Cruce de caminos entre Davos y Porto Alegre
Recientemente se celebraron en forma paralela los foros de Davos en Suiza y el de Porto Alegre en Brasil. El primero, enfocado a lo económico, y el segundo a lo social. Cada día es más evidente la gran brecha que divide a la humanidad: aquellos que teniendo casi todo sufren por problemas de obesidad y derroche energético, y los muchos que carecen hasta de lo más indispensable, padeciendo los efectos de las hambrunas y de precariedad en el acceso a la energía.
Esta circunstancia ya es insostenible, más allá de la brutal sustracción de riquezas extraídas de los países emergentes, es completamente inhumano el escenario que hoy atestiguamos. La figura destacada en ambos foros fue la del Presidente de la República Federativa del Brasil, Luis Inacio Lula da Silva, quien por sus planteamientos de avanzada cargados de realismo social, merece más que nuestra simpatía. Su plan de que todos los brasileños puedan comer tres veces al día, es un reconocimiento a la lacerante desigualdad mundial que afecta a muchas otras naciones, entre ellas a nuestro querido México. Ante las complejidades y las grandes inequidades provocadas por la globalización centrada sólo en lo económico, es inaplazable que el péndulo en el desarrollo de las sociedades se traslade de la derecha al centro, equilibrio racional de profunda filosofía social.
En este entorno, el Partido Liberal Mexicano propuso en su Plataforma Electoral 2003, la puesta en marcha del Programa Nacional contra la Pobreza, con el propósito de disminuir significativamente el número de personas y familias en situación de pobreza y miseria. De igual forma, planteamos un programa análogo de alcance global.
Motivado por lo anterior, la vía del liberalismo mexicano en el mundo globalizado, propone el establecimiento del salario mínimo internacional, para comenzar a frenar la disputa por la atracción de los capitales internacionales, y contribuir a que la generación de nuevas fuentes de empleo no tenga como incentivo la mano de obra barata, como lo es el patético caso de China.
La civilización y la evolución casi ilimitada de la tecnología, han logrado, con sus sorprendentes descubrimientos, solucionar muchos de los grandes males que han aquejado a la especie humana, sin embargo, y paradójicamente, dicha evolución ha provocado nuevos y mayores problemas que estamos heredando a las nuevas generaciones.
Entre las consecuencias de la globalización se encuentra el inexorable destino común de la especie humana; en este, debemos aprender a compartir las aventuras de las nuevas fronteras: el espacio exterior y el cosmos, los que significan un nuevo reto al cual podemos destinar nuestros recursos y esfuerzos para hacer de nuestra aldea global un punto del universo en donde se respire paz, pero la de carne y hueso, no aquella de discursos huecos que no alcanzan a llenar el legado de la trascendencia.
Derecho a réplica y comentarios: salvadorordaz@partidoliberalmx.org
|