Más seguros. Claro que sí, ¿quién dijo que no? Desde el miércoles 19 de marzo los habitantes del vecindario global nos sentimos reconfortados. El tirano de Bagdad por fin las pagará, gracias a la oportuna intervención de un John Wayne versión video juego; ese pequeño tejano obsesionado con los entretenimientos infantiles de la conquista del viejo oeste. Reconforta su firmeza y su modo tan sutil de resolver los conflictos. Sus suaves modos de convocarnos al apoyo de la aventura libertaria.
El pequeño George, tan incomprendido por el resto del mundo pero tan apapachado por Condolesa su consejera de cabecera y por Donald su vendedor favorito de armas. George Walker, el pequeño político que aunque republicano por adscripción partidista es un demócrata frustrado. Siempre tan desafortunado para obtener votos a su favor. Debió llegar a la Casa Blanca sin la mayoría de las papeletas de sus fellow americans. Maldición esa la de los votos para el pequeño tejano. Ni siquiera pudo juntar nueve de las quince voluntades que se requerían en las Naciones Unidas para legitimar su nueva guerra. Pero, qué más da. Eso no podía ser un obstáculo para sus ansias de libertador. ¡Ay, si Bolívar no hubiera muerto!
Desde la mismísima noche de ese miércoles el vaquerito supo jalar el gatillo hacia los "objetivos de oportunidad", no sin algo de falla en la puntería. Y mientras la operación quirúrgica se realizaba tuvo a bien advertirnos que la coalición (¿?) liderada por sus muchachos se había aprestado a "desarmar a Irak, liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro". ¿Cómo no agradecer al estadista de los votos ausentes tan honorable favor? Con el gesto compungido, y la sonrisa contenida, el pequeño George hizo gala en la pantalla de sus dotes de consolador: "venimos a Irak con respeto para sus ciudadanos, por su gran civilización y por las religiones que practican" ¿Imagina qué sería de los pobres iraquíes si los alguaciles de little George hubieran llegado sin respeto? Afortunados ellos, a quienes el mandatario generoso declaró su simple interés humanitario: "no tenemos ambición alguna en Irak, excepto remover una amenaza y restaurar el control del país a su propio pueblo". Nada de petróleo por sangre. Nada de controlar la segunda reserva mundial de oro negro. Simple y llanamente compasión humana. ¿Cómo se habrían sentido George Washington y Jefferson frente a tan loable sentimiento del pequeño heredero de la democracia? ¡Ya se habrían enlistado en el cuerpo de marines!
Hace casi cinco días que observamos, cual si fuera espectacular contienda deportiva, el avance de las fuerzas de liberación anglosajonas en esa tierra miserable y desértica plagada de armas de destrucción masiva. El mapa, el comentarista, la repetición en cámara lenta, el debate y los apuntes desde la misma cancha. Bondades de la tecnología; la miseria humana convertida en espectáculo televisivo. Atestiguamos un avance controlado desde la sala de juegos de la mansión de descanso, en campo David. Basta con imaginar la escena. El pequeño George pulsa los botones, apunta los láser en la pantalla y grita emocionado al observar los efectos del bisturí Tomahawk sobre el corazón de Bagdad. "Le di, le di..." rompe emocionado mientras Condolesa aplaude la certera puntería de su protegido.
Se trata de un juego de niños que experimentan de manera un tanto diferente los infantes que habitan en las orillas del Tigris. Los mismos que más pronto que tarde agradecerán a little George la misericordia de sus bombas "inteligentes" y la correcta dirección de los mísiles. Regalos enviados desde las alturas. No en vano el origen del concepto. Los mísiles eran presentes arrojados por el emperador de Roma a la multitud en el circo. Los regalos de la democracia detonando en las almohadas de civiles en la capital de Irak. Desde el miércoles negro nadie duerme con mayor tranquilidad que los niños de Bagdad.
Sin embargo, desde ese miércoles, y desde mucho antes, somos testigos también de la necedad y la ignorancia de millones de presuntos miembros de una sociedad civil en el mundo que no termina de comprender las mercedes del gobierno estadounidense. Las marchas, gritos y revoloteos, no hacen sino opacar la afabilidad del pequeño George y sus discípulos libertarios. Las voces inconformes del vecindario se multiplican. Se contraponen a la tersa opinión pública del condominio habitado por los amos de la democracia global que, sin miramiento alguno, se arroja a los brazos del mandatario. La guerra sólo es correctamente entendida por ese 65 por ciento de estadounidenses que aprueba las acciones de su presidente. Ellos son la mayoría silenciosa que se opone a los vociferantes pacifistas inútiles. ¿Acaso no reparan en los beneficios que acarrea la política de "golpear y atemorizar"? ¿Las ventajas de zarandear el avispero? Por fortuna, las paredes de la Casa Blanca están diseñadas por los republicanos a prueba de los dardos venenosos de la crítica ciudadana.
Desde el miércoles 19 me queda claro que el futuro del globo no será oscuro. ¡Qué alivio! Un mundo resguardado por los pequeños Georges, cuyos desvelos serán ilimitados para protegernos, desinteresadamente, de los tiranuelos. Un mundo en el que no será necesario enfrascarnos en improductivos consensos en organismos multinacionales para construir coaliciones de países dispuestos a todo con tal de salvarnos de la maldad. Desde ese día, mi espíritu democrático se ha renovado y he llegado a la convicción, junto con el pequeño George, de que la mayoría expresada a través del voto, es un simple estorbo.
Las acciones determinantes de la democracia sólo requieren la firmeza y voluntad de un puñado de valientes al mando de una maquinaria infernal. ¡Qué alivio! Estamos a salvo. Sólo será cosa de horas, quizá de pocos días, para que la euforia de la liberación termine de embargar nuestros corazones. De momento sólo queda rendirle pleitesía al huésped de la avenida Pennsylvania por su compromiso con la libertad y con la seguridad del vecindario global. ¡Gracias tejanito!
Réplica y comentarios al autor: arredon@cencar.udg.mx
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