Cuando el Estado es rebasado y se muestra impotente para articular acciones eficaces que le permitan cumplir sus más elementales tareas, especialmente con aquellas que justifican su existencia, como pueden ser la seguridad y la paz de sus habitantes, facilita el nacimiento de fuerzas que buscan -naturalmente- suplir aquella impotencia.

México ocupa el segundo lugar mundial en secuestros, y está catalogado dentro de los diez países con mayor índice de criminalidad -sólo el 5% de las denuncias penales llegan a concluirse íntegramente-, esto es, el 95% de las denuncias quedan inconclusas en territorio nacional.

El brutal desempleo que padecen miles de familias a lo largo y ancho de nuestro suelo prácticamente orilla a muchas personas a delinquir o a emigrar hacia los Estados Unidos, situación provocada por casi 22 años de no crecimiento económico, por políticas públicas que no redistribuyen la riqueza, sino que, al contrario, la concentran. Además, México es uno de los pocos países que tiene a los hombres que están entre los más ricos del mundo.

Vivimos en un ambiente de incertidumbre provocada por un debilitado Estado de Derecho. Continua y sistemáticamente sabemos de asesinatos impunes y ajustes de cuentas entre las poderosas mafias que causan víctimas inocentes (por ejemplo, el agravio nacional que representan las mujeres muertas en Cd. Juárez).

Tenemos mandos policiales que tienen más de veinte años de servicio, y que constituyen verdaderas mafias, las verdaderas causantes de la inseguridad que vivimos en todo el país. Los líderes de éstas forman, además, parte de nuestra alta burocracia, inserta en la administración pública federal con sueldos superiores a los que tienen sus equivalentes en los países del llamado primer mundo.

En México tenemos agentes del ministerio público que integran mal las averiguaciones previas -a propósito o no- con la consiguiente liberación de peligrosos delincuentes.

Somos testigos de la manera en la que se está usando -un día sí y el otro también- a nuestras instituciones para descalificar a los adversarios políticos, con las gravísimas consecuencias sociales que este lamentable hecho puede provocar.

Está naciendo un nuevo poder, el de la sociedad civil, harta de la inseguridad y del grave deterioro ambiental que estamos viviendo. Es el nacimiento de una sociedad civil no manipulada ni por los medios electrónicos ni por figuras prominentes o partidos políticos oportunistas.

Se trata de una sociedad civil como la que se hizo evidente justo antes y durante la Revolución Francesa, la que comenzó a actuar como si fuera una fuerza organizada, aún cuando existían dificultades para hacerlo de manera formal, impulsada por la natural indignación por la opresión y la injusticia.

Yo veo un nuevo poder, el de la sociedad civil no manipulada, capaz incluso de promover la revocación de mandato para todos aquellos que no saben, no pueden o no quieren convertir en actos de gobierno sus promesas de campaña.

Sí. México necesita a alguien capaz de provocar las transformaciones que requiere el desarrollo. Ese será el desafió del nuevo poder.

Réplica y comentarios al autor: salvadorordaz@hotmail.com