Argentina fue el país que con más devoción y fidelidad siguió los lineamientos del neoliberalismo. Así le fue. Lo que ocurrió en aquella nación es la crónica de una muerte no solamente anunciada, sino obligatoriamente necesaria. En efecto, esa corriente de pensamiento económico impulsada desde hace dos décadas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, es un virus social que contagió a muchas naciones en el mundo y, que hoy por hoy, es un cancerígeno social capaz de provocar una escalada de consecuencias inimaginables. La virtual quiebra del Estado Argentino se ha convertido en el ejemplo clásico de lo que puede ocurrir en cualquier otra nación que se empeñe en seguir los mismos derroteros.
Con un valor agregado de naturaleza negativa: el más grande riesgo que tienen los gobiernos neoliberales es el de la necesidad de asumir actitudes represivas -terrorismo de estado- ante los innumerables brotes de inconformidad que surgen día a día en aquellas sociedades brutalmente lastimadas por el neoliberalismo.
En efecto, el estallido social y la subsecuente represión son sólo dos ejemplos de una gama de consecuencias en una crisis de gobernabilidad, pero todas presentan un denominador común: la incapacidad de las instituciones para asumir y, en todo caso, procesar democráticamente los conflictos. ¿Cuál fue en el caso de Argentina y de otros países los elementos que conforman ese denominador común?
Dicen los que saben:
Conflictos fronterizos, crecimiento desproporcionado de las migraciones (son países con muchos pueblos casi fantasmas en donde la mayoría de los hombres han partido más allá de sus fronteras a buscar trabajo), aumento desmedido de la población urbana, ciudades perdidas que careciendo de la infraestructura mínima, son propiciadoras de marginación y tensión social que desencadenan violencia y delincuencia; empeoramiento radical de la distribución del ingreso, crecimiento exponencial del índice de pobreza, inseguridad alimentaria con miles de chiquillas y chiquillos desnutridos, estancamiento de indicadores educativos; esto es, son naciones calificadas en los últimos lugares a nivel mundial en educación, sistema de justicia vinculado a una elevada percepción de corrupción, aumento de los indicadores de desempleo, incremento de la violencia y clima de inseguridad...
Siguen diciendo los que saben:
Incapacidad real de integración de la diversidad étnica, erráticas o insuficientes políticas fiscales y monetarias, vulnerabilidad asociada a corrupción del Sistema Bancario, descuido grave de la producción agrícola nacional por privilegiar la importación indiscriminada de granos y alimentos, creciente debilidad o abandono del mercado interno, mala o deficiente administración del Presupuesto Fiscal; mal uso o derroche de los recursos públicos, caída severa en los indicadores de productividad, menos integración en los circuitos legales del mercado mundial en proporción directa a un aumento de la integración en las esferas ilegales de la economía mundial, léase piratería, peso desproporcionado del sector informal de la economía.
Sí, amigo lector, habría que tomar un lápiz y palomear aquellas características que nos son afines a los mexicanos y, sin embargo, en este catálogo de síntomas que pueden propiciar la ingobernabilidad de una nación, no está considerado un dato, que en México se empieza a perfilar y que puede, sin duda, propiciar un verdadero problema de consecuencias incalculables:
De acuerdo con el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado, los pasivos del país ya rebasaron el valor de su producción total, lo que equivale a que con todo lo que producimos ya no nos alcanza para pagar los compromisos del gobierno en los que están incluidas, las pensiones del IMSS y del ISSSTE, entre otras obligaciones; esta situación está propiciada por el altísimo costo del rescate de los bancos, de diversos fideicomisos, así como de fondos de fomento, de los concesionarios de las carreteras y de la banca del desarrollo que suman más de un billón de pesos que constituyen un verdadero lastre en nuestra economía.
El panorama es desalentador. Es urgente que se revise la reforma fiscal que resultó un verdadero fiasco nacional, así como la necesidad de profundizar -ahora, más que nunca- en hacer más con menos, en hacer mucho más eficiente la operación del gobierno federal.
Ojalá que la grave situación no se utilice como argumento para insistir en vender lo poco que nos queda. Argentina se quedó sin nada y en medio de una de las más graves crisis de su historia.
No podemos ni debemos titubear; es importante que se tome al toro por los cuernos y se propongan medidas efectivas. Todo lo que nos ha pasado como nación será poco si no enfrentamos con decisión y con responsabilidad los tiempos que ya nos alcanzaron. No más frivolidades ni protagonismos estériles, no más enfrentamientos entre Poderes. México está en medio.
Ojalá no lloremos como pusilánimes, lo que no supimos defender como ciudadanos.
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