Le debo a Jesús Díaz, o para ser mas exacto, a su novela "Las Palabras Perdidas" (Barcelona, 1999), la publicación de mi primer artículo en Europa.
En algún momento de 1994 encontré dicha novela en una biblioteca de Estocolmo. Poco menos que la engullí de un tirón, plenamente identificado con la problemática que abordaba: la de los estudiantes cubanos en Moscú (yo había sido uno de ellos).
Armado de una minúscula máquina de escribir, tecleé (en el que quizás fuese el último acto de utilización en mi vida de dicho artefacto) mis ideas sobre la obra. Ni corto ni perezoso envié las notas bajo el título de "Las Palabras Encontradas" al periódico CNT, órgano de la Confederación Nacional del Trabajo. Se trataba ésta de una publicación española que me hacían llegar regularmente mis amigos, los anarcosindicalistas suecos. Para mi grata sorpresa, la reseña del la novela apareció, si la memoria no me falla, en el número de agosto de CNT de aquel mismo año.
La alegría fue doble, en primer lugar por lo que representaba para mi currículum el insertar un artículo en un medio de la "Madre Patria"; en segundo, por haber confirmado, con aquel hecho, que sobre la base de la obra de Jesús Díaz podía construirse un discurso que conjugara los sueños y utopías de la izquierda, con la critica contundente a la degeneración que tales expectativas habían sufrido en Cuba. Que un periódico de pensamiento radical, pero con una larga tradición de lucha tanto contra el fascismo como contra el Estalinismo aceptara y publicara mi elogioso trabajo sobre "Las Palabras", significaba una clara señal de algo que se confirmaría más tarde con el surgimiento de la revista "Encuentro de la Cultura Cubana", y el periódico Digital "Encuentro en la Red" (dos publicaciones cubanas independientes estratégicamente emplazadas precisamente en España). Jesús Díaz, y el grupo de autores que se centró en torno a sus "Encuentros" estaban creando un nuevo paradigma de retórica político-cultural sobre Cuba, tan efectivo en su aporte a la reconciliación de los cubanos como peligroso para las dos intransigencias que bloquean la democratización de la isla: aquella que se parapeta en La Habana y la que anida en Miami.
Hace pocos meses cayó en mis manos, hallada en la biblioteca de Södertälje, la ultima novela de este autor: "Las Cuatro Fugas de Manuel" (Espasa Calpe, S. A. 2002). En una obra que se presenta como testimonial, Díaz vuelve a la carga sobre el tema que tan bien conoce, el de los estudiantes cubanos en la URSS, esa otra "madre patria" que nos inventó la "revolución". El coautor del guión de "Alicia en Maravilla" aborda, con visión cinematográfica, los instantes de la descomposición del sistema soviético, su impacto ideológico en aquellos cubanitos, que habiendo ido a formarse como buenos comunistas, salieron trasquilados en auténticos disidentes. Habla con profundo conocimiento de causa de la consabida represión desencadenada por las mal afamadas representaciones del Ministerio de Educación contra los estudiantes más contestatarios (influidos por la "Perestroyka"), y de la fuga de aquellos chicos (o concretamente del héroe de esta pieza) por una Europa cada día más xenófoba.
Si quiere conocerse cómo fueron los conflictos, encuentros, desencuentros y hasta amores de aquellos jóvenes con sus compañeros latinoamericanos, si quiere tenerse noción de cómo la mediocridad ahogó el talento, de cómo chocaron las ideologías más diversas y difusas, debe leerse esta obra. Conocedor, en buen sentido de aquel medio, doy fe de que Díaz lo ha sabido reflejar a cabalidad. El escritor, como los buenos poetas, sabe contarnos lo posible a través del arte.
Esta es quizás la novela "mas europea" de Jesús, pues ha permitido sobre la base de la problemática cubana, adentrarse en uno de los problemas más candentes y actuales de la Unión: la inmigración, el rechazo al extranjero, su segregación, hacinamiento y mezcolanza con los individuos de los más variados orígenes. Se trata aquí de un fenómeno que alcanza similares dimensiones, lo mismo en Suecia que en Alemania, destino final del fugitivo de nuestra historia. Siguiéndole la pista al talentoso Manuel Desdín, un físico, que se mueve instintivamente en pos de la libertad, pero sin completa conciencia de sus razones (sólo sueña continuar su carrera y se niega al principio a dar motivos políticos a su solicitud de asilo), podemos tomarle el pulso a lo que pasan aquellos que en busca de un futuro arriesgan la vida cruzando las fronteras de Europa, enfrentando desde la incomprensión, humillaciones y maltratos de las autoridades, hasta la xenofobia más radical de los nacionales.
Como estoy al tanto de este fenómeno -he compartido hasta cierto punto el destino de decenas de "Manuel Desdín" en Suecia; he escuchado de ellos historias de fugas espectaculares que nada tienen que envidiar a las que nos narra Jesús- también acredito la verosimilitud (lo cual no siempre es necesaria cuando de literatura se trata) de lo relatado con respecto sobre el que "escapa" (un dicho convertido en lema de mi generación).
