El muy extendido sentimiento antibélico respecto a la guerra en Irak es éticamente razonable: la pérdida de vidas civiles ha sido cuantiosa y todo apunta a que lo será aún mayor. A casi dos semanas de iniciada la guerra, casi ninguno de los objetivos norteamericanos se ha cumplido, por lo que es dable esperar que, ante el crecimiento de las protestas y un gradual menor apoyo de la sociedad norteamericana, el gobierno de Washington tendrá que actuar de manera más enérgica y con mayor encarnizamiento, a efecto de procurar un rápido fin de los combates, con lo que veremos cada vez mayores cuotas de sangre y de lágrimas.
Ante ese escenario, ¿es posible aventurar que esta guerra ya nadie la para? Probablemente sí: es demasiado lo que se juega la Casa Blanca como para pensar que unilateralmente detendrá sus operaciones militares. Pero a pesar de que eso es improbable, lo único que puede hacer la ciudadanía en diversos países es continuar protestando activamente. Lo contrario, es decir, la apatía o el conformismo, sólo significaría justificar esta guerra y otras similares en el futuro.
Sin embargo, habría que empezar a plantearse si la mera protesta antinorteamericana tiene algún sentido: unificarse en contra es más fácil que hacerlo en torno de algo positivo y, probablemente, menos fructuoso. En tal sentido, detener el tráfico, lanzar piedras contra las embajadas o establecimientos de las multinacionales, la quema de banderas o de efigies de George W. Bush, podrían no tener ninguna utilidad práctica en términos de una paz duradera, un efectivo respeto a la vida de los civiles y un mejor futuro para Irak.
Hay al menos un objetivo más útil en el corto plazo: exigir a los gobiernos representados en el Consejo de Seguridad de la ONU el promover un alto al fuego o, al menos, una supervisión internacional de las operaciones norteamericanas, a fin de evitar que la guerra siga afectando a gente inocente. México es uno de los países representados en el Consejo y ello nos obliga a ser muy prudentes en nuestra relación con Estados Unidos, pero el gobierno de Vicente Fox no puede permanecer impasible, descargando sobre la sociedad su responsabilidad de actuar.
Otro objetivo de mediano plazo es lo concerniente a qué hacer después de la guerra: como van las cosas, lo más probable es que después del exilio o el apresamiento de Hussein, se imponga un gobierno títere en Bagdad, lo que únicamente pospondría las dificultades. Son exhaustivos los ejemplos en esa zona del mundo, de gobiernos amparados por Washington que únicamente radicalizan las posiciones y terminan en un caos mayor; Irán es uno de ellos. La exigencia debe ser que la elección del posible nuevo gobierno sea supervisada en una primera etapa por la ONU y no por los Estados Unidos, dejando que los iraquíes lo elijan con la mayor libertad y que conserven sus recursos naturales íntegramente. De lo contrario, sólo se sembrarán vientos.
La indignación no debe impedirnos ser prácticos: frente a los hechos consumados lo peor que se puede hacer es cerrar los ojos y seguir coreando consignas, mientras gente inocente muere o verá truncado su futuro.
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