"La Iglesia no tiene la misión de ser partido de oposición, el que lamentablemente no existe en Cuba. Yo quisiera que hubiera uno, dos o tres partidos con pensamiento distinto, pero no los hay".
De esta manera diáfana y sugerente se manifestó hace poco el cardenal Jaime Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, durante una conferencia sobre el futuro de la Iglesia en la parroquia de San Juan de Letrán en la capital cubana.
El prelado, salvaguardado en la razón de ser de la Iglesia, ha dejado bien definido que defenderá los derechos de la institución y no relegará en modo alguno su principal servicio para los cubanos según las reglas y prácticas apostólicas. Son argumentos que utiliza para encarar con sabiduría la conminación y pretensión de algunos opositores, y que asume la Iglesia a manera de partido frente al absolutismo imperante en la isla.
Todo mi ser coincide con esta admirable posición, si tenemos en cuenta de que existen más de 360 organizaciones no gubernamentales de oposición, entre las que se conocen diversas agencias de prensa, asociaciones, coaliciones, movimientos, confederaciones, alianzas, corrientes, sindicatos, uniones, etc. Todas son prueba indiscutible de la ausencia de unidad política, aunque algunas coincidan en sus fines.
La Iglesia bien pudiera ser intermediaria en una probable concertación y conciliación -ejemplos hay en otros países-, pero de manera consciente sobre la insuficiente unidad en la oposición, y el vacío de líderes convincentes, así como de coherentes preceptos éticos y de sentido común.
Por más de cuarenta años se ha desaprovechado la conveniencia de dialogar entre nacionales, y especialmente el escuchar con sapiencia las verdades. Actualmente, es una certeza la máxima política: "divide y vencerás", la que es la realidad de algunos disidentes, opositores o defensores de los derechos humanos. El principal pecado: la arrogancia, vestida de protagonismo; perniciosa en la transformación de los seres humanos, que logra dominar las pasiones y el intelecto.
Escéptica está la generalidad de cubanos de que sea realizable una transición hacia la democracia, debido a que se ha planeado con la complicidad de las bajas pasiones y la obsesión. Los "poderosos" del exilio rechazan cualquier criterio de equidad, y su discurso es discordante. Nos ponen en peligro con sus intereses especulativos.
Una mediación imparcial de la Iglesia permitiría a opositores y al oficialismo a participar en un diálogo con prudencia y comedimiento. Un Proyecto Varela pudiera ser la alternativa que ayude a sustentar la soberanía de Cuba. Pero hace falta concertación. Se ha demostrado que en el proceso evolutivo de los seres humanos es inevitable el antagonismo. No obstante, la lucha se debe subordinar a las rectas relaciones humanas, con un enfoque honesto e integrador, y con un total desapego a las experiencias dominadas por la miopía y la ignorancia, las cuales obstaculizan el acercamiento. ¿Es posible la unidad del pueblo cubano, como nación, y que exista una transición democrática? Sí. En el momento en que la oposición tenga la capacidad de prestar atención, discernir con franqueza, y cuando sus corazones se conmuevan, más allá de la aspiración del beneficio personal.
En este punto es importante saber que, salvo excepciones, la oposición carece de una honesta identidad entre su discurso y sus propósitos, pues se antepone lo personal y se descuida sistemáticamente el contexto en que vive la mayoría de los nacionales, ya sea en Cuba o en el exilio. Si se aspira a construir una democracia en Cuba, es vital tener voluntad, con mente abierta al discernimiento, la circunspección, y el afecto; siempre presentes en el apostolado del Padre Varela.
Ahora no faltará una nueva equivocación, de parte de algunos opositores, sobre las declaraciones del cardenal Jaime Ortega. Unos lo acusarán de que es un colaborador del régimen y cómplice de Fidel Castro; otros lo calificarán de marxista-leninista; y quizás hasta lo incriminen de ser anatematizado por el Vaticano.
Es pertinente que los disidentes, opositores, y defensores de los derechos humanos reflexionen, y que no coaccionen a la Iglesia cubana para hacer política. Más talentoso es el pensar cómo pudiera la institución -de manera neutral- ser un árbitro en posibles diálogos entre todas las orientaciones políticas, sociales y religiosas, para finalmente hacerle frente al gobierno de la isla con una estrategia fusionada.
Estoy convencido de la percepción que tiene la Iglesia, y también de su comprensible posición. Hay que respetar la rectitud del cardenal Jaime Ortega y Alamino, porque es para los cubanos una mano amiga, pródiga de indulgencia. Compatriota de pura cepa y excelso representante de la fe cristiana. Además, firme protector de la misión pastoral de la Iglesia, para que el pueblo cubano esté más cerca de la Esencia divina y prevalezca la Paz en Cuba.
¡Redimir la Patria es posible! En la medida en que los cubanos sean sensatos, a la par de ideas creadoras y planes dirigidos al bien común. Es decir, encauzar la energía física y espiritual desde el corazón, para enaltecer las acciones altruistas y de buena voluntad, con el decoroso propósito de construir la concordia nacional.
Réplica y comentarios al autor: pablofelipe@reymoreno.net.co
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