La tesis de que la abrogación del embargo norteamericano significa el comienzo del fin del totalitarismo en Cuba ha sido respondida por un convencido partidario de las sanciones con los siguientes argumentos:
"¡El fin del embargo dará inicio al neofascismo en Cuba!" O sea, la continuación del régimen totalitario, pero con el apoyo de los mercaderes del ultracapitalismo por 15 ó 20 años más, y punto. No sean ingenuos. Ninguna dictadura totalitaria cede sin presiones económicas o beligerantes. No hay otra forma de cambiarlas.
Martí nos enseña que "el déspota cede a quien se le encara, con su única manera de ceder, que es desaparecer. No cede jamás a quien se le humilla. A los que le desafían, respeta. Nunca a sus cómplices".
Las palabras del polemista provocan la siguiente reflexión:
A las dictaduras totalitarias se les combate, o con sumo coraje, es decir, con las armas en la mano, o con suma astucia, penetrándolas y destruyéndolas desde adentro. El fracasado embargo norteamericano contra Fidel Castro no cae, desgraciadamente, en ninguna de estas categorías. Es una causa cuya avizorable derrota tarde o temprano castigará, como un bumerán, a los que le sostienen, dañando aún más, ante la opinión pública estadounidense e internacional, la imagen de la fuerza política de los exiliados cubanos, del mismo modo que ocurrió con el caso del balserito Elián.
El mal (o ladinamente) llamado en Cuba "bloqueo", es en realidad un arma de doble filo; en su condición de presión a medio camino, sólo causa cosquillas al régimen, quien ríe viendo a los exiliados enfrentados, divididos a los cubanos entre los que embargan y los que sufren el embargo, y aislados internacionalmente quienes sostienen una medida, que, definitivamente, enquista aún más al régimen en su ortodoxia.
Háblase arriba de impedir un "ultracapitalismo en Cuba" como si el capitalismo monopolista de estado imperante (definición mucho más pertinente que la de "socialismo") no fuese ya la quinta esencia de los males del capitalismo. Se propone combatir un régimen estatalista por una de las vías que le caracteriza: la intervención estatal extrema en la circulación de personas, créditos y productos, (en este caso por parte de EUA). Como se diría popularmente en Cuba: "bailando en casa del trompo", y de paso contaminando de algún modo el fin con los medios.
El embargo es una manera de hacer política pensando en términos meramente económicos y no "políticos" (por no hablar de la exclusión de un factor tan importante como es el propagandístico). Quien defiende la sanción piensa en los términos en que se ha de arruinar una empresa (la empresa Castro), cortándosele créditos, cerrándosele por decreto el acceso a determinados mercados, etc. Hasta ahí llega toda la visión. Lo que esto traiga como consecuencia, para los "empleados", que se le acentúe el sufrimiento a quien no tiene otra vía de sustento, no parece pertinente. Pero luego no se comprende, cómo logra el régimen interferir, desde el punto de vista ideológico (además de electrónico) el mensaje del exiliado que favorece las sanciones, y mediatizar su recepción por parte de la población cubana.
El problema del sector proembargo del exilio cubano es que ha confundido la filosofía con que alcanzó el éxito empresarial, con la que debe seguir para alcanzar el éxito político. Entiéndase el establecimiento en Cuba de un estado de derecho y una economía de mercado con responsabilidad social. Cree que con la misma lógica con la que se puede arruinar a un competidor comercial, se derroca un régimen totalitario (usando la parte menos limpia en la competencia). Y tal es la preponderancia del pensamiento economista en este sector, que a grosso modo, termina por "leer" la posición antiembargo en términos de intereses "económicos", o sea como una simple alianza entre "mercaderes y socialistas", para nada como el resultado de una visión trascendente del problema cubano. Por supuesto, hay de todo en la viña del señor, del mismo modo que un empresario o un castrista, por intereses ajenos a los de Cuba, pueden enarbolar la bandera antiembargo. También puede un agente de la dictadura ser el primero en azuzar las posiciones más beligerantes (en general inocuas), y agitar manifestaciones fratricidas contra opositores al régimen que descartan, lo mismo el embargo (que de alguna manera afecta al pueblo de Cuba), que un boicot contra México (algo que aleja al exilio cubano del gobierno de ese país, como exactamente busca el régimen).
El fundamento intelectual del embargo es simplemente y llanamente un sentimiento arraigado en nuestra cultura política, el odio visceral al enemigo; el afán de dañarle y de no permitirle en menor beneficio, a cualquier precio. No se toma en cuenta, en este caso, que el "precio" de tal postura aleja la democratización de Cuba. No se comprende la paradoja del "beneficio" que significará el levantamiento de las sanciones económicas: el desencadenamiento de resortes que aceleran mecanismos desarticulatorios del totalitarismo, dinámica perceptible desde que se implementó la dolarización de la economía cubana. La totalitarización económica y política de Cuba tocó fondo hace tiempo. No hay que agregarle lastres, sino provocar movimientos que hagan emerger la nave hundida a la superficie postotalitaria, es decir, inducir cambios como aquellos que, inesperadamente, dieron a los periodistas alternativos de Cuba: el acceso a la Internet.
La cita de Martí está de más en esta discusión. Ni los que abogan por el levantamiento del embargo se están humillando, pues no hay humillación en buscar bienestar al menor costo posible para la patria. Ni los que sostienen el embargo están siguiendo consecuentemente la pauta martiana, que como se sabe, daba al término "encarar al déspota" el significado de revolución armada. La emoción es buena sólo cuando se trata alzar un machete, pero a todas luces, no es el caso. Dejemos pues que sea la fría razón, y no la ciega pasión, quien tome las riendas de la estrategia para hacer del cubano un pueblo feliz.
Réplica y comentarios al autor: carios.estefania@telia.com
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