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   Familia en guerra

El estado de degradación al que ha llegado el actual conflicto confirma la podredumbre de la guerra que lacera la vida política y económica en Colombia. La ampliación de la guerra es la evidencia del infinito desprecio que tienen los actores armados por el derecho a la vida. Esto lleva a pensar que cada vez es menos creíble la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz con los alzados en armas.

La guerra, la misma que afecta la confianza del pueblo colombiano, no sólo destruye el patrimonio nacional sino que también destruye la familia, sobre todo en las poblaciones campesinas, dado que se ven obligadas a huir y refugiarse en los centros urbanos en condiciones de total indefensión, pobreza extrema y, sobre todo, someterse a la desmembración del grupo. Además de perder sus raíces.

Este fenómeno, denominado por los sociólogos como desplazamiento forzado, que ha afectado a un sector de la población civil, sin capacidad de defenderse de los grupos armados y en muchos casos de la brutalidad de las fuerzas del Estado, socava la confianza en las instituciones democráticas, que tienen la finalidad de defender a la población civil.

La guerra es la causa de la actual tragedia social que afecta a la familia, rompe las redes básicas del vínculo social y los desplazados terminan en la marginalidad, excluidos de los beneficios del Estado. En consecuencia aumenta la pobreza, el desempleo, la delincuencia e imposibilita el sentido de pertenencia.

Es casi incontable el número de hogares en los cuales ha desaparecido uno de los miembros de una familia por efecto de la guerra. La tradicional familia nuclear, la de los grandes centros urbanos, también ha sido afectada. No es precisa la cifra del número de secuestrados: los medios de comunicación hablan de unas 3,500 personas en manos de los grupos insurgentes.

De acuerdo con la Defensoría del Pueblo, el conflicto interno oculta otra atroz guerra contra la institución familiar: hay 7,000 menores vinculados a la barbarie de la guerra. En los últimos cinco años, 500 niños han sido secuestrados y siete millones de infantes maltratados física y psicológicamente, es decir, casi la mitad de los niños colombianos. Además, son aproximadamente 70,000 los casos de inasistencia alimentaria denunciados ante la Fiscalía. En los últimos tres años aumentó el número de madres adolescentes solteras, constituyendo el 30% las de menores de 18 años.

No olvidemos: la familia es institución básica y pilar de toda sociedad, según reza el artículo 5º de la Constitución Nacional. "Núcleo fundamental de la sociedad a la cual el Estado y la sociedad garantizan protección integral", según los dispuesto en Articulo 42 de los Derechos Sociales, Económicos y Culturales. Por consiguiente, deberíamos sentir vergüenza colectiva por este ambiente de guerra en que vivimos en Colombia.

La crisis de la institución familiar, la decadencia moral en la que han caído algunos de sus miembros en la lucha por sobrevivir, y la penosa situación en que viven miles de niños y jóvenes, explotados sexualmente o vinculados forzosamente a trabajos degradantes, nos concita a pensar y reflexionar. No es posible permanecer indiferentes.

Si queremos un país diferente, debemos defender la familia de las garras de la violencia. Porque con hogares destruidos, niños empuñando las armas, jóvenes abandonados que no conocen sus progenitores, no es posible construir ciudadanía y mucho menos patria. Defender la familia debe ser una tarea de todos. Por lo tanto, urge crear redes de solidaridad en el ámbito nacional e internacional para ayudar a las familias víctimas de la guerra que se libra en Colombia.

Debemos ayudar a la familia, porque ella es la institución social en donde el niño aprende la ternura, el amor, a vivir la democracia, la fraternidad, el respeto por la vida y la convivencia ciudadana. Y son los gobernantes los que tienen que asumir mayores compromisos en la defensa de la familia. ¿Será muy difícil rescatar a la familia de las garras de la guerra? En estas circunstancias cobra vigencia la tesis que le adjudica al sistema educativo la responsabilidad de llenar el vacío, de suplir aquello que ya no hace la familia por la ausencia de uno de sus miembros: Educar para vivir en paz.

Réplica y comentarios al autor: almipaz@latinmail.com




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