Sin embargo, me permitiré un pequeña precisión a lo que supongo fue la realidad contada por el personaje en que se basa la historia. Desdín finaliza su fallido intento de asilo en Suecia, escuchando un sermón un tanto "izquierdista" por parte de una agente de la policía de frontera que se encargó de su caso. Esta lo trata como un traidor, hablándole de la Revolución Cubana como una "esperanza" para todos. En pos de credibilidad del relato señalaré que el cuerpo policiaco sueco no se caracteriza precisamente por sostener un pensamiento de izquierda y mucho menos por ver en la imagen del castrismo una esperanza para la humanidad; al contrario, a menudo tiene que vérselas a palos con los castristas del barrio (que no son pocos).
Quienes sí podían sostener tal ideología serían algunos de los responsables o asistentes de inmigración, sudamericanos, funcionarios administrativos de baja monta (para nada policías) con los que lidiaron día a día los cubanos solicitantes de asilo en este país escandinavo. Quizás el personaje real, que narra la historia, ha confundido estas dos autoridades, o el autor, tomándose una licencia literaria, se ha permitido sintetizarlos en uno solo. Hecha esta aclaración en honor a la verdad, reconozco que una mancha no oscurece la luminosidad del Sol. Las Cuatro fugas dan una luz que anticipa nuevos testimonios, nuevas historias y estudios sobre las venturas y desventuras de la inmigración Cubana en Europa a finales del pasado siglo.
Al exponer la tragedia de su héroe, que es un símbolo del fracaso en la formación comunista de nuestra juventud, Díaz triunfó de nuevo como escritor e incide una vez más en la llaga de quienes le temen y le odian. Le temen los que en Cuba supieron hacer de la cultura un medio eficaz de propaganda, los que siguiendo la vieja receta estalinista saben que un artista reconocido (llámese Picasso o Guillén) con carné del partido le sirve más que miles de militantes anónimos. Jesús Díaz les está dando su propia medicina. En el momento de su asilo era un creador reconocido, tanto por su obra literaria como cinematográfica, en el mundo intelectual que todavía apoyaba el proceso Cubano. Era, por supuesto, un maestro en el difícil arte (también dominado por el marxismo-leninismo), de transmitir su ideología a través de un producto cultural.
Pero a Jesús no sólo le teme el aparato ideológico de la isla. En el exilio, sobre todo entre los miembros de su generación hay muchos que no le perdonan, quizás más que nada, el talento y el éxito. Un odio que toma cuerpo en la calumnia o las hipótesis más increíbles. Lo que en realidad les resulta imperdonable a los inquisidores del exilio es que Jesús Díaz, como tantos otros (incluido algunos de estos torquemados de última hora), haya creído en el proceso revolucionario. En esa ceguera que tantos hemos padecido, tuvo la fortuna de poder realizarse como profesor universitario, periodista, novelista, cineasta. Como todo humano, puede haberse equivocado, nadie puede negarlo, pero sin duda también intento trabajar, siguiendo las reglas del sistema por el bienestar y desarrollo de su pueblo, haciéndose de un nombre y un público que le falta a muchos autores de la diáspora. Y como sabemos, mas allá de las razones éticas o políticas que lo provoquen, nunca falta quien odie el éxito ajeno.
Para colmo de "desgracia" de los detractores, en el exilio europeo a Jesús Díaz no le fue mal como intelectual. Hay un hilo de continuidad envidiable, entre los triunfos como escritor y docente. Contó con el respaldo de instituciones y fundaciones. No tuvo la suerte de otros intelectuales cubanos en USA, quienes vieron naufragar sus esfuerzos literarios por falta de fondos o interés del gran público. Son los que más se duelen, porque la obra del Jesús Díaz exiliado es reconocida con no menos calor que la del Jesús comunista. No aceptan tampoco una publicación literaria como Encuentro, la revista convertida en el arma ideológica más poderosa de cuantas tiene que enfrentar el régimen Cubano. Esto, paradójicamente genera animadversión dentro de cierta farándula literaria del exilio.
El secreto de Encuentro radica en que fue concebida no sólo en función de la calidad intelectual de sus colaboradores, sino sobre la base del "encuentro", valga la redundancia, entre las dos Cubas (la de adentro y la de afuera); un proyecto que evita desarraigarse de la isla y de los procesos sociopolíticos que remodelan al pueblo que la habita; que en la crítica más aguda al gobierno no deja de reconocer los valores potenciales que en la isla existen. Se trata, dentro de lo que la cultura permite, de darle una oportunidad al cambio que vendrá desde adentro, incluso desde las estructuras oficiales, en las que nadie sabe cuántos "Jesús Díaz" o quizás hijos rebeldes de la revolución como Manuel Desdín se ocultan.
Réplica y comentarios al autor: estefaniaulet@hotmail.com
En Tiempos de Reflexión sólo se ha transcrito un fragmento del artículo de Carlos Estefanía. Para consultar el documento completo visite la revista Cuba Nuestra.
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