El suicidio de Lee Kyung-Hae, el campesino coreano que se inmoló durante la reunión ministerial de la Organización Mundial de Comercio en protesta a las políticas proteccionistas de la OMC, lo convierte en icono de la resistencia de los miles de millones de pobres frente a los muy pocos ricos que -poco a poco- se apoderan de nuestro planeta. No sólo manejan y usufructúan las finanzas mundiales, sino que "orientan" las políticas y las decisiones gubernamentales de las más poderosas naciones desarrolladas del orbe.
Pareciera que los gobernantes de estos países desarrollados, principalmente los Estados Unidos, algunos países de la Unión Europea y el Japón, parecieran simples marionetas de los dueños del Gran Capital representados por las empresas multinacionales, cuyos instrumentos operadores han sido -y seguramente lo seguirán siendo- el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio.
Los resultados de estos organismos internacionales están a la vista: más de dos tercios de la población mundial se debate entre la miseria y la pobreza extrema, provocando altos índices de desnutrición, inseguridad, violencia, insalubridad, un creciente y desmesurado consumo de drogas, un terrible deterioro ecológico del planeta y la aparición o resurgimiento de enfermedades contagiosas. Todos estos factores son el denominador común de estos tiempos en esta aldea global en que nos tocó vivir.
El caso de la fracasada reunión de la OMC en Cancún y las propuestas cada vez más razonadas de los llamados globalifóbicos constituyen un antecedente que tarde o temprano obligará a los países desarrollados a la eliminación de los subsidios gubernamentales a los productos agropecuarios en los países altamente industrializados.
Eso, o permitir que los gobiernos agachones que se someten sin más a las condiciones de los organismos internacionales puedan adoptar, sin temor a las represalias -léase las siete plagas a las que se refería el presidente Néstor Kirchner de Argentina-, medidas de protección efectivas hacia los productores nacionales.
O se revierte este modelo o tendremos que lamentar que la suerte de lo principal siga la suerte de lo accesorio, esto es, que el hambre de los miles de millones que carecen de todo, alcance a aquellos pocos que todo lo tienen. Las palabras pronunciadas en Cancún por el presidente Fox en la OMC evidenciaron la incapacidad del actual modelo de desarrollo mundial para combatir el mayor de nuestros flagelos: la pobreza. El presidente mexicano manifestó: "tenemos que reconocer que hemos fracasado".
En México necesitamos crecimiento económico, sin duda, pero para reducir la pobreza debe traer aparejado como condición imprescindible una mejor distribución del ingreso. Aquí es donde hemos fallado, porque en aquellos tiempos en donde hemos tenido crecimiento, lo que ha pasado es que se ha concentrado la riqueza en unas cuantas manos. Insisto: es indispensable que ésta tenga una mejor distribución, y dicen los que saben que para que haya esa distribución necesitamos una auténtica reforma fiscal. Lo demás es lo de menos.
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