado de forma tan contundente, Silvio Berlusconi canceló su viaje a París, y no asistirá a la inauguración del evento.
Sin embargo, simultáneamente, la misma Catherine Tasca comisionaba al Secretario de Estado de la Cultura, Michel Duffour, para que la representara en la Feria del Libro de La Habana; y en cuanto a la situación cubana no hizo la menor alusión.
Vale la pena acotar que, pese a que se puede disentir de la doctrina política que representa Silvio Berlusconi, el mismo no es un dictador que irrespete la libertad de opinión, o que mantenga un régimen de control y de represión generalizado desde hace más de cuatro decenios, como es el caso del cubano. Cabe preguntarse entonces las razones de esa dualidad de criterios en Francia en cuanto a Cuba se refiere.
Este tipo de comportamiento puede ser concebible en países que no se jactan de actuar según los principios de la racionalidad cartesiana, pero no en Francia, en donde se practica la racionalidad y la mesura; la actitud es inexplicable. Se podría avanzar la hipótesis de que la conducta de Francia obedece, simplemente, a que se empeña en representar un antiamericanismo que le sale poco costoso. O a que quiere restarle espacio a la avasalladora influencia cultural americana. O tal vez se deba a que ante el retroceso del francés en el mundo, con su habilidad legendaria, Fidel Castro le haya hecho creer a Francia el espejismo de que su idioma se convertirá en la primera lengua extranjera que se estudiará en la Isla. Al menos que Fidel Castro considere que el inglés no es una lengua extranjera, la ingenuidad de los funcionarios franceses parece haber creído su palabra.
Lejos estoy de pretender que Francia renunciara a su participación en la Feria del Libro de La Habana. De lo que se trata es de poner de relieve el desdén que la Francia oficial y la Francia intelectual han manifestado hacia el pueblo de Cuba.
Porque se podría objetar que la participación francesa en la Feria del Libro, acompañada de un manifiesto y activo aval oficial, si bien es cierto le otorgaba una legitimidad a la dictadura castrista, hubiese podido llevar implícita una contrapartida; como suele hacerlo Francia en casos similares, pues se ha caracterizado por su sutileza en el arte del juego diplomático. La contrapartida hubiera podido ser, por ejemplo, obtener la liberación de Vladimiro Roca o la de algún otro prisionero por delito de opinión. O, por lo menos, que el representante del Gobierno aprovechara la oportunidad para hacer una declaración pública, contundente, como las sabe hacer la señora Tasca, en el marco de algún acto oficial; por ejemplo, en el de la inauguración. Pero nada semejante ocurrió; al contrario, tanto los escritores que participaron como los representantes oficiales, observaron una docilidad sorprendente. Ningún escritor expresó la más mínima objeción ante la ausencia de sus colegas cubanos disidentes y exiliados. El representante oficial francés, para justificar la docilidad de su Gobierno, se contentó con declarar que "no se debía agregar al embargo el boicot cultural", haciendo alarde de una mala fe innegable, pues dada su jerarquía de alto funcionario tiene que haber leído más de un informe escrito por los expertos de su ministerio acerca del bloqueo cultural que el Gobierno cubano impone en la Isla.
Pero el colmo de la falta más elemental de ética profesional la protagonizó en la Feria el periodista Ignacio Ramonet, director de Le Monde diplomatique, de quien se hubiese esperado, dada su profesión y la posición que detenta en el mundo por su posición de crítica radical al imperialismo norteamericano, que pronunciara una frase, por lo menos una palabra de simpatía, de aliento, hacia los periodistas independientes presos en la Isla por abogar por un mínimo de libertad de prensa. Ante 5000 invitados, Fidel Castro en persona le proporcionó una espectacular ceremonia, con motivo de la presentación de su libro "Propagandas silenciosas", cuya tesis central -por cierto, nada original- es, según las propias palabras de Ramonet: "analizar cómo las obras de ficción, en el cine, pero sobre todo en la televisión, propagan (...) una ideología clandestina, tendiente a domesticar al ciudadano". Ramonet, por supuesto, se refiere al ámbito capitalista y neoliberal en el que él puede ejercer sin riesgo alguno, y de manera altamente globalizada, la libertad ilimitada de expresar por escrito y organizando foros multitudinarios, su oposición resuelta al liberalismo económico personificado por los Estados Unidos. La diferencia entre un disidente cubano, en Cuba, y un crítico de la mundialización en Europa, radica en que el primero vivirá una vida azarosa, de acoso, incluso de privación de libertad, mientras que el europeo ganará dividendos, simbólicos, de prestigio personal y hasta económicos, porque mientras la combate, la mundialización le estará aportando el máximo de ventajas. Entre ambos la desproporción es garrafal.
Francia, al otorgarle legitimidad al régimen cubano de manera tan oficial, ha deteriorado seriamente su legitimidad de cuna de los Derechos Humanos. Sus representantes aparecen hoy como personajes de poca envergadura, claudicantes, incapaces de darse su puesto, infieles al legado histórico del país. Y como declarara a propósito Zoe Valdés en una entrevista reciente en la radio France-Culture "quienes así actúan son, de hecho, colaboradores de una dictadura".
Réplica y comentarios a la autora: eliburgos@hotmail.com
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