Independientemente de las razones o sinrazones para subir el precio de la gasolina Premium y del cuidadoso sigilo con el que se instrumentó el aumento para que pasara desapercibido, el hecho es que en México seguimos padeciendo todas las desventajas que representa un monopolio público como es el de Pemex.
Apenas en abril, el director general de Pemex Refinación, Juan Bueno Torio, en la presentación de la "nueva gasolina" Premium, además de señalar que reunía características encomiables como la reducción de azufre y alto octanaje, acordes con las más estrictas normas ambientales a nivel mundial, afirmó que "no se modificaría el deslizamiento" mensual autorizado para el precio del combustible de aproximadamente diez centavos al mes.
Algo falló. Seguramente un grave error en los costos de producción de esta nueva gasolina Premium provocó que se aumentara abruptamente lo que debería incrementarse durante el transcurso de todo el 2004.
No hay de otra. No existe otra explicación lógica, especialmente en un contexto en el que el precio de la gasolina está aumentando considerablemente y, en consecuencia, el gobierno federal está recibiendo cuantiosas ganancias inesperadas.
Otra sinrazón es la que refirió el subdirector de Pemex Refinación, Manuel Betancourt, en el sentido de que la medida de aumentar se debió a la necesidad de equilibrar la brecha de la demanda entre la gasolina Premium con la de la Magna, ya que de los 650,000 barriles diarios que circulan en el mercado, el 17% es de gasolina Premium, mientras que el restante 83%, unos 583 mil barriles, son de la Magna (¿?).
Por la razón o sinrazón que sea, los mexicanos estamos en total indefensión frente a la alza anunciada por la simple y sencilla explicación de que no tenemos libertad: o la bebemos o la derramamos. Si en México existiera la libre competencia en la venta de la gasolina, el ciudadano tendría la opción de elegir entre varias gasolinas, la que mejor le conviniera en costo y en calidad.
No se trata de que Pemex deje de ser de México y de los mexicanos, se trata de que Pemex le entre a la competencia y se le dote -de una vez y para siempre- de los instrumentos jurídicos y financieros para ser eficiente y competitivo, entre otras cosas, ante las gasolinas del mundo. Si así fuera, si en México se vendiera gasolina estadounidense o europea o rusa, los mexicanos ejerceríamos el sagrado derecho del consumidor mundial: elegir entre varias marcas, calidades y precios.
Hay que decirlo, el precio de la gasolina en México se determina arbitrariamente por la simple y sencilla razón de que no hay competencia. Igual podrían esgrimirse diez sinrazones para que el precio estuviera a 20 pesos el litro. De todas formas, la tendríamos que comprar porque no tenemos opciones.
Urge una nueva cultura de la libertad, una cultura basada en la nación que se hace a sí misma, que es capaz de crear riqueza y bienestar para sí, y al mismo tiempo, crea condiciones para que sus habitantes también lo logren.
Nuestra empobrecida clase media y más de 50 millones de mexicanos reclaman una cultura que valore el trabajo y no el origen, el saber y no la herencia; que no tema al riesgo y que sueñe con metas cada vez más lejanas. Basta de monopolios.
Réplica y comentarios al autor: salvadorordaz@hotmail.com
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