Hace algún tiempo comencé a escuchar una nueva terminología política que en primera instancia interpreté como un uso erróneo de palabras; posteriormente comprendí que, por razones no claramente explicables, se estaba utilizando un viejo vocabulario, sólo que con un nuevo sentido en las ciencias del derecho y la política.
Repentinamente, el tema de la sociedad civil se puso de moda, como lo fue el del fin de la historia en la década pasada. La forma y el vocabulario utilizado no me permitía entender a qué se referían. Se comentaba sobre unas instituciones que no estaban subordinadas al ordenamiento jurídico del estado y fuera de toda supervisión de los órganos de gobierno. Conceptualmente resultaba un absurdo. No comprendía que respondía a un proyecto político.
En mis estudios de derecho estaba muy claramente delimitado que el fuero civil era aplicable a la sociedad civil; el fuero militar a los miembros de las fuerzas armadas que incurrieran en actividades delictivas no correspondientes al Código de Defensa Social y especificadas en el Código Penal Militar; y el fuero eclesiástico al área de los problemas correspondientes a las actividades de la iglesia en su organización interna y a las relaciones con sus feligreses.
Pronto, un nuevo término comenzó a emplearse masivamente por los medios de comunicación: las organizaciones no gubernamentales, cuyo objeto, conforme a los medios masivos de publicidad, era el de motivar la acción social en diversas áreas de ayuda comunitaria sin la supervisión o dependencia del gobierno. Confieso mi ingenuidad: recibí con entusiasmo la idea de que se estaban creando genuinas organizaciones en la base social con motivaciones comunitarias. Mis actividades por crear instituciones cooperativas, de promoción cultural desde la base, y hacer conciencia por la autogestión empresarial de los trabajadores, adquiriría el impulso necesario para que la sociedad asumiera un creciente poder político.
Nacional e internacionalmente se hablaba con insistencia sobre la libertad sindical y se hacía referencia de que en países totalitarios, donde imperaba el nazismo o el stalinismo, los sindicatos estaban subordinados al partido único y al gobierno imperante. Por supuesto, esta constante información masiva de los medios de comunicación a nivel internacional me hicieron sentir eufórico. Los logros durante la segunda mitad del siglo XX del movimiento sindical cubano, en cuanto organización e institucionalización jurídica, se plasmarían como principios generalmente aceptados; ello apresuraría el proceso sindical cubano para restablecer su condición de órganos de derecho público, autónomos, no partidistas, democráticos y representados -no dirigidos- por una central única de trabajadores, que en ejercicio de sus facultades, participaría en la dirección económica, promoción cultural-educacional y seguridad social.
Un poco antes, se comenzó a hablar y a escribir insistentemente sobre los derechos humanos. Gobiernos y medios de comunicación se abanderaban en estos principios. En consecuencia de mi naturaleza optimista, me llenaba de alborozo. Consideraba yo que era un término común para describir aquello por lo que siempre habíamos batallado, o sea, por los derechos individuales, sociales y políticos de la persona en sociedad.
Me costó un largo momento de reflexión comprender que de lo que se hablaba y se escribía, no correspondía con lo que se decía. Eran las viejas palabras con nuevos significados empleadas con nuevos objetivos. Su finalidad, al menos en la primera fase del proyecto, era esconder de las grandes mayorías la naturaleza de la llamada "globalización", o como algunos la han calificado: "el nuevo orden".
El nuevo orden que se trataba de imponer era el liberalismo económico, que instrumentó en el siglo XVIII la explotación masiva de la población mundial, incluyendo a los niños, promovió el genocidio de numerosos pueblos y la alienación masiva en los sectores sociales más depauperados. Ahora, después de la revolución francesa, mexicana y cubana, se pretende imponer el viejo sistema y se bautiza al mismo niño con el nombre de neoliberalismo; quizás en la confianza de que con los nuevos medios masivos de comunicación, métodos psicotécnicos de control, y diversas formas punitivas de que hoy se dispone -además del derecho de la fuerza-, se pueda establecer la vieja sociedad.
Los propugnadores del nuevo orden hablan de la sociedad civil, organizaciones no gubernamentales, libertad sindical, derechos humanos... con el objeto de confundir a los que con alarma percibían las características de la sociedad que se estaba imponiendo.
Las organizaciones no gubernamentales en la década del 70 comenzaron a proliferar en los Estados Unidos con el objetivo de neutralizar el movimiento cuestionador del sistema en todo el país. En los 80, los intereses propugnadores del neoliberalismo, nacionales y no, comprendieron que ya se comenzaba en los núcleos importantes de la población a cuestionar el "neoliberalismo" que se estaba imponiendo. En América Latina cada vez se sumaban más voces alertando a la población.
