La situación política y social de la sociedad mexicana es cada vez más preocupante. Se empieza a respirar una sensación de angustia, incertidumbre y hasta de desesperación en mucha gente; es el aire social que se agita en todos los rincones de la patria.
Frente al desbordado e infundado optimismo del presidente Fox en sus cada vez menos escuchados programas sabatinos de radio, están los inquietantes rubros del acontecer nacional, en los que un día sí y el otro también, nuestra pobre sociedad está sistemáticamente sometida al brutal cuestionamiento sobre el desempeño de la autoridad en sus tres niveles de gobierno. Así, nuestra cotidianidad va desde la evidente sospecha que se cierne sobre el gobernador de un estado de la República de estar involucrado con el narcotráfico, o de aquel presidente municipal acusado de acoso sexual, hasta la sólida presunción de que el mismísimo titular del Poder Ejecutivo está participando en un complot para desacreditar a un futuro competidor en la cada vez más despiadada carrera hacia el 2006.
La descomposición del tejido social de la nación cada día es mayor. De ahí la constante migración a los Estados Unidos, tanto de nuestros ricos que no encuentran aquí los niveles mínimos de seguridad para con sus bienes y sus personas, como de los miles de mexicanos que tampoco encuentran en su país los niveles mínimos de bienestar (vaya, hay que decirlo: ni de sobrevivencia).
Diariamente, desde los más apartados rincones de nuestro suelo, se organizan sendas caravanas de autobuses transportando a hombres y mujeres y hasta jovencitos que van en pos de su destino hacia los Estados Unidos, dejando familia, escuela y jirones y pedacitos de alma en el camino.
No deja de ser doloroso saber, por ejemplo, que de Tlapacoyan, Veracruz, el pasado diciembre salieron 200 personas en cinco autobuses para trabajar en el país del norte. Y así, de diferentes puntos, salen diariamente hacia la frontera, cientos, quizá miles de los nuestros hacia un destino señaladamente incierto.
De modo que tienen razón los prominentes empresarios que declararan ante el presidente Fox que México es una fábrica de pobres. ¿Cómo estará de grave la situación que hasta el mismo Banco Mundial acaba de declarar que los índices de pobreza extrema en México son "inaceptablemente altos"?
Sin embargo, siendo brutal y lacerante, la pobreza económica en la que estamos hundidos, hay otra pobreza que nos daña aún más: la pobreza del espíritu, de miras, de dignidad, de vergüenza, pobreza de pundonor, pobreza en el amor que deberíamos sentir por nuestra patria lastimada.
Sí, es la pobreza del espíritu, de la dignidad nacional, la que nos hace pelear unos contra otros todos los días. Es la pobreza que se afana por los intereses personales o partidistas. Sí, la que imposibilita el sacrificio de conquistas sindicales -legitimas en su tiempo-, pero totalmente improcedentes para el actual. Esa es la pobreza que hay que combatir; derrotarla nos permitirá avanzar en pos de un México que se merecen los que aún no nacen en él.
Que no lloremos mañana como pusilánimes por lo que hoy no supimos defender como ciudadanos.
Réplica y comentarios al autor: salvadorordaz@hotmail.com
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