A partir del 11 de septiembre, propios y extraños empezaron a vislumbrar el futuro que le tocaría al mundo vivir. Desde sus primeros discursos, Bush dejó muy claro su interés por atacar a Irak, lo cual desencadenaría en una guerra de alto costo humano.
Afganistán, una de las naciones con mayor pobreza del planeta, sufrió el embate del imperialismo fundamentalista más atroz de los últimos tiempos. Otra víctima para la lista de países en los que Estados Unidos ha cometido feroces magnicidios. Al igual que en Corea y Vietnam, no alcanzó la victoria. Su único logro: agregar otra página de crueldad y terror a la historia del mundo.
George Bush ha declarado ya la guerra contra Saddam Hussein, y a pesar del rechazo de sectores menos insanos de la población norteamericana y de la Organización de las Naciones Unidas, su ego y locura de inmenso poder, lo han llevado a empecinarse en desatar el terror que otra vez tomará miles y miles de vidas.
El problema es grave. La ONU ha mandado sus inspectores, quienes al momento no han encontrado armas prohibidas. Saddam Hussein coopera discretamente, pero no se doblega ante la amenaza de Bush. Éste último tiene sed de venganza, sed de poder, y por lo visto, sed de asesinar. Mientras tanto, gran parte del mundo y la población iraquí, tan lacerada por su régimen y por su embargo, sólo espera el retumbar de la primera bomba, y la lista de los primeros caídos.
Históricamente, éste es el momento más definitorio para el futuro de la vida en el planeta. Nunca en siglos anteriores la humanidad había estado al borde del suicidio, nunca había poseído armas tan fulminantes, nunca tantos intereses habían estado en juego y nunca, tantos habían sido los involucrados.
En este sentido, no podemos dejar de lado a otras naciones que podrían intervenir. China, por ejemplo, es un país con poder bélico, económico y humano. Rusia, otrora el coprotagonista del modelo bipolar, ha rechazado la necesidad de una guerra -y cómo no hacerlo-. La disputa milenaria entre judíos y palestinos añade a gran parte del Medio Oriente, quien ha acrecentado sostenidamente su odio hacia el mundo occidental.
¿Qué le queda entonces a una Latinoamérica tan golpeada en su economía por el dólar, y con tan graves problemas internos? Nuevamente, el destino del mundo está en manos de unos pocos, en donde los más, están clínicamente enfermos por oprimir, doblegar y coartar.
Tristemente, el nuevo milenio no ha abierto las puertas de la esperanza, la paz, la reconciliación y la fraternidad. Por el contrario, el siglo XXI nació con una carga enorme de resentimiento entre los que mandan a sus hijos a morir en el campo de batalla, entre los que usan a migrantes como carne de cañón, entre los que no sufren al ver cómo cientos de niños mueren por falta de medicamentos, entre los que no valoran ni respetan la vida, y entre los que no se dan cuenta de que el hombre por el hombre podría estar acercándose a su extinción definitiva.
Réplica y comentarios al autor: ortega_mau@yahoo.com.mx
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