Muy pronto, las potencias hegemónicas, empresas y sistemas financieros transnacionales comprendieron que les era necesario crear una instrumentación socio-política que fuera más efectiva que la vieja clase política y los servidores sumisos o interesados. En modo alguno pretendemos generalizar que las llamadas organizaciones no gubernamentales en su origen fueron creadas o financiadas por los propugnadores de la globalización, y enfatizamos que en muchas ocasiones, sus dirigentes tuvieran un real conocimiento de los objetivos de las organizaciones que lideraban; pero en general los organismos financiadores sí habían establecido una estrategia universal.
Instintivamente se rechazaba pensar que lideres comunitarios, preocupados por mejorar la situación de los grupos más desfavorecidos de la sociedad, conscientemente se prestaran a poner al servicio del "neoliberalismo" su prestigio y experiencia de trabajo en las distintas comunidades para que con un lenguaje populista, socialista o religioso, se controlaran y desnaturalizaran las protestas populares o se socavaran los movimientos en la base social.
Los promotores del neoliberalismo se percataron de que los sectores sociales comenzaron a comprender que el canto de que habían terminado las ideologías, y con ello la razón de la historia, no era más que el intento de la aceptación como realidad ineludible del nuevo orden en que una sociedad globalizada entregaba la regencia de sus destinos a las empresas y a los organismos financieros transnacionales. Se crearon entonces en menos de una década decenas de miles de ONG's y se invirtieron cifras en billones de dólares en estas organizaciones, con un simple plan de acción: competir en las comunidades por la captación de militantes, alejándolos de los partidos políticos que se enfrentaban al liberalismo, promoviendo programas de auto ayuda, cuestionando la acción social de los estados y su capacidad para regir la economía, defendiendo "la sociedad civil" desde una aparente posición de izquierda y apoyando tácita o expresamente las políticas del Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio.
Contando con la nueva modalidad de acción social humanitaria de auto ayuda y anti-estatista del BM y la OMC, pudieron "comprar", mediante precios irrisorios las propiedades estatales, o haciendo que los oligarcas nacionales vinculados a sus intereses lo hicieran, mientras que las ONG's creadas promovían "la ayuda" a las comunidades empobrecidas, fomentando pequeñas empresas o una deficiente asistencia social.
Estas organizaciones financiadas y dependientes no establecen las líneas generales de su política. Sus dirigentes son designados o removidos dependiendo de su eficiencia al realizar esta programación que tiende a una debilitación creciente del estado. Es decir, tratan de hacer conciencia de que lo "público" es negativo y lo eficiente es lo privado. La sociedad no es responsable de satisfacer los derechos sociales y económicos de los ciudadanos; ellos han de depender de la auto ayuda y la caridad, despolitizando la sociedad para el logro del fin último, o sea, subordinar a los estados a la nueva clase de los empresarios y funcionarios de las organizaciones financieras.
Es interesante observar que en este proceso, en que se sustituye la obligación del estado de satisfacer las necesidades sociales y hacer conciencia de la responsabilidad privada para satisfacer las mismas, se han destacado muchos de los viejos militantes del stalinismo latinoamericano, usando los viejos lemas del "poder popular" y la "acción en la base social" sin aparente complicidad con el estado "neoliberal" que buscan establecer. Además, estamos viendo con frecuencia que estas organizaciones, en algunos de los países de "Nuestra América", movilizan recursos financieros, cuadros militantes creados y promesas de ascenso social, apoyando a candidatos partidistas comprometidos con el neoliberalismo y la globalización.
Hay dos conceptos que es necesario redefinir. Los propulsores de la globalización pretenden cambiar el sentido de los mismos, para crear la estructura en la base social del neoliberalismo y sus instrumentos de control: la globalización, la dolarización, la desregulación y la concepción misma de la persona en sociedad.
Estos dos temas requerirían desarrollarse en un nuevo artículo. Estos conceptos son los hoy llamados derechos humanos, y que nosotros entendíamos que se referían a los derechos individuales, sociales y políticos; y la libre sindicalización, que hoy sé esta utilizando con el objeto de debilitar el movimiento obrero organizado e impedir que cumpla las funciones que le corresponden en un estado social de derecho, sustentado en la colaboración y la solidaridad.
Réplica y comentarios al autor: r.simeon@psrdc.org
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